Año nuevo, vida nueva.
Juan M. Negrete
Cómo nos gustaría a muchos que este eslogan tan repetido por todas partes se nos volviera una realidad tangible. Pero por desgracia casi siempre se nos queda a todos en una mera fórmula de buenos deseos. Arranca pues el año 2024 de nuestra era y habrá que irle revisando sus flecos, con la esperanza de que nos resulte positivo. Si bien según los augurios no pinta nada bien.
El campo político casi siempre nos resulta el área más ruidosa. Los augurios no nos vaticinas que vayamos a tener precisamente miel en penca. Para empezar, tendremos una jornada electoral extendida. Se dice en todos los tonos que será las más grande hasta hoy contemplada. Se habla de la remoción de unos veinte mil puestos de elección. Esta cantidad revela por sí sola el dato clave de que tendremos competencia abierta y multifacética. Cuando los gajes de este oficio se extienden de esta manera, podemos suponer que se van a calentar muchos ánimos y en muchos puntos del país. No descartemos entonces el incendio de las pasiones en más de alguna pradera.
La mera competencia por las remociones presenta sus particularidades propias, que hemos de lidiar. Como atrás de la mera disputa por los puestos se esconden los acomodos e ingresos a nómina; a faenas laborales, aunque sean temporales; a manejo de cajas abundantes en recursos; por fuerza se asoma la oreja del lobo de las reyertas. No se trata tanto entonces de disputas ideológicas o de embates por convicciones solamente. Escondida en los pliegues de los posicionamientos partidistas o declarativos, viene la cara de hereje de las necesidades y la ruta para solventarlas. Y con las altas tasas del desempleo que padecemos, o de la ocupación informal, suelen justificarse los jaloneos de las campañas, así transgredan los cánones de la civilidad.
Se mencionan estas aparentes minucias, como adheridas siempre a nuestros trasiegos ruidosos en las campañas electoreras, muchas veces para justificar entonces lo que se ha dado en calificar como guerras sucias, como campañas de lodo y estiércol, para demeritar o de plano ensuciar la imagen de los candidatos. Pero como los frentes quedan abiertos, veremos cómo tirarán basura todos los bandos, unos contra otros. En el pasado ya hemos vivido trances de esta naturaleza. De manera que vemos difícil que la campaña que está por arrancar vaya a ser diferente.
Ya nos han estado adelantando muchos medios lo ladeado que traen la balanza de sus análisis. Es increíble que de pronto aparezcan lo que llamamos mentiras tan grandes como una catedral. De ponernos a hacer el listado de las que ya corren, no nos ajustaría el breve espacio de que disponemos por aquí en nuestras revistas, por muy generosa que nos sea la fórmula digital en este giro. Y ya no se reduce a lo que solemos llamar manipulación; o lo que se califica con el anglicismo de las fake news. Mentiras tantas, que será un carnaval interminable el irlas documentando y desfondando, si es que podemos, actuando con toda la seriedad del mundo periodístico.
Así que los clásicos propósitos de año nuevo quedan parapetados ante el predicamento de que todo se nos torne agua de borrajas. Apenas van a descorrerse los postigos de los embustes, las dobles verdades, los rumores falsos. Y no nos quedará otra que apechugar los desazolves con que se embijen cuantos anden en este giro, del que no podremos eludirnos. Dice mucha gente que prefiere mejor no meterse en política, como para escurrir el bulto o buscar una fórmula atinada de evadir entuertos. Pero ya los clásicos nos advirtieron que no existe tal escapatoria pues, aunque queramos escurrir el bulto de la política, ésta de todos modos se mete con nosotros.
Entonces, ya estamos avisados. Cojamos nuestra estafeta y empecemos a calentar motores, porque la cuesta se mira empinada y vamos a tener que treparla, nos guste o no. Da lo mismo que unos descalifiquen a otros como chairos y que desde la barraca opuesta se les responda con improperios, con adjetivos hasta clásicos, como conservadores, reaccionarios o mercachifles. Unos tildarán a otros de populistas, de comunistas, de violentos, de lo que sea. Nada más santo no resultará ninguno. Y habrán de devolverse el sambenito con figuras viejas o nuevas, como las que se han utilizado siempre: mochos, fifíes, catrines, aterciopelados, caritas… El ingenio ofensivo seguirá siendo siempre muy creativo. Lo veremos.
Ya no hay que decir por ahora más nada. Preparémonos para sorpresas como la que apenas ayer nos regaló el tal Eduardo Verástegui, al que el INE le concluyó el término para que pudiera presentar las firmas requeridas para registrarse como candidato a la presidencia de la república. Tenía que juntar un millón de ellas y parece ser que no le alcanzó el período asignado sino para presentar unas treinta y seis mil o algo así. Su reacción infantil, que por fuerza tenia que ser furibunda, le arrojó a un ejercicio de autocrítica: ¡Qué ingenuo fui al meterme en serio y a fondo en la defensa del INE!
Y hasta se burló de la consigna central de aquella famosa campañita: ¡Ay sí, el INE no se toca! Ahora comprendo los corajes de López Obrador. Se aprende tarde, pero se hace. Ojalá que esta lección le trascienda y eleve a algo más positivo, porque las banderolas que arrea dejan mucho qué desear. Pero apenas andamos calentando el brazo. No tardará en dejarse venir lo mero bueno. Que no nos coja por sorpresa. Salud.