“Severance” y la enajenación
Pseudo Longino
Disponible en Apple TV, la serie “Severance” (Ben Stiller y Aoife McArdle, 2022) plantea un escenario distópico en el que una empresa, Lumon Industries, ofrece a algunos empleados un procedimiento de “separación” en su mente, de manera que la persona que está en el trabajo no recuerda nada de lo que hace la persona que está afuera, en su vida cotidiana.
Así, los empleados que aceptan la propuesta se dividen en un “intus“, es decir, ellos mismos cuando están adentro de la empresa, específicamente en pisos subterráneos, y un “exus“, la persona que son cuando están afuera y hacen su vida no laboral.
El personaje principal es Mark Scout, un tipo que, dentro de la empresa, recién ha sido ascendido a jefe de su área (“Refinamiento de Macrodatos”), por el despido de uno de sus mejores amigos, Peter Kilmer. Fuera del trabajo es un hombre solitario, que se dedica a ver la televisión hasta quedarse dormido y beber. No tiene pareja ni hijos, al parecer.
Sin entrar en detalles de los primeros capítulos, el planteamiento por sí mismo es muy sugerente, pues hace eco en prácticamente cualquier oficinista de una ciudad contemporánea. La serie remarca cómo las tazas de café, las computadoras, los escritorios divididos para varias personas, los artículos de papelería, los gafetes con cordón, los clips, los trajes, los manuales de procedimiento, las jerarquías, las corbatas, los zapatos boleados y los casilleros se han convertido en un nuevo hábitat. Y eso no vale sólo para Estados Unidos o Europa, sino que se ha globalizado. Es un modelo de trabajador y – lo sugiere esta producción – de persona.
Surgen preguntas como qué ventajas habría para una empresa si sus empleados fueran “separados” entre el que trabaja ahí y el que vive afuera. Uno podría pensar en que los de adentro no se distraerían con su vida exterior. No llevarían al trabajo sus problemas financieros, amorosos, familiares, sociales. Y, a la par, no llevarían al exterior posibles secretos de la empresa. Estarían completamente enfocados en su trabajo de oficina.
Para los trabajadores, por otro lado, podría haber ventajas análogas. En su trabajo no estarían agobiados por otra cosa que no fuera cumplir con lo que se les pide. Y, por otro lado, no cargarían afuera con las presiones del trabajo. En teoría puede sonar interesante, pero hay que caer en la cuenta de que lo que acaba por suceder es que se trata efectivamente de dos personas en una. El que está dentro de la empresa vive como si nunca tuviera descanso. Para su conciencia, sólo se trata de cruzar una puerta de salida para casi inmediatamente volver a entrar, como un continuo.
Y para el de afuera, hay ocho horas al día de los que no tiene memoria alguna. Sólo recuerda tomar el ascensor y salir de él. Su vida también es un continuo al que se le ha recortado toda la jornada de trabajo. No sabe qué es lo que hace en la oficina, no sabe quiénes son sus compañeros, no sabe a qué se dedica, ni el cómo o el porqué.
Si entendemos “enajenación” como “hacerse extraño de uno mismo”, aquí habría un muy buen ejemplo. Lo terrible es que son los propios empleados los que deciden “separarse” voluntariamente. Alguien en la serie lo dice de forma cruda: hay una parte de la persona, el “intus”, que queda atrapada en el trabajo, sin saber nada del “afuera”. Y nosotros podemos agregar que también el “exus” está atrapado, sin saber nada de lo de adentro. Es una auténtica división esquizofrénica extrema, con fines productivos y, no sabemos, quizá también políticos.
Volviendo al hábitat de la oficina, la “separación” permite a la empresa tener seres humanos completamente adecuados a ese contexto, que no saben vivir de otra manera que la marcada por las reglas internas, que no saben hacer otra cosa que estar frente a un monitor, comprar comida en expendedores, tomar agua en conos y seguir indicaciones según procedimientos establecidos, como si fueran una especie que evolucionó para vivir en esas cuatro paredes, junto con copiadoras y sillas con ruedas.
¿No nos exigen los empleos “separarnos” así? En cada centro de trabajo hay un “esquema” de empleado, al que una persona real debe adaptarse. El personaje ya está hecho y lo que nos exigen es que lo representemos lo más fielmente posible. Los mejores empleados son los que adoptan ese guion más íntimamente e incluso su persona de “afuera” termina por ser absorbida también. Los trabajadores problemáticos, en cambio, son los que menos se adaptan a ese esquema preestablecido.
Ahí está la enajenación: se nos pide que dejemos de ser lo que somos y seamos otra persona, la que la empresa ha diseñado para sus propios fines. Y esa otra persona, la del trabajo, puede terminar por enfrentársenos como algo hostil, forzándonos a dejar de ser lo que somos incluso afuera del centro de trabajo.
¿No nos darían lástima ahora aquellos empleados pulcros e impolutos, que siguen las instrucciones al pie de la letra y que, por eso, son premiados con ascensos y puestos directivos y de vigilancia? ¿No entenderíamos la compulsión de los que cumplen, pero se esfuerzan por demostrarse a sí mismos y demostrarles a los demás que afuera son personas muy diferentes, parranderas e irreverentes? En ambos casos su personalidad ha sido modelada por la persona que se les exige que sean en su lugar de trabajo.
“Severance” promete porque muestra problemas y dilemas reales llevados al extremo, lo que es quizá la esencia de las distopías.