Suele tildársele a los primeros cien días de todo gobierno con el nombre de noviciado. Es la etapa de mayor tolerancia a las imprevisiones o tibiezasprimerizas, sazonadas como bono democrático. De ahí que no resulten tan duras las descalificaciones o críticas a las primeras pifias de un régimen. Se les dejan pasar hasta con un dejo misericordioso. Es costumbre arraigada en la práctica de muchas sociedades. Y no guarda mayor misterio el asunto.
Una vez concluido este período de gracia se desata el vendaval de los señalamientos y empiezan a desaparecer los requiebros de afecto o cariño declarado. Se guardan las distancias e inicia la lupa inquisidora, la cual, por otra parte, debe encontrar espacios de aprobación. Por ahí se va construyendo y consolidando la imagen de credibilidad y de aceptación para los nuevos gobiernos instalados. Es período de prueba y hay que saldarlo en positivo. De no ser así, se precipitan las variables negativas, a cuál más y mejor. Se supone que es una etapa deconsenso colectivo, que no dura para siempre.
Pues bien, doña Claudia va a cumplir apenas un mes en la titularidad del poder ejecutivo federal. Está gozando a plenitud de la aprobación por el arranque de su gobierno. No quiere decir que se le ha venido presentando el manejo del país y nuestras dificultades permanentes como si su tranvía corriera en miel sobre hojuelas. Nada de eso. Las complicaciones más serias que sacuden nuestra comuna le saltaron de inmediato al escenario y no le ha quedado de otra sino enfrentarlas.
Tres o cuatro focos de nuestras explosiones de violencia saltaron de inmediato a palestra. La que se vive en Chiapas es insondable. Desde que dio la cara el EZLN, viven allá en el sobresalto permanente, sobre todo las comunidades indígenas, confrontadas con los ricardos y viejos hacendados de aquellos lares. Por si fuera poco esto, mediatiza todo este enredo la presencia de los cárteles del crimen organizado. Muchos pintan tan tétrico el escenario chiapaneco que pronostican el estallido de una indeseable guerra civil. Las alarmas están prendidas y hay que hacerles caso.
Otro estado, siempre convulso, es el de Guerrero. Casi no hay región de esta entidad que no viva inserta en la violencia desbordada. Se sabe que derivan todos estos hechos denigrantes del enfrentamiento abierto ya entre las bandas del crimen organizado, de los cárteles de la droga, que cobran piso, extorsionan e imponen su ‘ley’ a cuanto ciudadano cae en sus garras. No es nuevo el deterioro que se vive en la entidad, a cuyas desgracias se suman luego los desastres naturales que la asuelan un año sí y el otro también.
La buena fortuna de una de nuestras regiones más nobles, como lo es el Bajío, también está soportando la purulencia derivada de la presencia de las bandas delincuenciales en disputa. No pasa día en el que no sea noticia nacional una masacre en Celaya, otra en Silao, y así en sus diferentes rincones, otrora idílicos. Se sabe que la medicina amarga de estos cárteles, aparte del control de las drogas, incluye la disputa por los espacios clandestinos del huachicoleo. Del atraco de esta materia prima energética han hecho su agosto los grupos armados en disputa. La única que no se aparece por ningún lado en Guanajuato es el hada madrina de la paz. O la secuestraron, o de plano ha de vivir soterrada ya casi sin signos vitales en algún sótano perdido de tan bellos rincones de nuestra patria.
Pero el conflicto que ha parado el dedo por estos últimos días, a los que tuvo que afrontar como tarea prima la señora Sheinbaum, vino a ser la guerra declarada entre las dos bandas sinaloenses, de las que se ha dicho siempre que son los productores y traficantes de las drogas más poderosas del país. Su presencia posee relevancia hasta mundial por su contacto con el mercado consumidor de drogas más grande del planeta, que es la unión americana. Si la materia prima para este gran consumidor le llega de cualquier girón del planeta, es evidente que por nuestra frontera norte hayan hecho la vía de traslado más efectiva. Y en ese enredo se están llevando a todo el país entre las patas, dicho con todo comedimiento.
Hay muchos otros líos, aunque de menor calado, que le han dado cara para afrontar a nuestra dama en el poder ejecutivo. El más escandaloso de todos viene a ser el conflicto con el poder judicial. Tal vez no lo sea con todo el espectro de los togados, sino fundamentalmente con la que conocemos como la suprema corta (SCJN). En los estertores del sexenio recién concluido, el reformador constituyente aprobó que el poder judicial fuera sometido al veredicto de las urnas. Dio los pasos conducentes para establecer esta nueva normativa y quedó establecida en nuestra Ley Fundamental.
Pero como si no hubiese sido plantada como directriz constitucional. Los señores togados viven una convulsión permanente y ensayan a dañar la imagen del nuevo gobierno, para presentarla con la cara de hereje que nos la vuelve repulsiva. Le han girado datos, documentos, amparos, dicterios e impugnaciones, apelaciones y huizachadas al por mayor. Y no podía ser de otra manera, porque, para trampas y dobles discursos, los señores del poder judicial se pintan solos. Aunque pareciera que ya empiezan a bajarle el tono a sus exabruptos, todavía no se canta la ranchera final. Quedemos atentos pues a mirar en qué termina tanto sainete tan descosido y tantos alaridos tan descompuestos. Aún le quedan dos meses vitales al premio del noviciado.