No de ahora, sino de hace ya más de dos décadas, casi tan pronto como aparecieron los procesadores, la telefonía celular, internet y los teléfonos inteligentes y casi a la par las redes sociales con su intrincada intercomunicación, aunque frecuentemente con auténtica desinformación o falsas noticias ─fake news─ empezamos a preguntarnos: ¿tiene futuro el periodismo impreso cuando casi todo lo conocemos, y hasta lo vemos al instante?
A lo anterior se suma una serie de dudas, de muchas interrogantes que preocupan como: ¿Hasta dónde llegarán los diarios? ¿Qué será de las revistas? ¿Qué de los libros? ¿Qué de las librerías? ¿Al cabo de cuánto tiempo las bibliotecas serán solo museos? Pero antes, ¿qué será de las editoriales y toda esa cadena productiva y de quienes en ella laboran?
De hecho, ya están ocurriendo despidos masivos en todos esos eslabones deteriorados –señaladamente en los periódicos, en donde los salarios, para quienes tienen la suerte de quedarse, no han aumentado desde hace mucho─ por la crisis económica acelerada por la pandemia de Covid-19.
El número de lectores, de verdaderos lectores ─de esos que leen más allá de uno o dos párrafos frente a la luz del celular o de la computadora, y qué no decir de los impresos─, decrece abrumadoramente. Mucho más allá de lo jamás imaginado.
Y una pregunta más que muchos no sabremos responder: ¿Qué será del uso correcto, o siquiera aproximadamente correcto, del idioma cuando se prioriza no el trato al ente de carne y hueso cuanto al uso abusivo del lenguaje de género, se atropella la escritura sustituyendo, por ejemplo, la Q por la K o la G por la W y el vocabulario de los millennials y de la generación Zeta se reduce a unas cuantas palabras?
La comunicación a través de la red virtual es una auténtica maravilla que nos informa al instante y eso ha sido muy bien aprovechado por gente profesional, conocedora y responsable. No obstante, ante la facilidad de escribir lo que a muchísimos les viene en gana, tomar fotos, hacer videos a diestra y siniestra, de manera recurrente lanzan al espacio hechos no confirmados y, como ya lo enuncié antes, desinforman, alarman, ofenden, calumnian y difaman desde algún tipo de radicalismo ideológico o escondidos en el anonimato y en las granjas de bots, gracias a la sobre exposición que facilitan las redes sociales, donde tantos, tantos, sin la menor formación, la hacen de reporteros y comentaristas a la vez.
Algunos de esos, o esas, que se sienten influencers, son asiduos asistentes a las mañaneras que no van a cuestionar sino a lucirse, aplaudir y pontificar.
Pero volvamos al tema que nos ocupa: el futuro del periodismo, en especial el real, el impreso que vive su mayor incertidumbre. La respuesta exacta de lo que va a suceder en este fenómeno global, nacional y local, difícilmente alguien la podrá acertar.
No obstante, por lo que observamos todos los días en los diarios, podríamos asegurar que algunos tienden a morir de inanición, tanto por la falta de lectores como de anunciantes.
Periódicos hubo, tanto a nivel internacional como nacional y local que, rebosantes de anuncios, llegaron a rechazar publicidad o desplegados que no iban con su forma de “hacer periodismo”. Eso ocurría no hace mucho todavía en la plaza metropolitana tapatía. Hoy, la propaganda está ausente y tanto más, los lectores.
Ahora, algunos diarios locales han reducido a la mínima expresión su presencia física y el suscriptor o comprador de páginas y páginas ya casi no aparece por ningún lado siquiera para la búsqueda de oportunidades de trabajo, de ofertas, de compraventa de casas, terrenos o carros porque ya eso lo encuentra en internet.
Si el lector quiere encontrarse con reportajes, crónicas, buenas entrevistas o cualquier género periodístico, mejor acude a lo nacional o a periódicos de fuera del país.
Así hagan promociones de suscripciones a lo largo y a lo ancho, regalen el diario por semanas o meses, si no se encuentra con buenos analistas y trabajos exclusivos, nadie lo toma en cuenta.
¿Quién fuera a creer en Guadalajara, por ejemplo, que un diario tan antiguo ─104 años─ que hace dos años parecía tan sólido, como El Informador, ahora apenas publique un promedio diario de 18 páginas, cuando antes de esta situación promediaba 54 páginas y hace tres años, llegaba a tener hasta 80 o más de 100 páginas? Hoy, pálida sombra es. Sus páginas aumentan únicamente cuando alguien muy importante muere y, en ocasiones, ya ni así.
El sábado 17 de julio, este medio apareció con apenas de 16 páginas, escasa información local y nacional y apenas cinco internacionales, cuatro en su sección Revista, dos planas de autos, unas cuantas notas de deportes y una plana con artículos de opinión, casi dos planas de publicidad propia, plana y media de aviso de ocasión y algo más de media plan a de publicidad, entre privada y pública.
En contrapartida, Mural, su principal competidor en tamaño y recursos y 23 años de existencia, apareció el mismo día con más del doble de páginas, 36, dividido en varias secciones, aunque también con escasa publicidad, si acaso, una plana de publicidad.
El tabloide Milenio Jalisco, el mismo día, en su edición de sábado y domingo, contó con 64 páginas, cuatro secciones, incluido una edición especial, española, de 16 páginas.
Mientras tanto, el segundo diario más antiguo de la capital jalisciense (79 años), El Occidental, salió el mismo sábado pasado con 32 páginas en tamaño tabloide que introdujo hace tiempo. En encarte viene, deslucido, El Esto. Trae escasa información local, el resto lo compone información nacional de los soles de la Organización Editorial Mexicana.
Finalmente está El Diario NTR que, desde su creación hace siete años, aparece con gran formato, un tanto a la antigüita ─de los años 60-70─, con páginas tipo sábana. En su edición de fin de semana consta de 8 páginas, aparte de otras 16 con la edición resumida de El Financiero. Independientemente de éste diario, NTR, cuyo capital proviene de un empresario de Zacatecas, trae apenas media plana de publicidad, no obstante que se trata de un medio que, a través de reportajes y notas especiales, ha tratado de abrirse campo y hacerse presente.
Como quiera que sea, el periodismo impreso tiene cada vez menos lectores y eso hace muy difícil que sobreviva si cada cual no se esfuerza por aportar información más completa en tos los ámbitos y, especialmente, análisis amplios, profundos e independientes del acontecer, para tener la alternativa de ser leídos en físico ─lo escrito permanece─ y cuando hay buen material, se palpa, se guarda, se archiva, se relee con especial sabor. Al menos eso nos pasa a quienes hemos sido lectores de diarios.
Mi pronóstico es que, ante la crisis actual y las venideras, sobrevivirán diarios y revistas que presenten el mayor, mejor y más frecuente material exclusivo; los que tengan los mejores columnistas y articulistas, muy probos, independientes y capacitados, por supuesto.
El mayor secreto está, repito, en el buen material y, esencialmente, que se haga uso de la mejor prosa posible. No hay de otra.
Mientras tanto, los medios digitales ─hay varios muy buenos─ se quedarán con el público. De los impresos que sepan combinar lo tangible con lo virtual, sea o no a través de suscripciones, son los únicos que sobrevivirán a este tsunami informativo.
Y no olvidar verba volant, scprita manent (las palabras ─lo virtual─ vuelan, lo escrito permanece).