De rezos y balazos en torno a Palacio Nacional

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Hasta ahora, a excepción quizás del brasileño Jair Bolsonaro, quien tiene su ejército Gladiadores del Altar, ningún otro presidente latinoamericano que se asuma como cristiano se ha convertido en promotor, directa o indirectamente, de su creencia, como lo hace Andrés Manuel López Obrador, así sea de manera sincrética en ocasiones, en un Estado laico como el nuestro.

Lo que planteo no es ninguna suposición, pues el guía religioso del presidente AMLO, Arturo Farela Gutiérrez, presidente de la Confraternidad Nacional de Iglesias Cristianas Evangélicas (Confraternice), afirma en un video que circula en “las benditas” redes sociales: “El plan del gobierno federal es que se instruya a los jóvenes una hora (diaria) de la palabra de Dios”. Esta es una oportunidad maravillosa y con grandes beneficios, primero para las iglesias (cristianas), porque podemos ir y predicar el Evangelio a los jóvenes” (El Financiero, 5-XII-19).

Esto lo dijo el pastor Farela Gutiérrez en referencia al programa “Jóvenes Construyendo el Futuro”, no obstante que la Constitución Política precisa en su artículo 130 que los ministros de culto no pueden asociarse ni realizar proselitismo político.

En declaraciones al mismo diario, contrario a lo que dice en la citada grabación, el líder de Confraternice corrigió al expresar que “no se trata de un programa de evangelización; lo que se busca es enseñar principios y valores con la Cartilla Moral que tiene valores universales, que también se encuentran en el Evangelio”.

De acuerdo con quien algunos llaman El capellán de Palacio Nacional, Cofraternice participa en dos programas sociales. Uno es la distribución del mencionado folleto y los califica como “servidores de la nación”, por cuyo trabajo perciben un pago oficial. El otro es “Jóvenes Construyendo el Futuro” y que éste es en donde acomodan con  empresarios tutores que están dentro de la propia comunidad evangélica cristiana.

Como sea, en los dos programas mencionados hay, al menos, un sesgo hacia la religión de Farela, el otrora “joven pecador” católico que ha transitado ya por dos denominaciones o iglesias evangélicas: la Bautista y la Cristiana internacional (ejecentral, 2-VIII-19).

Aparte de eso se supo, al menos por primera ocasión, que al iniciar la reunión con quienes encabezan las familias LeBarón y Langford (Iglesia de los Santos de los Últimos Días o mormones), el 2 de diciembre en Palacio Nacional, rezaron previamente por los nueve familiares asesinados en Sonora el 4 de noviembre pasado.

A esto, López Obrador respondió en la conferencia de prensa del día 5 que fue a petición de ellos que se iniciara con una oración. “No, no, pero somos libres, y pues cada quien tiene garantizado su derecho de creer o no creer”.

Trátese de marketing político o de actos sinceros –debemos creer que sí, pues los que saben dicen que siempre es buena la oración ecuménica– lo cierto es que hasta la fecha no se sabe bien a bien qué religión practica nuestro mandatario. Unos dicen que pertenece a la creencia de Farela. Otros afirman que adventista del séptimo día. En la reunión semestral de obispos del 13 de abril de 2018, cuando andaba en campaña, les dijo a los 125 asistentes de la Conferencia Episcopal: “Sí, soy católico, pero me gusta decir que soy cristiano” y que, de chico fue monaguillo (Fabián Acosta Rico, Semanario Diocesano 1191, 1-XII-19 y charlas de algunos prelados con esta columna después del evento).

El caso es que a diario en sus mañaneras trae frases bíblicas, habla de amor y paz, de abrazos en lugar de balazos, de que su obligación es politizar a la gente.

Cosas buenas y sanas son esas, aunque no las prioritarias las de un presidente cuya obligación principal es gobernar y hacer cumplir la ley, antes que esas politizaciones se conviertan en divisiones, en polarizaciones, que es lo que ha ocurrido hasta ahora.

Y a propósito de no abrazos y sí balazos, la tarde del sábado 7 de este mes retumbaron disparos a un costado del Palacio Nacional, cuando un militar de grado provocó un zafarrancho. Murieron él y tres personas más, y dos quedaron heridas.

El por qué profundo no es otra cosa que la gran posibilidad de quedar impune, aunque en esta ocasión el provocador fue abatido.

En verdad, ¿no es necesario cambiar de estrategia contra la inseguridad que casi toca las puertas donde está el Poder Ejecutivo?

Urge una respuesta.