Carta del lector
Una reflexión navideña a destiempo
Todos de niños tuvimos experiencias navideñas, creo yo, similares, pero con sus diferencias. En mi caso, cuando empecé a tener conciencia de estas festividades fue cuando volví de la sierra de Sinaloa a la ciudad de Los Reyes en Michoacán. En este lugar, se acostumbraba no mezclar la Navidad con Santa Claus, a diferencia de lo que al parecer pasaba en El Grullo y de Jalisco hacia el norte.
Se me quedó grabado un episodio de mi infancia que me cuestionó mis conocimientos “teológicos”, pues yo creía que la teología y la lógica iban de la mano. Recuerdo que la mañana del 25 de diciembre del año 55 salí a la calle y un niño vecino andaba muy contento jugando una troquita nueva que jalaba de la trompa con un hilito. Al acercarme a él me dijo: “Me la trajo el Niño Dios. ¿A ti qué te trajo el Niñito Dios?”
Me quedé perplejo, totalmente confundido y le pregunté en forma de aclaración: ” ¿El Niño Dios?” Y me enfatizó subiendo el tono de su voz: ” ¡Sí, el Niño Dios! ¡Me lo trajo anoche!”. Yo le quise aclarar su error teológico y le dije: “No, el Niño Dios no trae regalos, es bien pobre, ni casa tiene, ¡nació en un pesebre! Los que traen regalos a los niños son los Santos Reyes”. Él no se rindió con mi argumento y me dijo: “Sí, pero también el Niño Dios”.
En ese tiempo y en esa parte del territorio mexicano ni conocíamos a Santa Claus. La Navidad nuestra era de posadas por las calles de los diferentes barrios de la ciudad con una burra de verdad y una niña de Virgen y un niño de San José. Y cuando se abría la puerta de la casa de la última petición se cantaba a todo pulmón “Entren santos peregrinos, peregrinos, reciban este rincón…” Y venía lo mejor: piñatas, ponche, bolos, juegos … ¡La pura felicidad!
Lo de los regalos infantiles era hasta que pasaban los medionorteados Reyes Magos el día 6 de enero.
Después me enteré de que ese niño raro del juguete navideño era de familia norteña. Lo que en mi pueblo se acostumbraba era que los niños pidieran el 24 en la noche o en la mañana del 25 de diciembre un “aguinaldo” que consistía en una golosina. Después le llamaron “bolo”. De ahí la canción “En la puerta de mi casa voy a poner un petardo pa reírme del que venga a pedir el aguinaldo…”
El imperialismo cultural capitalista metió poco a poco a Mercurio a contaminar las fiestas tradicionales y a inventar nuevas a beneficio del capital. El año pasado en estos días navideños vi en el malecón de Puerto Vallarta una revoltura de actividades alusivas a la Navidad: muñecos vivientes revueltos representando al Niño Dios, la Virgen, el Grinch, Mike Maus y demás personajes de Disneylandia, los Reyes Magos, diablo de pastorela, etc., y ahí cerca los Voladores de Papantla haciendo su espectáculo. Yo me preguntaba qué tipo de escamocha mental les quedaría a los niños que veían todo eso y se tomaban fotos del recuerdo con todos esos actores.
Cuando veo eso me pregunto, como San Agustín: “¿Dónde está el niño que era yo, a dónde se fue, qué se hizo?” Y me respondo como él: “En la memoria que sólo tiene presente”. Es un presente que me dice que ya he vivido mucho tiempo y que sólo me queda el agradecimiento por todo ese tiempo vivido. Heráclito tenía razón, no podemos bañarnos dos veces en el mismo río.
En esos años de mi infancia México estaba dividido hasta en el calendario y el horario: tenía, por ejemplo, dos calendarios escolares. Por cierto, eso me hizo repetir 3 años de primaria cuando nos fuimos de Sinaloa a Michoacán. Por eso me hice baquetón para estudiar: de tercero en Sinaloa me pusieron en primero en Michoacán. Ya sabía todo, ¿para qué estudiar?
Bueno, ya me salí del tema navideño.
Saludos y abrazos navideños para todos.
José Luis Pardo Ruiz