Eso es lo que quisieran quienes nos gobiernan ─sean reyes, emperadores, liberales, neoliberales, de centro, izquierda o de derecha, y no se diga autoritarios─: una prensa sumisa, dócil, a su disposición y medida.
Allá de 1970 a 1980, en pleno gobierno del priismo imbatible y totalitario, mi primer jefe de información, Antonio Lazo de la Vega, de feliz memoria, me encomendó cubrir los partidos de oposición que, ni juntos, le hubieran podido hacer cosquillas al tricolor; en buena medida porque aquí no existían para medios de comunicación.
En orden de antigüedad, los partidos eran: Comunista Mexicano –después PSUM y luego PRD; PAN, PARM, PPS y UNS (Unión Nacional Sinarquista), entonces una asociación política no reconocida y luego PDM.
Después de que El Diario, naciente entonces, los empezó a tomar en cuenta, otros medios hicieron otro tanto y aumentaron las coberturas hacia las distintas corrientes políticas. Fue un despertar. Unos más, otros menos, empezaron a hacerse presentes, al grado que, años después, empezaron a tener representantes en distintas legislaturas estatales, quien más, quien menos, unos por mayoría y otros por representación proporcional, hasta que llegaron los triunfos para diputados federales, al tiempo que ganaban municipios completos.
En 1995, en mucho por la combinación de factores como la explosión de colectores el 22 de abril en 1992, el asesinato del cardenal Posadas Ocampo y por la crisis económica de 1994, los blanquiazules ganaron las principales alcaldías, entre ellas las de la zona metropolitana tapatía y la gubernatura.
Crecidos los panistas, se negaban a reconocer que triunfaron por tales circunstancias que generaron gran inconformidad contra el PRI. Decían, ensoberbecidos, que se debía su doctrina y honestidad.
Ya en el poder y con tres administraciones estatales, no hubo gobernador que no se sintiera ofendido cuando se le criticaba. Reprochaban que se les criticara. Creían estar haciendo la mejor administración de la cosa pública y volvían a echar por delante su “honestidad”. Les ganó el ego.
No faltaba político, de ese y otros partidos opositores hasta entonces –diputado o alcalde– que no reclamara molesto que se le señalaran errores, negligencias, abusos. En más de una ocasión llegaron a decirme que por qué antes no los criticaba tanto como ahora. “Es que antes no cometías las faltas que reprochabas al gobierno porque no tenías el poder. Hoy caes en semejantes o peores errores”, les contestaba.
En cierta ocasión, Francisco Ramírez Acuña –nos conocíamos de años atrás– me encaró en plena banqueta de importante avenida. Me acusó una y otra vez de mentir. “Yo no mentí, no miento. Dime, precísame en qué miento. Sostengo aquí, ahora, que lo escrito ahí está. Respóndeme por la misma vía. Envía una carta a la revista (Proceso), tienes derecho; por esa misma vía te respondo”. Me dijo que lo haría. Jamás envió la réplica. Por el estilo otros empoderados que perdieron piso.
Como él, otros opositores de distintos partidos creen que el periodista es aliado. Creen que uno debe ser sumiso, tanto más cuanto ya están en algún cargo público. Esa no es la labor del periodista, sea cual sea la ideología o color de su bandera. Uno cumple con su trabajo, aunque se molesten. El funcionario tiene que hacer el suyo.
La labor periodística es informar esencialmente. Pero también se tiene el derecho de verter sus opiniones en artículos o columnas. Y se puede estar de acuerdo o no con sus puntos de vista.
Lo anterior viene a cuento porque en su Mañanera de ayer el presidente, interrogado por el infaltable hombre del moñito (Carlos Pozos), leyendo algo que parecía se lo habían anotado, propuso que se tomara el pulso a las noticias para saber quién mentía.
López Obrador respondió largamente y, entre otras cosas, aseguró que en este país “no hay un periodismo profesional, independiente, objetivo (…) Es parte de la decadencia que se produjo, y lo mismo en la radio y la televisión. No generalizo, pero no supieron entender la nueva realidad. Le siguieron con lo mismo, desesperados, optaron por la mentira”.
Desmarcándose, habló de que en México hay un periodismo “independiente del poder político”, pero que no así “del poder económico”.
¿Acaso es falta de profesionalismo dar cuenta de las fallas de su gobierno, o de cualquier otro, y analizar lo que se ha hecho o se ha dejado de hacer bien o mal? ¿Es decadencia el que se le critique y alguien diga estar en desacuerdo?
Sin descartar del todo que haya habido algún tipo de decadencia y falta de ese profesionalismo, no se vale generalizar. Que hay una nueva realidad, claro que la hay, y se trata de un gobierno que quiere una transformación a su manera y sin el contrapeso de los medios informativos, y concretamente sin muchos periodistas que le señalen errores, los errores que cualquiera puede cometer.
Se preguntó: “¿Por qué no era así con el gobierno anterior? ¿Con Calderón? ¿Con Fox? ¿Con Zedillo? ¿Con Salinas?”
Aunque con sus excepciones bien sabidas, hay medios que toda la vida han sido críticos, sin importar quien haya estado en el cargo, y precisamente por los señalamientos de corruptelas, excesos de esos gobernantes y de una guerra sin inteligencia ni planeación que ocasionó tantos muertos y desaparecidos, de lo que dieron cuenta periodistas y medios, fue que el pueblo tomó conciencia y le dio a AMLO la Presidencia.
El problema es que destruyendo lo poco bueno que quedaba se puede lograr un cambio, y menos si sigue creyendo que quienes no están incondicionalmente con él están en su contra.
Se debe valer que haya disensos para poder corregir los desaciertos que cualquiera comete, y tanto más cuanto menos entereza se tiene para aceptar lo que dice el otro. Es donde no vale la terquedad.
Tampoco vale dividir a la sociedad entre buenos, los que están conmigo incondicionalmente, y malos, los de enfrente que no están conmigo por “neoliberales, corruptos, faltos de independencia y profesionalismo, y muchos de Proceso que se echaron a perder, otros se volvieron conservadores y, algunos, optaron por la mentira”.
Bien le dijo ahí mismo una reportera a Andrés Manuel: “Parece que usted mide con doble vara a los medios”, cuando reprochó a Reforma, El Universal, Excélsior, Milenio y habló muy bien de La Jornada y hasta de Unomásuno y de los caricaturistas, y no reprochó a TV Azteca ni a Javier Alatorre tras el llamado a no hacer caso a las medidas contra Covid-19.