América Latina, entre crisis y golpes de estado

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Evo Morales ya está en México. El gobierno de López Obrador, a través de su secretario de relaciones Exteriores le, ofreció asilo político al ahora expresidente de Bolivia. México refrenda con esto su larga tradición de brindar protección política a personas de otras nacionalidades que se encuentran en riesgo, lo que no debería significar una crisis para el gobierno federal; al contrario, México estaría recuperando el liderazgo en diplomacia que se perdió durante los sexenios de Fox, Calderón y Peña Nieto.

Habrá tiempo de evaluar si la política exterior de México fue benéfica para Bolivia, por lo pronto no podemos avalar ni aceptar que un conflicto político de un país latino se resuelva por la vía militar.

El conflicto político que vive ahora Bolivia se presenta en un contexto convulso para varios países de América Latina, la cual es una de las regiones del mundo más empobrecidas. La historia económica y política de este conjunto de países ha estado siempre bajo la mirada vigilante y celosa de los Estados Unidos, que percibe a la región como su traspatio, al mismo tiempo que proveedor de materias primas y mano de obra barata para beneficio de sus empresas trasnacionales. El bajo desempeño económico de la región no es obra de la casualidad, por el contrario, es producto de gobiernos e instituciones débiles, constantes crisis económicas y golpes de Estado, casi todos impulsados por Estados Unidos.

Desde la década de los cuarenta, al menos se han orquestado una veintena de golpes de Estado en muchos países de esta región, los más violentos son los de Chile, en 1973, que permitió el arribo de Augusto Pinochet, quien instauró una dictadura militar que se mantuvo hasta marzo de 1990; o en 1964, oficiales militares brasileños derrocaron al presidente João Goulart, inaugurando un largo período de 21 años de dictaduras. Lo mismo ocurrió en Argentina en 1966 y 1976 y Uruguay en 1973, sólo por citar algunos casos. Crisis políticas, asonadas militares adicionadas con altos niveles de corrupción, han sido una constante en nuestra América, provocando un bajo nivel de desempeño económico y altos niveles de desigualdad.

Bolivia, a diferencia de la mayoría de los países de la región, mostró en la década más reciente cifras contrastantes. Durante el régimen de Morales el PIB creció a una tasa promedio de 5.9%, mientras que el PIB por habitante, 2.9% promedio anual; ambos datos del período de 2007 a 2018. Además, este alto crecimiento se presentó en un contexto de estabilidad macroeconómica: la inflación, después de la crisis de 2007 y 2008 cuando alcanzó más de 40%, en los últimos cinco años se estabilizó alrededor de 5% anual.

Lo mismo con el tipo de cambio, éste se estabilizó desde hace una década (2008) en alrededor de 7 pesos bolivianos por dólar. En materia social, el gobierno de Evo Morales disminuyó los niveles de pobreza. En 2007, 51.3% de su población se encontraba en situación de pobreza, en 2017 ya era de 25.4%. El desempeño económico de Bolivia fue mucho mejor que los gobiernos de Calderón y Peña Nieto. Por ejemplo, el crecimiento del PIB de nuestro país apenas creció 1.9% y del PIB per cápita, 0.6% promedio anual, ambos estadísticos  en el período 2007 y 2018.

Sin embargo, Evo Morales se fascinó con el poder; la primera elección que ganó fue en diciembre de 2005, tomó posesión en enero de 2006 y debió gobernar hasta enero de 2010. Sin embargo, en sus aspiraciones de “refundar” a Bolivia modificó la Constitución del país en 2008, incluyendo la posibilidad de reelección. Evo se postuló y  ganó una segunda elección en diciembre de 2009, tomó posesión en enero de 2010 y debió gobernar hasta 2014, pero en una maniobra que molestó a una buena parte de la población y enfureció a la oposición, argumentó que su primer período no contaba puesto que se había dado con una Constitución diferente a la aprobada en 2008, por lo tanto podía reelegirse por un período más, por segunda ocasión según él.

Evo se postuló para una tercera elección, la cual ganó a fines de 2014, y aunque debía gobernar hasta enero de 2020, en febrero de 2016 organizó una consulta para preguntarle a la población si le permitían gobernar por un cuarto período. Esta consulta la perdió por un pequeño margen, 49% contra 51%. Otra vez enfureció a la oposición al alegar que hubo fraude, no hizo caso, y se postuló nuevamente para la elección del pasado 20 de octubre, cuyos resultados fueron muy cuestionados por amplios segmentos de la población, la oposición y los Estados Unidos.

Evo, durante todo su gobierno mantuvo una posición de confrontación contra empresas transnacionales norteamericanas. Su apoyo al finado presidente de Venezuela, Hugo Chávez  y de Brasil, Ignacio Lula Da Silva, no fueron del agrado de los Estados Unidos. Su política económica y social de apoyo a los grupos indígenas, no tuvo eco en aquellos segmentos de la población de Bolivia que mantiene posiciones racistas, aquellos que nunca aceptaron que un indígena los gobernara. Por tanto, fueron muchos enemigos los que Morales fue cosechando durante más de una década de gobierno.

En un contexto de protestas sociales, Evo se fue quedando sólo, sin el apoyo de la policía y del ejército. Este fin de semana pasado anunció que aceptaba que se convocara a una nueva elección presidencial. Sin embargo ya era demasiado tarde, el golpe de Estado ya estaba decidido y Evo renunció a la presidencia después de que el ejército le solicitara que dimitiera a la presidencia del país.

El derrocamiento de Evo Morales, además forma parte de la estrategia de política exterior de Estados Unidos que siempre va buscar detener a gobiernos socialistas de América Latina, independientes o que no se sometan a sus dictados de política exterior.

El triunfo de Alberto Fernández en Argentina, López Obrador en México, la permanencia de Nicolás Maduro en Venezuela, Daniel ortega en Nicaragua o el extendido gobierno socialista en Cuba son piedritas en la enorme bota intervencionista de los Estados Unidos que no puede tolerar por mucho tiempo en América Latina.

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