Más sabe el diablo por viejo
Josefina Reyes Quintanar
A lo largo del tiempo se han dado diferentes interpretaciones a las causas y consecuencias del envejecer. Siendo un fenómeno tan complejo, éstas han variado de acuerdo con la época, la cultura y la religión, a los conocimientos técnicos y científicos del momento. El testimonio de muchos ha quedado plasmado en manifestaciones literarias. Ya nos lo decía Cicerón en De Senectute, “La gran edad, especialmente cuando se honra, tiene una influencia tan alta que otorga más valor a todos los placeres anteriores de la vida”.
La literatura ha mostrado algunos cambios en la representación de la vejez, entre el optimismo y el pesimismo; desde la sabiduría de los ancianos en las epopeyas antiguas hasta llegar a las complejidades del envejecimiento en la narrativa contemporánea. En obras como La Odisea o El rey Lear de Shakespeare se muestran ancianos sabios, reflexivos y llenos de aprendizaje. En el siglo XIX, en La muerte de Iván Ilich de Tolstoi, se representa el miedo a la muerte y el vacío existencial que acompaña al envejecimiento. Posteriormente llegarán obras como El amor en los tiempos de cólera, donde García Márquez crea un amor que florece en la vejez rompiendo las convenciones sociales; por otro lado, Elegía de Philip Roth nos enseña una realidad más cruda enfocándose en las limitaciones físicas y emocionales de la senectud.
Estamos constantemente estimulados en los medios de comunicación y las redes sociales en recomendaciones sobre nutrición, medicina, ejercicios y tecnología para prolongar la vida y mejorar su calidad, para que nuestro aspecto físico retarde, en la medida de lo posible, el envejecimiento y que no se nos “noten” los años que cargamos. Consejos de belleza y maquillaje para promover una vida más plena. Sin embargo, están también los detractores: escritoras como Susan Sontag y Margaret Morganroth Gullete cuestionan la obsesión por mantenerse joven, critican la tendencia a reforzar estereotipos negativos sobre la vejez lo que nos lleva a una cultura de insatisfacción corporal.
En nuestra cultura globalizada de consumo y espectáculo dos de los valores más preciados son la belleza y la juventud, siendo la última la más rentable y productiva para el sistema económico; y la primera se nos ha impuesto, según sus estándares, como un fin a perseguir a como dé lugar ya sea comprando productos: maquillaje, pestañas postizas y ropa o ya de plano hacernos de una cirugía estética. ¿Dónde quedan entonces los antónimos? La vejez y la fealdad son de lo más denostado y discriminado. Es una carga, sobre todo para las mujeres, el empezar a vivir con las arrugas, las canas, las dolencias físicas y la enfermedad en esta etapa como antesala a la muerte. Comunes son los calificativos hacia una anciana que suele “salirse” de los establecido para su edad como “vieja bruja” o “ridícula”. Y a los varones también les llueve con el “chavorruco”.
Y precisamente para denunciar este aspecto de la sociedad, hace más de 50 años, Simone de Beauvoir publicó su ensayo La Vieillesse, el cual dividió en dos partes. La primera esta dedicada a la parte histórica, sociológica y antropológica de la vejez, en el cual constata que, como muchas otras cosas humanas, la vejez es un fenómeno sociocultural y no sólo biológico. En la segunda parte la autora aborda la cuestión de la vejez en el mundo contemporáneo y tras esa evaluación nos brinda algunas conclusiones. No se puede dejar de obviar que la vejez se dice y se vive de muchas maneras.
Importante es definir la vejez, no como una etapa que no queremos ver llegar, o retrasarla lo más posible, sino como una parte importante de la experiencia humana, un enriquecimiento de nuestra comprensión de la realidad conforme el paso del tiempo. Seamos conscientes de que es el destino que nos aguarda a todos.