El nombre de la vacuna mexicana contra Covid-19 está desde mediados de febrero: “¡Patria!”, dijo el presidente López Obrador, que se llamaría, pero nada señaló de financiar distintas investigaciones en marcha.
De cómo se va a llamar la susodicha vacuna es lo de menos. Mucho más que el nombre y la empatía de su gobierno, falta, ante todo, el dinero por delante para que se pueda desarrollar el antígeno con sello azteca para que el país no esté a expensas de laboratorios y gobiernos de países ricos que las producen, acaparan y las venden al precio que les viene en gana sin dejar de lado el aspecto de la dependencia, el predominio.
Tener una vacuna propia anticovid en México es, incluso, una cuestión de seguridad nacional, pero desgraciadamente, esto no es prioridad ni siquiera de la Secretaría de Salud que, al parecer ni siquiera se imagina las implicaciones que esto tiene. En tanto, la Cofeprís, ni sus luces siquiera.
La única entidad gubernamental que ha mostrado interés es la Secretaría de Relaciones Exteriores que aportó el llamado “capital semilla” (3 millones de pesos) a algunos de los seis proyectos que existen, entre los que se encuentran los de las siguientes instituciones educativas: UNAM, Conacyt, Politécnico Nacional, Centro de Investigaciones y Estudios Avanzados (Cinvestav), Tecnológico de Monterrey y Universidad Autónoma de Querétaro (UAQ).
El proyecto de la UAQ es, si no el más adelantado sí uno de los más, pues inició desde junio del año pasado y estaría por iniciar experimentos preclínicos en animales para pasar a las pruebas uno y dos en humanos. La fase 3 es muy costosa y aquí les falta aliarse con farmacéuticas y que el gobierno también haga su parte, pero antes tenemos que mostrar resultados para obtener su ayuda. Desgraciadamente hay hasta 7 iniciativas al respecto en el país, pero no existe un proyecto nacional para el desarrollo de vacunas.
La rectora de la UAQ, Teresa García Gasca ha dicho en distintas ocasiones que, como carecen de recursos, salvo lo aportado por Relaciones Exteriores y una fundación chilena, han tenido que echar mano de colectas públicas y del sector privado. Su más reciente campaña fue un un ejercicio llamado Vacunatón que tiene el propósito de reunir 20 millones de pesos en varias etapas.
Claro, el problema actual no es solo la carencia de financiamiento para investigación científica.
El asunto es todavía más grave cuando no hay un sistema nacional para la adquisición de medicamentos dentro o fuera del país, en tanto que algunos laboratorios y centros de distribución fueron desmantelados bien por abusos o simple corrupción, o bien por considerarlos ligados al conservadurismo; asunto que terminó incluso con la escasez de medicinas indispensables, entre otras muchas, contra el cáncer, en particular para niños, al ser clausurada, por presuntos malos manejos,
a única línea de producción del país de la empresa local Pisa. Pero esa es otra cuestión.
La investigadora Cecilia Bañuelos Barrón, de la institución oficial Cinvestav, declaró a Bloombergs semanas atrás, que están a la búsqueda de fondos privados para “tener un financiamiento más robusto” y proseguir los estudios y crea nuestra propia vacuna.
Laura Alicia Aguilera, investigadora del Instituto de Biotecnología de la UNAM, declaró
a Forbes a finales de febrero pasado, que México requiere de su propia vacuna para no estar dependiendo del extranjero, pese a que de cada peso que se gasta en medicamentos, 90 centavos se van fuera. Debemos, como hace años, volver a ser autosuficientes en el cuadro básico de vacunas y que estábamos en el lugar que ahora ocupa India como gran productor de vacunas. “Pero somos malinchistas y preferimos lo extranjero” y lamentó que no haya suficientes apoyos.
Y dio un ejemplo de lo que se hace en otras latitudes en materia científica: “Mientras en Estados Unidos, por ejemplo, se arranca del kilómetro 10 y por autopista, en México, partimos de menos 5 y por brecha en plena selva. Falta, aseveró, que Cofeprís acompañe los proyectos y no se tenga que ir a tocar al final.
Por otro lado, la rectora de la UAQ, Teresa García Gasca, principal promotora de la investigación de la vacuna contra el Covid, dijo recientemente al portal electrónico Animal Político, que “el gobierno mexicano está más concentrado en buscar vacunas en otros países que en desarrollar una propia. “No hay un proyecto nacional para el desarrollo de vacunas.
Añadió que Conacyt apoya dos proyectos pero ignora bajo qué criterios, porque no se concursó. En junio del año pasado, la doctora García Gasca y el equipo de López Gatell tuvieron un encuentro, “pero no pasó más”. Y si el país no cuenta con su propia vacuna para el abasto nacional y hasta para exportar y generar riqueza –porque el virus seguirá–, estamos expuestos a lo que otros países dispongan y ahí están 67 países que no han recibido vacuna, subrayó.
Además del malinchismo tradicional del que habla la investigadora Aguilera, tenemos enfrente el desmantelamiento de algunos laboratorios farmacéuticos y de centros de distribución en lugar de haber llamado a cuentas a sus responsables y, en su caso, castigarlos con cárcel, se ha optado por una austeridad más que franciscana hasta carecer de lo más indispensable y, por ende, volver cada vez más vulnerable y dependiente al país. Y donde más duele que es la salud pública. Esta, no es una política de quien quiera tener rango de verdadero estadista.
Por esas y otras razones, desde el principio de la pandemia se batalló, y mucho, para conseguir los insumos más indispensables para el personal médico, desde cubrebocas hasta batas, mascarillas y otros enseres, lo que ocasionó que muchos trabajaran, y con mucha valentía, prácticamente con las uñas y no pocos quedaron en el camino, al grado de habernos convertido en el país con mayor número de muertes de enfermeras, médicos y demás personal hospitalario que combate al Covid-19.
Y qué no decir de los famosos respiradores mecánicos que se estuvieron consiguiendo con muchos trabajos.
¿Y qué decir de los respiradores o ventiladores que se hacen en el país? ¿Existen o no existen? Ya nada se sabe de varios esos proyectos privados. Ni siquiera los de Conacyt.
¿En dónde está ese nacionalismo?