Nuestra sucia vida privada
Juan M. Negrete
Las elecciones que vamos a vivir dentro de unos días es muy amplia en su cuantificación pues estarán demasiados puestos en disputa. Ya sabemos que hay tres vertientes distintas que buscan nuestro sufragio. La publicidad para cada puesto corre con cierta fortuna y como que ya están más que claras las partidas. Esta vez se hicieron entre los partidos registrados dos coaliciones o alianzas y sólo uno, el MC, decidió bailar suelto o despegado.
La disputa por la intención del voto está calientita. Desde antes de que arrancaran formalmente las campañas se habla de una distancia bien marcada de la corriente oficial frente a la opositora. Para casi todas las encuestadoras, la Sheinbaum aparece arropada, con diferencias de 2 a 1, o más, ante Xóchitl Gálvez. El muchachito Máynez no ha superado ni el dígito porcentual todavía, por lo que se le puede desde ya colocar en la tercera posición final.
Pareciera que el intervalo tan amplio de favoritismo para Sheinbaum ya no ha variado, aunque no faltó el disparate de una casa encuestadora que difundió a principios de la semana que doña Xóchitl ya había superado a la favorita, dándole un 38.9% en su cuenta, frente a un 38.7% de la morenista. Muchos comunicadores tomaron a chunga estos datos, aunque la señora de las gelatinas actúa como si fuera un estudio serio. En fin, con su pan que se lo coma y sigamos en la danza.
Lo que sí vino a resultar penoso por esta zambra, fue la revelación de dos asuntos de personalidades relevantes en el mundo de nuestras actividades públicas. Uno fue el supuesto secuestro del obispo emérito de Chilpancingo, monseñor Salvador Rangel. El otro caso fue la revelación de los datos de la nómina de pensiones de Pemex, en la que doña María Amparo Casar recibe jugosa partida mensual. Para ambos eventos salió de inmediato un torrente desbordado de comentaristas a favor y en contra de las implicaciones del caso. Parece que aún no amainan las diatribas, pues hay demasiado mar de fondo.
El señor mitrado de pronto se desapareció de la escena cotidiana por la que transita. Su ausencia subió a los medios como nota roja, política pero roja: Que había sido víctima de un secuestro. Como esto ocurre en el estado de Guerrero, pues sus captores debieron ser miembros de alguno de los muchos grupos del crimen organizado que pululan en dicha entidad. Era obvio que se prendieran las alarmas. Pero al paso de unos cuantos días se dio cuenta de su paradero y de sus andanzas. No había sido secuestrado, sino que un video lo captó ingresando por su propio pie a un motel. Luego se informó que en los análisis practicados a su humanidad se encontraron hasta restos de viagra.
Sus colegas mitrados entraron a una danza de señalamientos y condenas como para tapar el sol con un dedo. Se invocó de inmediato el manto protector del derecho a la privacidad de los asuntos personales. Para su desgracia, tales cendales no son tan densos para tapar con solvencia flecos tan escandalosos de su vida privada. Si el tal monseñor intervenía, un día sí y el otro también, en asuntos de interés público, como activo moderador entre los grupos armados que pululan por ahí, no podía pasar desapercibido. La mira en este caso se desplazó a la crítica generalizada en la infracción a su juramento de virginidad por él profesado. La violación a sus votos de celibato sacerdotal no lo dejan bien parado ante el casto público conocedor. No la tiene fácil.
En el caso de la señora Amparo Casar la cuestión atañe a asuntos de dineros muy altos y a ciertos acomodos tortuosos o evasivos a la justicia para obtener tales jugosos dividendos. Salió a la luz que su esposo, Carlos Fernando Márquez Padilla, trabajó en Pemex no más allá de un semestre. Luego vino su deceso, del que se asentó primero haber sido un accidente y después se señaló como un suicidio. De haber sido accidente, la entrega del seguro de vida a la viuda estaría dentro de los cánones que todos conocemos. Pero si la aseguradora encontró en sus pesquisas que fue trucada la causal de la muerte por suicidio a una que lo dio por accidente, tendrá todo su derecho a que se le reponga la partida que erogó por tal concepto en este caso.
No se habla mucho de lo endeble que resulta el dato de que el personaje finado haya laborado apenas medio año o menos para ganarse el derecho de una jubilación, en la que se sustentaría el pago de pensión por viudez a la señora Casar. Ésta lleva ya veinte años recibiendo tales partidas. No se trata de una suma módica, sino de 125 mil pesos mensuales. Si las pensiones por viudez se corresponden al 50% del total de la jubilación que recibiría el trabajador en retiro (en este caso, finado), entonces hablamos de una jubilación jubilosa de 250 mil pesos. No recibe cualquiera tal monto, sino sólo los exquisitos premiados de este aberrante modelo económico.
Las voces de denuncia se detienen tan sólo en la supuesta violación al derecho a la privacidad de la señora Casar. Luego saltó la liebre. Ella misma declaró que hasta hoy se enteraba de que lo de su esposo había sido suicidio. ¿Quién puede creer esto? Lo peor viene a ser enterarnos de que la señora Casar está ligada al equipo más cercano que promueve como candidata al poder ejecutivo a la señora de las gelatinas. De ahí que la comentocracia finja demencia y tan sólo coja el rábano por las hojas, para no discutir la deshonestidad evidente de estos desfiguros. Ya veremos si les reditúa votos a favor o en contra el hecho de que se nos esté revelando tanto cochinero. Las elecciones ya están a la vuelta de la esquina. Sólo nos falta que soportemos los debates finales que suscribieron para realizar y ya le paramos. En ésas andamos.