500 años de la caída de México-Tenochtitlan

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Son tiempos de conquista. De sometimiento. De destrucción y negación. De la imposición con la espada y la cruz de la nueva cultura, de la nueva forma de ver el mundo. La otrora ciudad capital del tlatonazgo mexica se consume entre las llamas. Su clase gobernante encabezada por Cuauhtémoc se mira en franca retirada como águilas que caen. Sus ejércitos de caballeros águilas y tigres se encuentran profundamente diezmados. La piedra sucumbe ante el acero. tenochtitlan

Han sido setenta y cinco días de asedio continúo desde mediados de mayo de 1521. Es 13 de agosto de ese mismo año y las fuerzas mexicas se muestran sin aliento. Atrás han quedado sus victorias casi constantes, sólo encontrando un dique en la férrea y digna defensa de su territorio por parte de los purépechas.

Las enfermedades acechan a la población que desde semanas atrás comenzó la huida para salvar lo que les queda: su vida. El principal acueducto que abastecía de agua a la ciudad desde Chapultepec está severamente dañado. Las cosechas han sido quemadas. La población se encuentra disminuida por las enfermedades. Los antiguos aliados, como Iztapalapa, Chalco, Xaltocan, Azcapotzalco, Tlacopan, Xochimilco, Cuauhnahuac y Coyoacán, por presión o por conveniencia, se han alineado a las huestes cortesianas. La poderosa Triple Alianza México-Tezcoco-Tlacopan se mira arrinconada y debilitada.

Desde las márgenes del lago de Tezcoco, Hernán Cortés comenzó su ataque final. Allá aprovechó los bergantines construidos por Martí López para atacar por agua la ciudad de Huitzilopochtli y Tláloc.

Lejos quedó aquel 8 de noviembre de 1519, cuando Moctezuma recibió al conquistador oriundo de Medellín y fue instalado en los antiguos aposentos de Axayácatl. De la victoria en la batalla de la llamada Noche Triste el 30 de junio de 1520, cuando los españoles fueron expulsados y casi aniquilados por los mexicas luego de la matanza del templo mayor ordenada por Pedro de Alvarado en ausencia de Hernán Cortés, solo quedaba el lamento por no haber concluido la derrota española en los campos de Otumba.

Aquel 13 de agosto era demasiado tarde para lamentarse por haberle abierto las puertas de la ciudad al ejército del conquistador español confundido con Quetzalcóatl como consecuencia de la reescritura de su historia ordenada por Tlacaélel luego de su victoria contra los Tecpanecas de Azcapotzalco en 1428.

Después de una intensa defensa de la ciudad, el décimo primer tlatoani mexica era tomado prisionero por García Holguín y Gonzalo de Sandoval para ser llevado ante Hernán Cortés. Todo había terminado. El hijo de Ahuízotl solo alcanzaba a pedir su muerte a manos del conquistador quien lo mantendría con vida hasta 1525.

Hace 500 años cayó la ciudad de México-Tenochtitlan y con ello se abrió el camino para las otras conquistas, la colonización, el poblamiento y la evangelización de las tierras mesoamericanas. Los antiguos mexicanos fueron obligados a vivir en el rincón de la historia y a cargar en sus espaldas con el crecimiento económico de la Nueva España.

Hoy, a 500 años de consumada la derrota mexica frente a las huestes de Hernán Cortés, no solamente debemos repensar la ignominia a la que han sido condenados los pobladores originales de estas tierras desde que la monarquía española aceptó la aventura colombina de surcar los mares hacia occidente para atracar en las Indias orientales, sino hacer lo necesario para cambiar las condiciones de abandono, exclusión, negación y explotación que siguen experimentando los grupos indígenas en nuestro país. De esa manera, y no de otra, es la forma más adecuada de recordar la caída de la que llegó a ser la ciudad más importante de Mesoamérica durante el siglo XV y principios del XVI.

 

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