Sábado 15 de abril de 2023.- Ha estado muy ocupado el público tapatío comentando los avatares de la desaparición física del factótum, o cacique, o capo, o jeque, o como se le quiera apodar: Raúl Padilla López. La versión oficial de su deceso es reporte de suicidio. A ése habrá que atenernos. Hay especulaciones divergentes. Pero darles seguimiento es un ejercicio estéril. Demanda esfuerzos dignos de ser aplicados a otras vertientes productivas. Será mejor cerrar dicho capítulo morboso y continuar trotando hacia adelante, porque la vida sigue.
En correspondencia con este evento, es de referirse una anécdota chusca que me ocurrió hace años con un amigo entrañable, de apodo Lalo. Estaba yo sentado a la mesa de un café, al que suelo concurrir despreocupado, rodeado de buenos amigos como debe ser, cuando Lalo me avizoró desde la calle y dirigió sus pasos a la chorcha. Su saludo cordial de rigor, las presentaciones de cajón y se sentó a departir con el conjunto de amigos.
Viene a cuento, porque por esos días se difundió con fuerza uno de los primeros rumores, de varios que luego le siguieron, sobre el estado de salud de Raúl Padilla. Lo daban por muy delicado y a punto de expirar. Este rumor se repitió varias veces, pero reitero que fue uno de los primeros borregos. Cuando la chorcha estaba en su mejor momento, pidió Lalo la atención del respetable y la obtuvo de inmediato. Me iba a formular una pregunta seria y pesada y quería que le respondiera con el corazón en la mano.
_ Negrito – me dijo -, Raúl está a punto de colgar los tenis. Ahora que fallezca, ¿Qué van a hacer Doñán, Monterrubio y tú? ¿A quién se van a agarrar de su puerquito para destazar en los artículos que escriben?
No necesito relatar que la puntada desató la hilaridad de los presentes. Todos entendimos que era una broma, aunque un poco subida de peso. Ni era cierto que se estaba muriendo Raúl Padilla, ni había para qué reducir el foco de la lupa periodística de los aludidos a una parcela tan escueta y pobre.
Lo traigo a colación, porque ahora sí se nos fue ya de la escena de manera definitiva aquel joven rector, que llegó formalmente a tal puesto en abril de 1989 y ya no soltó las manijas del control, sobre todo lo referente a los dineros. Tras su período se siguieron unos seis encargados del despacho que le rendían cuentas puntuales. Todos sin excepción, salvo Carlos Briseño. Y bueno, éste terminó defenestrado primero y luego fue llevado al listado de los suicidios, voluntario o inducido, por su mano o por mano ajena. De eso se habló también mucho en su momento y nunca se han aclarado bien a bien las partidas. Ahora se le está recetando al caso de Raúl la misma pócima y el público no descarta ninguno de todos estos ases especulativos en juego.
Cuento atrás lo dicho sobre Doñán, Monterrubio y este redactor, porque llegó un momento, ya en la etapa en que consolidó su dominio sobre la comuna universitaria el ahora finado Raúl, en la que nadie alzaba la vista, mucho menos la voz, para cuestionar sus disparates. Éramos unos cuantos críticos. Nos contábamos con los dedos de una mano y sobraban dedos. Habrá que incluir en la lista a Pedro Mellado que nunca ha soltado tal hebra desde aquellos días. La pequeña diferencia entre Mellado y nosotros es que los del trío éramos profesores universitarios, estábamos en la nómina de la casa de estudios y nos jugábamos la suerte de que nuestros nombramientos fueran dados de baja por nuestro atrevimiento de estar enjuiciando al jefe.
No tenía por qué haber ocurrido así y no ocurrió. Ni a Juan José Doñán se le corrió o separó de su plaza de trabajo ni tampoco a Gustavo Monterrubio. A mí, menos. Debo decir también que nunca nos pusimos de acuerdo para lanzarle obuses al tal angelito. Como eran demasiados sus flancos flacos, nos sobraba material para estarlo dinamitando. Él, con sus arbitrariedades, no se cansaba de perpetrar estropicios y nosotros a señalarlos. No creo que le hicieran gracia nuestras denuncias y hasta burlas, que teníamos cancha libre para jugarlas. Pero tampoco se corrió de parte de él la burda ocurrencia de reprimirnos por dicha pista. Así fueron las cosas.
En más de una ocasión hubo amigos cercanos que me interrogaban en torno a si no abrigaba yo miedos en mi interior por la forma tan dura en que hacía señalamientos a tal personaje y tan encumbrado. La respuesta que me merecían tales prevenciones amistosas iba en el sentido de que Raúl aguantaba la carrilla. La verdad es que le tuvimos siempre bien medida la gamarra, a él y a sus caros sabios oficiales. Ahora habrá que decir que es capítulo cerrado.
Lo que sí debe quedar claro es que la crítica ha de continuar. Apenas se van a empezar a descorrer los velos de lo que intenten o tengan pensado hacer los que, de acuerdo a la voluntad del capo ya finado, están al frente de los hilos de control de la UdeG. Villanueva es el rector formal. Con la muerte de Padilla, pasa a ser el rector real. ¿Va a permanecer en el puesto, sin sobresaltos? ¿Los personeros o alfiles, que mantenía el jeque en los puestos decisorios, lo van a sostener en tal estrado? ¿O le irán a leer la cartilla y le pondrán condiciones que deberá de suscribir, para que el show continúe sin alteraciones de nota? De todo esto nos enteraremos en los días que siguen. Habrá que caminar entonces con los ojos abiertos y los oídos bien atentos, porque todo pinta a entender que no está el horno para bollos. Por lo pronto, ya ordenaron desde la rectoría que se retiren todos los exabruptos de propaganda que estaban dirigidos en contra de Alfaro, el góber pechocho. ¿Qué sigue?