La poesía lírica de los demiurgos griegos.
Iván de Jesús Tornero Rodríguez.
Hay que centrar este asunto en lo que tal vez deba conocerse como la transición de la sociedad helena arcaica hacia nuevos valores sociales en Grecia. La tradición homérica es sin duda característica del pueblo griego. En la línea eupátrida, encontramos figuras como Homero, Hesíodo, Píndaro, Tirteo y Teognis, entre otros muchos. Pero no sólo ellos tuvieron relevancia. Cuando se habla de poesía griega arcaica siempre se remite a estos nombres reiterados, cuyo cuadro tradicional conforma la poesía épica, y se hace a un lado a los líricos demiurgos.
Ya sea por la novedad de su poesía, su optimismo y su hedonismo, que contrasta duramente con la tradición guerrera y pesimista de Homero y de Hesíodo, estos creadores deberían ocupar la atención de los investigadores de nuestro tiempo. Del pasado en estos estudios ya no se puede exprimir nada nuevo. Pero en lo de adelante bien se podrían inaugurar capítulos de atención que ilustre con aquellos contenidos a nuestras nuevas generaciones.
Esta es una confrontación poética donde la ideología juega un papel muy importante, pues en aspectos fundamentales de la vida, de la guerra, de la concepción del amor y de otros menesteres, el cambio es radical. Es primordial saber que aún dentro de la línea eupátrida, algunos líricos importantes trataron de darle otro enfoque al que se imponía de la línea central establecida por la ‘dictadura poética’ derivada de los cantos homéricos.
En el caso de Teognis de Megara se ve que, de lo que se ha conservado de su obra, trata de rescatar el modelo que sitúa al linaje y a la sangre en la nobleza como factor esencial. La nobleza no se adquiere, se hereda. Las consecuencias que se siguen de esta afirmación condicionan la amistad a la lealtad de clase, un elitismo fuerte, un exclusivismo político, que generará posteriormente la propia debilidad de la nobleza.
Otro hábito defectuoso incrustado en y derivado de tal ideología, será la fijación eupatridista de conservar la pureza de la sangre. Su resultado inmediato vendrá a ser el racismo, llevado a todo su esplendor. Pero con ello aparecerán de nuevo o se conservarán las secuelas negativas de los males endogámicos, que habían dado al traste con la salud reproductiva de las tribus arcaicas, al grado de la amenaza misma de su desaparición.
Eso de conservar la pureza de la sangre, alegando que no basta con haberla heredado, sino sumando la exigencia de conservarla, para hacer prevalecer su naturaleza divina (los nobles afirmaban descender de los dioses), les metió en callejones sin salida. Como no podía irse en contra de los dioses y sus designios, el sometimiento al resto de los pobladores, la posesión de las fortunas de unos cuantos poderosos, les aparecían en su discurso como otro más de los mandatos de la casta divina y, por supuesto, de sus dioses mismo, que venía a sumarse a su pesimismo radical.
Todas estas líneas oscuras de aquella poesía arcaica van apareciendo en una lectura cuidadosa de los textos de Teognis. Pero no sólo en tales materiales, sino también en los de Tirteo y hasta en los de Píndaro. En Tirteo, el genio homérico se vislumbra en todo su apogeo. Poniendo al valor militar por encima de toda virtud, no se necesita buscar ya más elementos de exaltación. Como lo dice en uno de sus textos clásicos más citados: “Es cosa bella que el hombre honorable muera peleando entre los primeros en la defensa de la patria (fragmento 6)”.
O bien, éste otro aún más extremo: “ Para los varones resulta también cosa bella ver a un joven admirable, amado de las mujeres, lleno de vida, que cae entre los primeros combatientes (Ibídem).”
Nos seguiremos ocupando más delante de estos asuntos tan sabrosos.