Nos invaden los bolillos
Juan M. Negrete
Bien recitaba el corrido que les compusieron a los vecinos gringos, cuando se les ocurrió incursionar en nuestros parajes norteños para atrapar a Pancho Villa: ¿Que pensarían los bolillos tan patones / que combatir era un baile de carquís?
Por los días que corren se ha soltado insistente la especie de una posible incursión militar de los gabachos a nuestro territorio. Con eso de que ya declararon como terroristas a los cárteles drogueros que habitan por acá, con nosotros, aunque sus ganancias florecientes se den por allá con ellos, el discursito insistente en que se van a meter a la brava y van a hacer cera y pabilo con gente nuestra, es la imagen monstruosa que se anda expandiendo. Lo más probable es que la pretensión escondida tenga que ver con sembrar el miedo, que no resulta tan trabajoso.
Esta apreciación, que ha encontrado apoyo en muchos sitios mediáticos pero ha sido también desmentida por la titular del ejecutivo, doña Claudia de nuestros respetos, tiene muchas agarraderas. La primera de todas es la falta de seriedad del imperio yanki en su trato con muchos de los países a los que les ha dejado caer la reata. Avise o no lo haga, de pronto va y se les mete hasta la cocina e impone su fuerza. Para eso será imperio, se habrá de justificar con quienes estén de acuerdo. Pero de que está mal, que ni qué.
Podríamos hacer un buen listado de todos los países agraviados por tales irrupciones. Medie o no declaración de guerra, la fuerza militar güera invade y se mete hasta la cocina del país agredido y ni quien le pare los tacos. Una, porque no resulta fácil hacerlo. Y la otra, porque la agresión del país imperialista en turno nunca anda pidiendo permiso. Es el formato de la fuerza, que ejerce sin más. Y al que no le guste, el fuste.
No en todas sus invasiones les ha acompañado el éxito. Por ejemplo, en el Viet Nam de los días de nuestra juventud, después de haber descargado en aquellos territorios miles, cientos de miles de toneladas de bombas de avanzada, tuvieron que salir con la cola entre las patas. En 1975, si mal no lo recordamos, los patriotas combatientes del Vietcong los sacaron de las cuevas y les hicieron morder el polvo de una derrota vergonzosa. No platican ellos mucho de semejante derrota, pero de que les costó un tanate y la mitad del otro y que tuvieron que tragarse la hiel del fracaso, es parte de la historia y no se puede negar.
En otros lugares, como en Afganistán, también les fue como en feria. Aunque luego suavizan ellos la píldora y nos recetan narrativas edulcoradas que deforman lo realmente ocurrido. Pero no nos vayamos tan lejos. El lejano y el cercano Oriente nos quedan en el otro extremo del mundo. Vengamos a nuestra propia vecindad, a las goteras de nuestras viviendas, en donde se han pulido por hacernos la vida pesada.
En la América Latina o nuestra América, como le decimos con cariño, es más que difícil de borrar su presencia permanente. Están metidos hasta la cocina de todos nuestros países y hasta suelen negociar con otros a nombre de los gobiernos de nuestros pueblos. Nos inventaron por ejemplo una OEA, a la que le hacen militar representantes de nuestras republiquitas bananeras, y desde ella califican y/o descalifican a los gobiernos en turno.
Si les viene en gana. Bolivia es una dictadura y ahí anda el pobre de Evo a salto de mata. Si les parece, en Perú desbancan a Pedro Castillo y así por el estilo. Hacen ganar, aunque haya fraude de por medio, a Noboa en Ecuador. Y la OEA aplaude. El figurín de Bukele empezó llegando al poder mediante sufragios legales, pero luego alteró los formatos y ahora ya podrá reelegirse legalmente. O sea que será dictador. Pero no habrá bronca pues será tirano al gusto de las barras y las estrellas.
Al pobre de Maduro le llueve en su milpita, una temporada sí y la otra también. Ahora hasta ofrece la caja registradora gringa nada más que la cantidad de cincuenta millones de dólares por quien dé pistas para su captura. ¡Háganme el favor! Y eso que es el presidente de Venezuela. No se miden pues los güeros. Está visto.
Bueno pues, viniendo a casa, ya no sentimos lo duro sino lo tupido. Con el conque de que el consumo de las drogas es su dolor de muelas, y también a su ver que los causantes de que sus chiquillos anden abriendo a escondidas el botiquín son los surtidores; y que éstos son mexicanos; entonces, el turno es para los cárteles de mexicanos que se dedican a estos negocios turbios, de los que no les dan a ganar nada.
¿Será de veras por esto que les quieran ajustar las cuentas, valiendoles que estén o no en territorio gringo? La posibilidad de que los avasallen y bombardeen, aunque anden en nuestros terruños ¿es descartable? Nos tranquiliza doña Claudia, diciéndonos que no se atreverán; que los acueredos que se tienen suscritos no contemplan tal transgresión. La pregunta a fondo y en serio viene a ser si los bolillos tan patones saben respetar o no los compromisos, aunque los firmen.
Si terminan invadiendo y trillando nuestros parajes, so pretexto de perseguir narcos terroristas según ellos, no habrá de sorprendernos. Este sería su pretexto actual. Cuando invadieron Texas y se quedaron con ella, pusieron de pretexto un litigio de diferencias por los límites de la frontera. Cuando invadieron todo el norte y nos lo arrebataron, pusieron pretextos de que eran territorios poco poblados. Cuando se quisieron meter por Veracruz, también nos salieron con una y un pedazo. Y así se la han seguido llevando.
No somos, en general, los mexicanos muy afectuosos con estos vecinitos avorazados. Pero si podemos seguir llevando la fiesta en paz, ¿para qué buscarle entonces ruido al chicharrón? Ojalá ya entren en razón.