Ambivalencias de Alfaro

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¡Vaya, vaya!, ¿quién lo hubiera creído?… Todo el tiempo que dura ya su sexenio llevaba tirándole a dar al presidente AMLO, con o sin motivo, por hablar o por no hacerlo, porque se moviera o porque estuviera rígido. Campaña que no conocía fatiga. Tanto insistía en descalificar a AMLO, que muchos ya hasta lo proponían como el marchista número uno del maratón de futuribles. Desde ya lo instalaban a la cabeza de los competidores por el relevo de AMLO. Y eso que el 2024 todavía nos queda bastante lejos. Alfaro

Pero en un tris se le derrumbó todo este castillito de naipes. Concertó Obrador, dentro de sus actividades nacionales, una visita oficial a Guanajuato, Jalisco y Colima. Como corresponde a su rango, pues es la máxima autoridad en la federación, apareció flanqueado por el titular ejecutivo local. Así son los protocolos figurativos de la actividad política y sus rituales. Los que andan en el ajo le entienden bien al intríngulis de estas faramallas. No hay para qué rasgarse las vestiduras por tan poquito.

Crítico tan insistente de Obrador y de las medidas que nos llegan desde el centro, Alfaro tenía que suponer que de esta visita le podría brotar un trago amargo. Pero había que cumplir con comedimiento, sin alharacas, sin aspavientos, como le corresponde actuar a toda autoridad constituida. En Guanajuato, Sinhué, otro gobernador parlero, panista por más señas, dobló las manitas ante el Peje. Se miraba tanto o más alzado que Alführer. Les quedó a deber a sus aduladores. Pero dejemos Guanajuato.

En la mañanera de Zapopan, a Alfarito se le apareció Juan Diego. No se entiende bien si esperaba el macanazo que recibió en la nuca o no, pero tal vez sí debió calcularlo, a partir de su insistencia a mostrarse mostrenco y altivo en contra de AMLO, viniera o no al caso. En la primera fila de los periodistas que acudieron a la mañanera, una muchacha bien guapa y bien valiente, Juncal Solano, pidió la palabra y se la concedieron. Le dirigió tres cuestionamientos directos a su actuar como gobernante local. Primero, su incoherencia en cuanto endeudar a la entidad con una cifra escandalosa. Ya en este momento va en 33 mil millones de pesos, cuanto en campaña hizo pública su promesa de no endeudar al estado ni con un solo peso partido por la mitad. Se atrabancó en la respuesta, balbució, tartamudeó. No supo qué contestar y quedó exhibido. Fue la primera banderilla.

Con esta campanada hubiera bastado. Pero la chica, enjundiosa, lo llevó hasta un callejón sin salida. ¿Cómo nos explicaría, a sus gobernados desde luego, el despilfarro para pagar a ciertos personajes, que se tildan a sí mismos como intelectuales, con tal de que lo halaguen y adulen llamándole por ejemplo nuestro nuevo Mariano Otero? Se refirió en concreto a la dádiva de cinco millones de pesos a Enrique Krauze, el de la democracia sin adjetivos, alumno y heredero de Octavio Paz por más señas. Contestó, todo confuso, que los datos de la chica eran imprecisos y que no eran atinados. No fue convincente. Resbaló de nuevo, patinó y se barrió hasta home.

La tercera banderilla fue una estocada impecable de la reportera cuestionante. Tuvo que ser así por necesidad, pues ya se encontraba encarrerada. Le señaló sus pifias cometidas en la triste jornada donde nuestra gente protestó por la muerte de Giovanni López en manos de la policía, desaguisado aún impune. En aquel momento Alfaro dijo, sin que nadie lo forzara a emitir tales exabruptos y a voz en cuello, que con tales manifestaciones de inconformidad se le estaba moviendo el tapete desde los sótanos del poder en la ciudad de México. Señaló al propio AMLO con ser el titiritero mayor. Obrador le contestó en aquel momento que, nada más, no se fuera a desdecir; que no se fuera a rajar de sus dichos destemplados. ¿Le sabrá algo el Peje a Alfaro o se lo dirá al mero tanteo, nomás por no dejar?

Fue su Waterloo. Nomás no halló la puerta. Se le apareció Juan Diego, como ya decimos, y con cara de virgencita. Sudó, transpiró, se desvaneció, no hallaba en dónde meterse. Volvió la mirada hacia el presidente y le juró que no lo volvería a hacer; que lo respeta; que le reconoce su estatura moral y política y que promete no continuar con su insidiosa campaña de andarle rayando los cuadernos. Alfarito no nos gustaba para otra cosa. Muchos vimos la escena en vivo. Luego se difundió, por las redes, su imagen sudorosa y angustiada. Su figura de candidateable se vino estrepitosamente al suelo, en donde se estrelló sin remedio.

Pero apenas se fue AMLO, nos sale con nueva batea de babas. Acaba de recetar un prontuario dirigido contra López Gatell y sus medidas. Le llama parlero y caprichoso. Suelta otra vez mandurriazos a diestra y siniestra y hasta declara la independencia sanitaria de nuestra entidad. Si ya nos había dicho que la propia divinidad bajó del cielo a encargarlo de la salud del paisanaje, ¿de dónde sacará Gatell, arguye, que pueda sombrearle esta encomienda celestial? Lo que no entienden, el propio Alfaro y sus titiriteros, es el hecho contundente de que las medidas que anuncia Gatell provienen directamente del ronco pecho y por acuerdo de AMLO. ¿No quedó pues en que se plegaría a los dictados provenientes del titular del poder ejecutivo? ¿O habrá que entender este desfiguro nuevo, como producto del jarabe de pico que nos receta en cada uno de sus discursos de futurible? ¿No parará su catarata de despropósitos? ¿No quitará el dedo del renglón? Ya lo veremos.

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