Que siga Andrés

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Que siga Andrés

Juan M. Negrete

A ver, aclaremos partidas. Mañana, domingo 10 de abril, aparte de conmemorar el alevoso crimen que se cometió en la persona de uno de los mexicanos más limpios, Emiliano Zapata, concurriremos a urnas por primera vez para echar a andar un método de remoción de titulares de gobierno. La costumbre es elegirlos, nada más. Hasta ahora no se había instrumentado un procedimiento de remoción. Pues hoy se inaugura.

Es del dominio público ya el monte en breña que tuvo que cruzar esta dinámica para ponerla en pie. No tiene caso peinar de nuevo toda la parafernalia vivida, aunque no habrá que olvidarlo, para saber dónde estamos parados. Nos decíamos o catalogábamos a nosotros mismos, los mexicanos, y casi por mero gusto, ser surrealistas. Como que veíamos tal comportamiento nuestro, barroco y enredado, como una virtud. Pero parece que el exceso hasta nos nubla la vista. Fue el caso con esta consulta de revocación.

Está claro que los niveles de aceptación de que goza AMLO no justifican el ejercicio presente. Obrador cuenta con la aprobación de una gran mayoría de paisanos. No se le ve mucho sentido entonces que se nos pregunte que si estamos de acuerdo en que continúe en el ejercicio del puesto que desempeña y al que le llevó un voto muy abundante y mayoritario. Si a esto, que lo ratifica, se agrega el hecho de no estar acostumbrados a remover de sus puestos a los mandatarios, pues se ve como algo natural que a muchos paisanos se les figure un ejercicio ocioso, aunque no lo sea.

De estos lugares comunes se ha cogido buena tajada de paisanos opositores o detractores de AMLO, para decir barbaridad y media, invitando a todo el mundo a no acudir a las urnas, a ‘no hacerle el juego’ a los chairos, a desairar a los morenos, a dejar chiflando en la loma a todos estos ‘aprendices de la democracia’, a conseguir que no concurra a emitir su voto la gran mayoría que tiene que estampar su firma (positiva o negativa) para que semejante ejercicio otorgue calidad vinculatoria al resultado.

Se parece mucho esta campaña negacionista a la que por tantos años promovió un buen sector de la izquierda, cuando el PRI era la gran aplanadora que arrasaba, en el sentido de no concurrir a votar, para no legitimar la elección y descalificar a quienes ascendían a los puestos de gobierno por la vía electoral. El ausentismo como voto válido. Ya dijimos que a surrealistas nadie nos gana. Y ahora, con el primer ejercicio de consulta revocatoria, estamos reeditando aquellos pasajes obtusos. Y como que nos sale y nos queda lo payaso

Ciertamente, si a Obrador no se le condena masivamente, si no existe alta oposición a sus desempeños, nos podríamos ahorrar esta consulta. Vamos a ir a votar y no vamos a escoger la opción de que se vaya, sino de que siga en el poder. Entonces ¿para qué preguntarnos nuestra decisión de autorizarle que siga o de ya interrumpirle su mandato? Pues ahí está el detalle, dijo Cantinflas. Si habiéndole otorgado un sufragio masivo y habiéndole llevado a la silla con abundancia de acompañamiento popular, la guapa oposición no se ha detenido en denostarlo, en descalificar cada uno de sus pasos, en pintarlo de negro e instalarlo un día sí y el otro también en el paredón para que se le acribille, ejerzamos la oportunidad de esta consulta para una vez más ratificar ante la contra que el voto popular sigue estando de su lado y que se aprueban los pasos que da en su tránsito de gobernante.

De todas formas hemos de estar conscientes todos de que los aferrados opositores no van a dar su brazo a torcer, así como tampoco bajará la guardia en su dinámica el equipo de funcionarios que acompaña a don Andrés. Aquí lo que hay que poner en claro es a cuál necedad de equipo (porque los dos actúan de la misma manera aferrada) le otorgamos el beneplácito. Podíamos habernos ahorrado la consulta, es cierto. Pero si poniendo el grito en el cielo, los contras se fingen de sordos y no frenan en sus desfiguros, callando nosotros, la masa amorfa de ciudadanos, lo lamentaríamos peor.

Un ejemplo claro de la sordera, con que nos atropellan, es el reciente jaloneo legal y jurídico en torno a la Ley de la Industria Eléctrica (LIE), que parece haber conocido por fin un buen remate en la semana. En marzo del año pasado fue aprobada y promulgada por el anterior congreso de la unión, en el que la bancada amlista gozaba de mayoría calificada. Se propuso voltearle la tortilla a la reforma eléctrica que había promulgado la derecha en el sexenio de Peña Nieto en 2013. Ya le habían cerrado la puerta a la participación del estado en dicha materia. La habían cancelado como servicio público y privilegiaban el enriquecimiento de los particulares, donde destacan unas trasnacionales españolas. Sus discursos en curso eran eufenmismo puro, dizque ‘inversiones’, dizque ‘emprendedores’, disque ‘energías limpias’… El fondo de aquella desnaturalización venía a poner fin a la rectoría del estado sobre la materia, consagrada por nuestra constitución.

De inmediato, al retomar la LIE de nuevo el rumbo, se interpusieron como cuatro mil amparos, que tulleron la nueva ley. Pero no sólo eso. La Comisión Federal de Competencia Económica y el gobierno de Colima promovieron ante la SCJN una controversia sobre su constitucionalidad. La fracción de senadores de la oposición lanzó contra ella una acción de inconstitucionalidad. Para buena fortuna de nuestra economía popular, en la SCJN no les alcanzaron los votos para desechar esta ley por mayoría calificada. La LIE se queda y sigue vigente. Así que, como en este asunto y por razones como las aquí vividas, hay que acudir mañana a la urna que nos toque y decir que siga Andrés, pues ya sabemos de qué se trata toda esta danza. Salud.

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