Bergoglio, el pontífice que cambió el rumbo del papado

Foto: Redes sociales

Lunes 21 de abril de 2025.- Desde aquel 13 de marzo de 2013, cuando Jorge Mario Bergoglio apareció en el balcón de San Pedro como el primer Papa latinoamericano de la historia, quedó claro que su pontificado no sería uno más.

Francisco, como eligió llamarse, no solo trajo un aire nuevo al Vaticano, sino que también encendió un debate interno que todavía hoy sacude las estructuras de la Iglesia católica.

Sencillo, cercano, y con una clara vocación reformista, el Papa Francisco puso en marcha una serie de transformaciones que lo convirtieron en un líder tan admirado como cuestionado.

Con una agenda marcada por la inclusión, la transparencia y la justicia social, buscó adaptar la Iglesia a los nuevos tiempos sin romper —al menos no del todo— con la tradición.

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Reformas y resistencia

Desde sus primeros días, Francisco dejó claro que su papado sería distinto, rechazó el Palacio Apostólico para vivir en la modesta Casa Santa Marta y eliminó formalismos al tratar con cardenales y fieles.

Pero más allá de los gestos, el verdadero sello del representante de la Iglesia católica fueron las reformas profundas.

Reestructuró la curia romana con una nueva Constitución que entró en vigor en 2022, reorganizó dicasterios y promovió una descentralización del poder que muchos interpretaron como una apertura.

También impulsó medidas anticorrupción, saneó las finanzas del Vaticano y cerró más de 5,000 cuentas sospechosas en el cuestionado Banco del Vaticano.

No todos aplaudieron estos cambios. El ala conservadora de la Iglesia, representada por figuras como el cardenal Raymond Burke y el obispo Joseph Strickland, se convirtió en una piedra constante en su camino.

Las críticas arreciaron especialmente cuando Francisco se mostró abierto al diálogo sobre la inclusión de personas LGTBI+, el papel de la mujer y la comunión para divorciados vueltos a casar. Su decisión de destituir a Strickland en 2023 solo profundizó la fractura.

La Iglesia hacia afuera

Pero el Papa no solo miró hacia adentro. Su pontificado tuvo un fuerte componente social y diplomático.

Con una retórica que incomodó a gobiernos poderosos, defendió a los migrantes, visitó campos de refugiados y alzó la voz por el medio ambiente con su influyente encíclica Laudato Si’.

En la arena internacional, ayudó a acercar a Cuba y Estados Unidos, e intentó tender puentes con China, aunque no sin polémica.

El desafío más duro

El escándalo de los abusos sexuales en la Iglesia fue quizá la prueba más dura de su liderazgo. Francisco tomó medidas inéditas: eliminó el secreto pontificio en estos casos, hizo obligatoria la denuncia por parte de religiosos, y expulsó al poderoso cardenal McCarrick.

Además, creó una comisión especial para la protección de menores, un paso importante hacia una mayor rendición de cuentas.

A sus más de 80 años, Francisco sigue siendo una figura en movimiento, incómoda para muchos dentro de su propia casa, pero profundamente conectada con millones fuera de ella.

Consciente de que los cambios en la Iglesia son lentos, su legado parece estar en ese intento valiente —aunque no exento de críticas— de abrir puertas que durante siglos permanecieron cerradas.

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