Hurgar con catalejos
Amado Aurelio Pérez
Con el inicio de la llamada modernización en la capital del Estado de Jalisco, liderada por los capitales especulativos que prometían atender demandas sentidas por sociedad tapatía, particularmente en los aspectos de movilidad, vivienda; la destrucción de la fisonomía originaria de la ciudad de Guadalajara era la caja de resonancia de estas disputas. La Ciudad de las Rosas, era el típico lugar de arribo de migraciones rural – urbanas, y los fraccionamientos y colonias dieron origen a un crecimiento anárquico, encabezado por los especuladores inmobiliarios, que empezó con la destrucción de la expenal de Escobedo, (hoy ex parque Revolución, o parque Rojo), la cruz de plazas y pronto se extendió a las zonas de la llamada colonia americana.
Existen diversos registros sobre este proceso de urbanización descontrolada, aunque con diferentes bitácoras; en el trabajo literario, se refleja de manera especial, en la novela “el espíritu asesino”, recién editada por la Editorial Página Seis
1948 se iniciaron los trabajos de demolición de los portales, la apertura fue desde San Juan de Dios al parque de la revolución. Prácticamente se borró la fisonomía del ahora llamado centro histórico. El modernismo como corriente estético-política, idea es la que guía los cinco capítulos de la novela contada desde los cruces de la Av. La Paz y Calle Pavo.
En una pesquisa monumental –y extraordinariamente organizada– Rodolfo Quintero, actualiza algunas de las historias que resultaron mutiladas en los archivos y que el lector, sin duda, también quiere curiosear para darle un cierre a la lectura. Es así como logra dar vida a los personajes de varios de los casos más destacados, del crecimiento especulativo del suelo, y de las consecuencias que aquellos hechos tuvieron y siguen teniendo en la vida y el entorno de la Guadalajara de hoy.
La obra también deja manifiesta una preocupante actitud del ser tapatío, frente a lo foráneo, que hoy sigue vigente: Llama profundamente la atención la aversión hacia la diversidad, hacia lo vanguardista o lo diferente. novela como género. Es verdad que el más activo novelista mexicano por esos años, Carlos Fuentes, está enfrascado en otro tipo de luchas (como la de interpretar el legado político del movimiento estudiantil de 1968, para hacerlo entroncar con la tradición de la
revolución mexicana como lo revela su libro de ensayos de 1971 (Tiempo mexicano) y sus prioridades oscilan también hacia la política en activo.
Otra posible explicación es que por esos años la novela transita por una de sus múltiples crisis, la que le imponen las neovanguardias francesas, con el Nouveau Roman. El boom en América Latina y la aguda lectura desde la historiografía echarán a florecer a granel plumas literarias que van desde la de Carlos Fuentes y la del propio Pacheco, hasta las del refinado poeta José Carlos Becerra y el cabecilla de la abjurada literatura de la onda, José Agustín, que, en respuesta a la nobleza de sus tutores, escribe críticamente acerca de ellos: al referirse a Rulfo, dice que está rebasado.
En efecto: al igual que afuera, en las calles y en las universidades, aquí los jóvenes también reniegan de los viejos y quieren tener la batuta en sus manos. Otros saludables síntomas del periodo: las escritoras (Elena Garro, Rosario Castellanos, Inés Arredondo, Amparo Dávila, Elena Poniatowska, etcétera) publican y se consolidan en el oficio; las editoriales trabajan a marchas forzadas (Fuentes les entrega sus novelas La muerte de Artemio Cruz y la de Aura, que por su forma y contenido corresponden a extremos opuestos del espectro literario, y los neo escritores lo imitan con abundante y variado material); relativamente el llamado milagro mexicano de los sesenta –esa combinación entre crecimiento económico y estabilidad política que impone el modelo peculiar autoritario del PRI en las décadas previas da pie para que toda una franja social desde 1971 en adelante se considere de clase media.
La literatura, sin embargo, suele reaccionar con cierto retraso sobre su propio presente.
La novela, sin buscarle una mirada nostálgica de los tiempos en los que la prosperidad de la clase media se estaba construyendo (los idealizados años cincuenta), no puede entenderse sin una adecuada contextualización dentro de una serie poco estudiada hasta ahora: la de la formación de la clase media en la narrativa mexicana cuyos esbozos son descritos en la novela de Rodolfo Quintero, EL ESPÌRITU ASESINO.