Carta del lector

Carta del lector

 

Comentario al artículo “Francisco, el porteño”, de Gabriel Michel Padilla:

 

Hay mucha tela de donde cortar en este artículo. Históricamente los franciscanos son el lado opuesto de la medalla en relación a los jesuitas. Por eso, que un jesuita se identifique con Francisco es decirle a su Iglesia que se intenta finiquitar una fuerte y soterrada pugna filosófica y teológica que conlleva muchos y grandes intereses de todo tipo.

La única y auténtica “reforma” que ha sufrido la Iglesia católica o romana fue la de Tomás de Aquino en el siglo trece. El transformó la línea mística del agustinismo dando pie al naturalismo de donde se nutre el Renacimiento. En este movimiento cobra importancia el mundo material: Dios es creador también de la naturaleza material y no solo del mundo espiritual. También el mundo temporal es bueno porque es producto divino. Se instituyen en la Iglesia festividades como la del “Cuerpo de Cristo” o “Corpus Christi”, “El Sagrado Corazón de Jesús” y “Corazón de María”. Se construyen templos dignos de Dios, como las enormes catedrales góticas y el escandaloso Palacio del Vaticano… Los “contrarreformadores” escandalizados quieren volver al origen, al cristianismo de los pobres, de los marginados, de los bienaventurados del Sermón de la montaña (el de San Lucas) que rechaza totalmente a los ricos. San Francisco quiso adelantarse poniendo el ejemplo y dejando una herencia que aún no se extingue. El agustinismo revivió en Lutero y otros más el espíritu cristiano del origen, son los “contrarreformadores” que sostuvieron la teología “conciliarista” contra la infalibilidad papal.

Dentro de la jerarquía eclesiástica católica siguen estas disputas pateándose por debajo de la mesa. Benedicto no renunció nomás porque sí, los forcejeos lo llevaron a la renuncia. Por eso Bergoglio quiso en su mismo nombre papal mostrar un enorme símbolo de conciliación: un jesuita, tomista, por ende, se identifica como franciscano. Claro, tenía que ser jesuita latinoamericano, de esos que contaminaron al tomismo con Marx y dieron forma a la teología de la liberación. Esa misma teología que Juan Pablo Segundo condenó, aunque nadie le hizo caso. Esa teología que produjo mártires jesuitas y de otras órdenes, así como civiles.

El nombre papal es simbólico. “León XIV” conlleva una gran responsabilidad, pues se supone que es la continuación de un olvidado “León XIII”. Ya se verá lo que realmente muestra en los hechos este nuevo Papa.

Saludos a todos.

José Luis Pardo Ruiz

 

Comentario al artículo Tres latinoamericanos en el cielo, de Josefina Reyes Quintanar

Yo creo que Vargas Llosa se fue al averno por lacra.

Armando Martínez Moya

 

Comentario sobre el artículo Los indígenas mexicanos, atrasados y precarios, de Alfonszo Rubio Delgado

Esta forma de ver las culturas indígenas es darle la razón al más puro fascismo. Sería bueno que antes de denostar las culturas originarias se conociera un poco de la “epistemología del sur”.  Referirse a los indios como seres inferiores a los “progresistas” europeos liberales y capitalistas es creer ingenuamente que la historia de Europa es la historia del mundo y que el mito europeo del progreso es un mito universal, el único válido en todo el orbe. Es el absurdo imperativo de “ser como ellos”, en palabras de Eduardo Galeano.

Los lenguajes no son sólo sonidos para referirse a las cosas. Las palabras son el instrumento humano para crear la realidad, y cada cultura norma su orden social a partir de su lenguaje. Las palabras de lenguajes diferentes no son envases de refrescos en los que puedes meterle cualquier contenido como si vaciáramos una coca en una botella de Pepsi. No se puede decir que “mamá”, se dice “mama” en purépecha, por ejemplo. Los significados son muy distintos. Son creaciones de culturas distintas. Aunque las palabras se escuchen parecidas los significados o conceptos son muy distintos. E igual pasa con la estética, la ética, las relaciones sociales, etc.

Habrá que comprender un poco más desde la antropología lo que son esas culturas de los pueblos originarios antes de querer fungir como sus salvadores.

José Luis Pardo Ruiz