Apostillas a ‘nuestra pobreza’.

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Me da gusto que los trabajos presentados en esta página reciban positiva admisión. La negativa pone a debatir, pero la positiva tiene mejores augurios. Lo menos por hacer da en iniciar debates, ahondar en la reflexión, esclarecer términos y conceptos… en fin, hacerle su corte intelectual necesaria. Debería ocurrir siempre y en todos los casos, pero es materia conocida que aquí, en México, no solemos discutir y menos intercambiar pensamientos, aunque sabemos zaherir y agredir como el mejor y más pintado de los agonistas.

Esta reflexión somera me viene de haber recibido varios comentarios amplios a la serie de los tres artículos anteriores que unifiqué con el nombre de ‘nuestra ya larga pobreza’. Uno de ellos, firmado por Carolus Delgadillo, aporta varios esclarecimientos que se agradecen. Uno de ellos es correctivo y hay que exponerlo a la luz, para que los sufridos lectores que siguen estos garabatos tomen nota de observación tan precisa.

Dice Carolus casi al final de su atinado comentario: Tiendo a creer que la pobreza más que en los países están (sic) en sectores de población. Y eso tiene que ver, a mi juicio, con la distribución de la riqueza.  

Es observación atinada y hay que suscribirla. La indefinición que combate proviene del propio título de la serie de artículos. Al hablar de ‘nuestra pobreza’ se pueda entender tanto la presente en los bolsillos de cada uno de los mexicanos, como de la del país entero. Si hablamos de escasez de recursos en los ciudadanos mexicanos, asevera mi crítico, hay que recurrir a un tipo de estadísticas, como la Gini, que reporta los altos índices de desigualdad en el reparto de los recursos de nuestra comunidad.

La propuesta contenida en la serie aludida intentó marcar con precisión la caída de nuestra economía en los últimos treinta años. Es una debacle innegable. Por más que le busquemos edulcorar el proceso, sus resultados le condenan. Si tomamos el comportamiento de la paridad cambiaria, confrontamos un desastre. Si equiparamos los números de la deuda externa, llegamos a resultado idéntico. De la inflación, ya ni hablar, a pesar de que su ‘exitosa reducción’ haya sido su muñequita de presumir. El control de nuestra inflación les resultó a los turiferarios neoliberales, tercos en realizar apología de su modelo financierista, lo mismo que con la imagen que nos vendían de la economía chilena. Siempre la levantaron ante el auditorio de las economías subdesarrolladas y tercermundistas, como ejemplo imbatible a seguir, hasta que se les desplomó y estrelló en el suelo en estos últimos meses.

Debo recalcar, para enderezar un tanto el barco y establecer términos precisos a la materia de debate, que nuestra economía mexicana, al inicio del programa neoliberal (1988) se reconocía catalogada en el tinglado internacional como la octava del mundo. Poco a poco vino descendiendo. Ahora (2020) los peritos de estas materias la reconocen instalada en el peldaño número quince. Tal descenso no puede calificarse como exitoso. Es un dato duro, al que le viene bien el calificativo de empobrecimiento. Si aplica al bloque, los particulares también quedamos englobados en tal descalificación. Así andamos.

Hará una semana, David Ibarra Muñoz cumplió noventa años. El club de industriales le festejó su aniversario. En tal convite se tiró un discurso amplio en torno al comportamiento actual de nuestra economía. Ibarra Muñoz fue secretario de hacienda en el período de López Portillo. Con él se inició la imposición del modelito neoliberal, responsable de la caída de la que hablamos. El periódico de La Jornada se lo publicó (16/enero/2020). Suena a un ‘mea culpa’. Entre otras cosas nos revela no sólo que fue un proceso fallido. Tampoco nació de iniciativas nacionales propias, sino que nos fue impuesto.

Afirma en un lugar, por ejemplo: La búsqueda de precios estables no desterró las crisis cambiarias, pero sí abatió el crecimiento histórico de 5 por ciento o 6 anual a 2 por ciento, cuando hay suerte. Luego, más adelante: Se nos aconsejó y lo aceptamos que la producción nacional lejos de fincarse en la sustitución de importaciones, así como en la política industrial propia, debiera incursionar en los mercados externos hasta afianzar las genuinas ventajas comparativas del país. Así lo hicimos…Y así nos fue. Para muestras un botón.

Ya para cerrar el punto, hay que señalar, como bien lo precisa Carolus en su crítica, que hay que recurrir a muchas otras variables y aplicarlas con mayor amplitud cuando abordemos estos puntos, que de por sí son díscolos y parecieran no reductibles al análisis histórico, como lo quieren muchos autores cuantitativistas. Sostienen que la interpretación de la realidad social consiste en la aplicación retrospectiva de la ‘contabilidad nacional’. Los autores más conocidos de este elenco son Milton Friedman, Francis Fukuyama, Samy Hungtinton y Peter Drucker, entre otros. ¿Qué es la contabilidad nacional?: un modelo económico basado en el análisis de flujos y stocks de la economía. Según Markzewski, 22 ecuaciones agotan la evaluación del ingreso nacional, siempre y en todos los casos. Y de esas 22, se desarrollan cinco constantes, que bastan y sobran para explicar todo el paquete de la contabilidad nacional:

  • la producción interna
  • la demanda de bienes y servicios
  • el ingreso total de las administraciones
  • el ingreso total de las familias
  • el ahorro nacional bruto

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