La era de las redes sociales y la contemplación artística

La era de las redes sociales y la contemplación artística

 

Silvia Patricia Arias Abad

En la entrega anterior comentábamos de qué forma los museos han sido percibidos como espacios de integración donde se confrontan la obra y el espectador, creando así una relación estética de compromiso y complicidad. La obra se le muestra al observador como un objeto de deseo con la finalidad de ser descubierto en su intimidad. Sin embargo, con el advenimiento del internet y con ello, de las redes sociales, la interacción con la obra artística se ha transformado. La necesidad del espectador de captar a través de los sentidos la esencia de la obra artística se ha quedado en algunos casos, prácticamente en un segundo plano. Los espacios museísticos, y, sobre todo, los que albergan obras de arte reconocidas, son ahora espacios de consumo artístico al modo fast-food. El tiempo que el espectador dedica a la contemplación se ha reducido. Largas colas, masificación en las salas de exposición, cada cual, con el apremio de tomar la foto, la selfie, de captar el mejor ángulo a través de la cámara o del celular. Con osadía, esta actividad debe realizarse rápidamente, puesto que detrás de un espectador hay 20 más esperando ansiosamente por el mismo ángulo, se mira la imagen captada, no complace, se vuelve a intentar, jugando con la desesperación de los asistentes que aguardan con el mismo objetivo de capturar la mejor imagen, para luego ser compartida en las redes sociales con la intención de dar testimonio, no de una experiencia estética sublime con la obra, sino de haber estado ahí, con todo lo que ello implica, incluyendo claro está, la opinión social y los likes que va a producir.  

En la sociedad de consumo, los museos se han ajustado también a las necesidades de los nuevos consumidores culturales. Convertidos, algunos museos, en zonas turísticas, generadores de ganancias económicas producto de las ventas en las clásicas tiendas de souvenirs que son colocadas al final de la ruta de exposición, tal parece que lo significativo no es estar frente a la obra de arte. Al final, esta experiencia es momentánea, efímera, en algún momento el espectador tendrá que alejarse de ella, por lo que se buscará cubrir ese vacío a través de algo que represente lo permanente: la fotografía que luego se compartirá en una red social, o bien, un recuerdo material que represente en una réplica a la obra de arte que se admira.

Los museos se han popularizado, las redes sociales han acercado a la población en general las diversas expresiones artísticas y con ello, al deseo de estar ahí, en ese templo cultural donde son expuestas. Las visitas a los museos no representan sólo el interés estético de la contemplación, sino que al mismo tiempo refleja el logro de un estatus del visitante. Entendiendo que las grandes obras de arte creadas por los artistas más reconocidos se encuentran dispersas en las principales capitales del mundo, lo cual implica que los visitantes posean un capital económico para tal movilidad y, por ende, para tal consumo cultural. Según Bourdeau, la visita al museo deja en evidencia una distinción social y aún más, refiere que los espacios museísticos requieren ser decodificados e interpretados, por lo que únicamente quien tiene la capacidad de hacerlo (comúnmente un grupo reducido de personas con un bagaje cultural determinado) podrá llevar a cabo una aprehensión real del fenómeno artístico.

Jean Baudrillard llama a los museos “máquinas de entretenimiento” cuya finalidad radica, más que adquirir saberes y conocimiento, en consumir. Si a esto le sumamos las multitudes que se aglomeran en los espacios o salas de exposición, en donde los asistentes están más interesados en captar imágenes a través de sus dispositivos móviles, que, en llevar a cabo un real contacto estético con la obra, de forma directa y sin la mediación de la tecnología, cabría preguntarnos ¿Cuál es ahora el fin de los museos?, ¿Cuál es su papel frente a la sociedad de consumo, el internet y las redes sociales? ¿Sigue siendo el lugar de los espacios que invitan a la contemplación tranquila y detallada de la obra de arte? Sin duda, estamos viviendo una nueva etapa en la relación con los museos y las obras de arte: salas de exposición masificadas, donde la mayoría de las personas levantan el celular para ajustar la cámara y tomar la más fiel imagen de la obra, y que, dadas estas condiciones, resulta complicada, en ocasiones, la admiración detallada y tranquila del objeto de arte. Resaltar en este punto que algunos museos como el Museo del Prado en Madrid tiene prohibido el que los asistentes tomen fotos.

No se debe olvidar, que más allá de que algunos museos guarden obras de valor artístico y económico incalculable, y de que se han mostrado también como lugares de espectáculo, no pierdan su función de resguardar, mantener y cuidar estas obras, así como que sigan siendo depositarios de la memoria e impulsores de la identidad y la educación.

Algunos críticos, han considerado necesario promover el espacio museístico como un espacio no elitista, incluyente y además que fomente la reflexión y autorreflexión de todo el público. Los museos pues, deben ser el reflejo de la sociedad y la comunidad, deben favorecer el humanismo, porque el arte genera sensibilidad y emoción que podrían alejar de las conductas deshumanizadoras.  La relación de los museos y el público ha cambiado, y si bien las redes sociales y la tecnología han ayudado a acercar de diversas formas a los espectadores con las obras de arte y con el propio museo, también hay que calcular las posibles consecuencias de una comercialización excesiva que lleve a borrar los límites entre una actividad sublime como la contemplación estética de una obra de arte y la espectacularización o ridiculización del espacio museístico, de la experiencia estética y de las obras mismas. Evitar que los museos se conviertan en espacios tremendamente masificados que anulen la tranquilidad que debe imperar en toda actividad contemplativa, evitar que se conviertan en bazares de consumo cultural.

Pero a pesar de ello, el panorama no es del todo pesimista. Algunos museos se han vuelto más incluyentes, abiertos a nuevas formas de percibir el arte y hasta existe ya un “Día Mundial de la Selfie en los Museos” (el tercer miércoles de enero), en el que se fomenta este tipo de captura y pose fotográfica para acercar a los visitantes de la nueva generación a las obras expuestas, y así, poco a poco, extirpar la idea de que los museos son lugares aburridos en donde no hay posibilidad de vincularse o interactuar con la obra. Hay quienes están de acuerdo con estas nuevas formas de relación con el arte, y hay quienes no, lo que sí es importante resaltar es que las tecnologías pueden operar como eficaces distractores de lo que debiera ser la esencia de la apreciación estética, pero también pueden ser una ayuda eficaz para guiar a los visitantes en la familiarización de las exposiciones a través de nuevas experiencias perceptivas. El uso de la tecnología y de las redes sociales para potenciar la experiencia estética y museística depende del espectador. Es éste pues, quien tiene que educarse en el uso inteligente de estas herramientas y plataformas para mejorar y acrecentar un acercamiento placentero al arte y que no suceda todo lo contrario…