Zapata vive
Juan M. Negrete
Como ya nos vamos acostumbrando, la semana que concluye también estuvo batida. Eso de que el orangután güero, que funge de presidente gringo, subiera sus impuestos arbitrarios a escala de escándalo por fuerza tiene que llamar la atención de medio mundo. Pero para buena fortuna, él mismo marcó pausa a su jaloneo con los chinos. Sus alzas arbitrarias empezarán hasta dentro de tres meses.
Recuperada cierta calma, ensayemos a volver a nosotros mismos, a ver si no se nos ha caído la casa. Nuestra presidenta Claudia fue a Tegucigalpa, Honduras, con motivo de la toma de la estafeta de la CELAC por parte de Gustavo Petro, el presidente de Colombia. Los medios reportan que hizo muy buen papel. Les propuso, a los presidentes de los países de Latinoamérica y del Caribe ahí reunidos, que se ponganlas pilas y que nos integremos en un solo y único país. No lo dijo así, porque el lenguaje del mundo diplomático zurce de manera más finita, dicen ellos. Pero por ahí corre la invitación de nuestra presidenta y no estaria mal que ya nos pusiéramos las pilas y empecemos a trotar en tal dirección.
Somos una región del mundo en donde existen y funcionan muchos elementos comunes de identidad. Nos hemos estado tardando entonces en recoger nuestros bártulos y sentarnos a la mesa de los acuerdos para eliminar las fronteras artificiales, que nos impusieron los que llevan dos siglos entretenidos en saquearnos y mantenernos divididos. Si volvemos la vista muy atrás, allá para cuando arrancamos como países en las gestas de nuestra independencia de la corona española, hubo algunos intentos para lograr la conformación de un solo país. Bolívar era el alma de estos esfuerzos. Pero como que todas sus ideas cayeron entonces en el vacío. Así nos ha ido. Estamos obligados a recoger la estafeta.
Recogiéndonos todavía más a casa, este diez de abril conmemoramos el aniversario de la muerte de uno de los hombres más destacados del marbete de nuestra historia local. Nos referimos al bien querido y recordado Emiliano Zapata. Sabemos de sobra que murió masacrado y traicionado por un viejo barbón, de nombre Venustiano Carranza, que fungía de presidente de la república. Luego le aplicaron a él también la misma amarga medicina. Pero si le damos vuelo a esos recuadros de la memoria patria no concluímos nunca. Quedémonos entonces con el recordado Miliano.
El evento oficial del aniversario de su desaparición física tuvo lugar en Chinameca, Morelos, sitio en donde fue sacrificado. Cada año se corre la atención pública al lugar para no olvidarlo. De todas maneras, nuestra gente no lo ha tirado al cesto de la basura. Lo mantiene vivo en el altar de la memoria. Pero no está de más esto de montar altares y tirar cohetes al cielo en su recuerdo. Lo interesante de este año fue que haya asistido a la conmemoración oficial nuestra presidenta Claudia. Según dijeron los cronistas, hacía como treinta años que no acudía el presidente en turno. Así que hay que registrarlo con castañuelas.
Es pertinente recuperar su imagen y desempolvarle el sarro que produce el olvido a los personajes. Junto con la figura de Cuauhtémoc, al que nuestro poeta Ramón López Velarde motejó como nuestro joven abuelo, la de Zapata viene siendo la imagen más popular y más querida que tenemos en nuestra cartelera afectiva y afectuosa. Nos identificamos con él, sea por su vestimenta de charro, por su sombrero ancho, por su estampa de ranchero, por la mirada penetrante con que nos han pintado su retrato. Por lo que sea, pero lo hemos hecho nuestro.
Estaría en pugna su lugar en nuestro corazón con otro u otros de los próceres a quienes desde pequeños nos indujeron a querer e identificar como propios. Serían, aludiendo a algunos, el Centauro del norte, Pancho Villa; el mismísimo padre de la patria, don Miguel Hidalgo y Costilla; su brazo derecho, por más señas también curita, José María Morelos; y algunos más.
Lo indiscutible es que Emiliano Zapata nos queda ajustado a todos los mexicanos como mandado a hacer para presentar nuestra figura en público de la gente, aquí y en China, ahora que se pusieron los aranceles en la danza de la atención mundial. Y casi siempre lo imaginamos o presentamos con su rifle en la mano, con sus carrilleras puestas y la disposición a no rajarse en la lucha. ¿Cuál lucha?
Aquí está el punto de oro de su reivindicación. Zapata fue y sigue siendo un peleonero, como se supone que somos todos los mexicanos. Pero cuando vivió y anduvo alzado, hubo contemporáneos, otros mexicanos como nosotros, que le apodaron como el Atila del sur. ¿Atila? ¿El bárbaro que destruyó a la Roma histórica, la capital del imperio antiguo? ¿Era Zapata un salvaje? ¿Quién lo miraba de ese modo?
Pues sí, no hay que extrañarnos. La gente de la derecha de su tiempo, la que aplaudía, usufructuaba y se gozaba del saqueo que se había hecho de los territorios en el país, arrebatadas las propiedades a sus dueños históricos que eran nuestros abuelos indígenas, lo miraban con esta ira. Y lo calificaban de tal: ladrón, abusador, irascible, criminal y… paremos de contar.
Las haciendas eran los emporios agropecuarios que sostenían la economía del país por aquellos días. Pero los siervos de la gleba, el 90% de los trabajadores del campo, eran los gatos de esos dueños. Tales esclavos, en los hechos, venían siendo los nietos de los antiguos dueños despojados. Poniéndonos el saco, vienen siendo nuestros abuelos. Ellos son los que miraron con gran gusto el levantamiento de Zapata y le siguieron en masa, hasta conseguir el triunfo de su ideal revolucionario. De ahí la gran admiración que le tributamos. Zapata vive, la lucha sigue.