Enajenación inevitable

Enajenación inevitable

Pseudo Longino

Para Schelling, por lo menos hasta el periodo intermedio, el que la obra humana se nos enfrente como algo extraño es inevitable. Es la consecuencia de la contradicción entre la libertad individual, como causa, y las objetivaciones de esa actividad, como consecuencia. Lo que se cristaliza como objeto, más si es una obra colectiva, nunca agota la potencia creadora del sujeto, que continúa objetivándose sin cesar.

La explicación metafísica que da el pensador alemán tiene que ver con el concepto de “principio”. Para él, y a diferencia de Hegel, que pone al Espíritu en sí, como Idea, en el origen, para que después se exteriorice como objeto y vuelva a sí mismo en la conciencia individual, el principio es indiferenciado, no es idea ni es objeto, sino una mera actividad indeterminada que, sin embargo, se autodetermina, sin agotarse.

En las “Lecciones privadas de Stuttgart”, el filósofo expone este proceso en Dios mismo. Pudiendo permanecer contenido en sí, Dios, por su absoluta libertad, se autodiferencia o se autoaliena en otro. Es un proceso de revelación que implica una “contracción”: lo que se hace otro de sí es Dios, pero eso conlleva también que se contenga en sí mismo. La revelación implica una ocultación.

“Todo puede revelarse sólo en su contrario, es decir, la identidad en la no-identidad, en la diferencia, en el carácter distintivo de los principios”. Dios sólo puede revelarse en algo contrario a sí mismo. Igualmente, el hombre, siendo sujeto, se “revela”, “expresa” o “manifiesta” en lo otro de sí, el objeto.

Comenzaría así una odisea en la que el sujeto se objetiva en formas cada vez más complejas, pero nunca alcanza una exteriorización plena.

En la historia, los sujetos individuales actúan, ejercen su libertad, pero la obra colectiva se les impone como una objetivación que los determina. La enajenación, en este sentido, es inevitable. Y eso sería positivo, porque la capacidad creativa de la libertad es una fuente que no se agotará jamás, que nunca terminará por exteriorizarse plenamente. La existencia nunca coincidirá completamente con la esencia.

Para Georg Simmel, no obstante, aquí está el origen de lo que denominó “tragedia de la cultura”. Los seres humanos crean, el espíritu se “objetiva”, pero después esas objetivaciones adquieren una vida propia, que se le impone a los seres humanos. Como “cultivarse” sólo es posible a través de esas objetivaciones del espíritu, se vuelve una tarea imposible, pues han escapado al control humano.

Los artistas se ven sometidos por los cánones del arte. Los profesores y los estudiantes se ven ahora atrapados en las formas institucionales de la educación. Los científicos sólo pueden hacer ciencia según una lógica que se les impone desde fuera. Las creaciones humanas ahora marcan la pauta a los propios humanos.

Este planteamiento se vuelve trágico en Schelling porque la conciencia individual, a través de la filosofía, se percata de la imposibilidad de que el sujeto creador se identifique con el objeto creado o de que la acción encuentre en el exterior un reflejo fiel de sí misma. La conciencia individual descubre que la enajenación es consustancial a la creatividad.

La naturaleza, como exteriorización del sujeto indeterminado, es el camino hacia el espíritu. Y el arte, la religión y la filosofía, en su historia, muestran la actividad del sujeto, a través de la conciencia individual, sin agotarla.

Por eso toda etapa artística, todo sistema religioso y todo sistema filosófico están sujetos al tiempo y a su época, nunca llegan a la certeza o la verdad absoluta. Y, con el tiempo, incluso se convierten en una cristalización que obstaculiza o entorpece la búsqueda de la verdad y el movimiento del espíritu.

La cultura, como creación objetiva, se vuelve autónoma de los sujetos. La actividad espiritual se “reifica”, parece ahora no espíritu sino objeto. Pero, con su poder, pareciera un sujeto que instrumentaliza a los seres humanos, como sus objetos. Eso es la alienación o enajenación.

Para Schelling y para Simmel sería algo inevitable, como un destino trágico. Y, como los héroes trágicos, los seres humanos tendrían que afrontarlo como si pudieran evadirlo, sabiendo, dentro de sí, que no podrán lograrlo.