Eduardo González Velázquez
El fracaso de la estrategia para enfrentar la violencia y la inseguridad, así como luchar contra el crimen organizado, se materializan día a día con el reguero de sangre que ahoga a la ciudadanía. Muertos, desaparecidos, secuestrados, encajuelados, extorsionados, entierros en fosas clandestinas, colgados, desmembrados, sean mujeres, hombres o menores de edad, ese es el catálogo de la violencia mexicana en el siglo XXI. Desde las décadas de 1910 y 1920 no vivíamos un período de tanta violencia como hoy. Nos hemos quedado sin adjetivos frente al horror cotidiano de las bandas criminales.
Según las cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), en julio pasado se estableció un nuevo récord en el número de homicidios dolosos en las dos últimas décadas, al registrarse tres mil 17 víctimas en las 32 entidades federativas. 97 asesinatos cada día. Atrás quedó mayo como el segundo mes más violento en los últimos veinte años con dos mil 894 homicidios en todo el país. Nada nos indica que el récord que obtuvo julio permanezca intacto por mucho tiempo. Al contrario, todo indica que rápidamente será superado.
Los estados que concentraron 42.7% de los homicidios del mes pasado son: Baja California, con 298 homicidios; Guanajuato, 269; Chihuahua, 258; Estado de México, 245 y Guerrero, 220.
Si bien, la violencia es alarmante y abundante, no es únicamente lo más preocupante de nuestro contexto. No deja de llamar poderosamente mi atención dos conductas de la sociedad frente al fenómeno. Por un lado, la sistemática criminalización de las víctimas; sea por parte de las autoridades encargadas de investigar y aclarar los delitos o sea por parte de la población en general, la primera explicación ante un acto de violencia es que la víctima fue la culpable. La doble victimización se ha vuelto de uso corriente en nuestra comunidad. Frente a ello, las autoridades han encontrado un nicho muy conveniente para refugiar su incompetencia frente a la ola de delitos, pero también para disfrazar el maridaje que llevan a cabo con algunos grupos criminales. Bien pueden pensar: si la población culpa a la víctima de su asesinato, las posibilidades de que acepten una explicación con esas características aumenta. Por lo tanto, se presenta ese ciclo.
El otro aspecto que me sorprende aún más, es la normalización de la violencia como consecuencia del desconocimiento, la inconsciencia, y la indiferencia que yace en las profundidades de la sociedad para soportar cuatro asesinatos violentos cada hora en nuestro país.
No encuentro otra explicación frente al ensimismamiento de amplios sectores de la población que guardan un silencio sepulcral ante la violenta ola de homicidios cotidianos en la República mexicana.
Para exigir que termine la violencia, lo primero que debemos hacer es mirarla y aprehenderla de manera consciente, de lo contrario muy pronto nos alcanzará a todos.
@contodoytriques