Alfonszo Rubio Delgado
En el Olimpo, los dioses dibujados por Homero eran puros. Dioses y diosas avanzan con sus respectivas inclinaciones. Todo emblanquecido. Las columnas olímpicas, cuyo mármol es de un blancor impecable, incluyendo esas venas que, en otros mármoles blancos, suelen ser de otro color. Al grado que no se puede desligar el color blanco de las divinidades y sus celestes aposentos. La inteligencia divina debía estar muy “afectada” por el divino color. Asuntos del entendimiento humano, deben ser salpicados del mismo. Todo pensador, que se precie de serlo, deberá ser blanco.
Ahora bien, ésta “fábula” resulta, a la postre, más que eso. Todo aquello que se nos ha presentado como algo que vale la pena, procede de “mentes blancas”. “Voces regionales” dirán que pensadores de tal o cual país de prietos descubrieron algo. Siempre veremos esos productos del pensamiento, firmados por blancos, blancos. Esa es una agresión pasiva. Consciente o inconscientemente, se ha llegado a normalizar. ¡Ha llegado a aceptarse tal tontería como algo cierto! No sólo por gente de baja instrucción. La han aceptado individuos con “intelecto desarrollado”. Pero han sido contaminados por la fábula.
También es cierto que mantener esto, exige recursos económicos. Y a quienes les importa mantener el cuento, ejercen dominio sobre aquellos que tragan la idea. Y lo peor es que los mismos consumidores son obligados a patrocinar la propaganda, misma que llega a través de los medios masivos, tratada obviamente por gente especializada. Agresión intensa pero pasiva. Jugada magistral muy impropia, por cierto. Quien agrede, debe dar la cara. Si se esconde es un cobarde.
Ahora bien, todo individuo debe ser un digno representante de su época. De tal modo que debe reunir experiencia vital y conocimientos académicos. Con ellos, aportar al conocimiento universal. No sólo ser un “muñeco de ventrílocuo”. Ello para darse cuenta de que, de acuerdo a su época, es superior. No en razón de su raza. Tampoco de su país. Mucho menos de su color. Por el simple hecho de pertenecer a una época superior, se es superior, tomando en cuenta la universalidad del conocimiento, el que éste se encuentre repartido de forma equitativa entre los miembros de una misma comunidad.
Desde esta perspectiva, todos los individuos pueden agregar algo innovador al conocimiento universal. Por disminuido que parezca, un individuo es portador de la posibilidad de superar a cualesquiera. Siempre y cuando se le quiten las piedras del camino, complejos de superioridad e inferioridad. Contar con suficiente número de “horas calle”. Esto es, haber aprendido a vivir sin patrocinios. Esto es fácilmente demostrable.
Supongamos que de pronto aparece el gran Napoleón Bonaparte con toda su gloria. Su objetivo será atacar una ciudad determinada. Luego los miembros de dicha ciudad se preparan para la guerra. Reúnen ejército y armamento de última generación. ¿Cuánto tiempo durará “el cabito” a este último ejército? ¿Diez o veinte minutos? ¿Media hora? ¡Cuando mucho! Desde que existió el gran Napoleón a la fecha, ha habido avances.
De este modo las ciencias, la tecnología, la filosofía y el conocimiento en general. Así, cualquier sujeto, que se precie de ser portador de alguna disciplina científica o filosófica, debe sentirse orgulloso. Todo mundo tiene la grave responsabilidad de hacer aportes significativos al conocimiento universal. Manifestar su superioridad en relación a otros pensadores que hayan existido en épocas anteriores. En razón de la superioridad manifiesta, sin aspavientos. con dosis de humildad y soberbia en equilibrio. ¡Con el fin de dejar claro, que el suelo ha sido marcado, por la huella de alguien cuya existencia valió la pena!
¡Saludos amig@s!