Burroughs y la enajenación

Burroughs y la enajenación

Pseudo Longino

El novelista norteamericano William S. Burroughs delineó hace ya varias décadas una especie de hipótesis según la cual la palabra es un virus. No se trataba de una analogía, sino de algo literal.

La palabra, según él, sería resultado de una modificación biológica provocada por una enfermedad viral. El invasor habría forzado una mutación genética en los simios superiores, que derivó en cambios estructurales en el aparato fonador (sus gargantas). A pesar de una alta tasa de mortalidad, el virus habría logrado transmitirse y así, la palabra, tanto hablada como escrita, se habría hecho posible.

Con recursos lúdicos, como la invención del supuesto doctor Kurt Unruh von Steinplatz (un estudioso del virus-palabra), Burroughs sostuvo que este agente viral hizo simbiosis con nuestra especie y dejó de ser visto como un virus. Pasó a ser considerado algo útil.

No sabemos si se trató de un juego mezclado con una crítica, pero lo cierto es que Burroughs puede darnos pistas para reflexionar sobre la determinación que ejerce la palabra sobre nosotros. Si hablamos de nuestra lengua materna, es obvio que se trata de una estructura no hecha por nosotros. Es una realidad histórica que aglutina a enormes grupos de hablantes.

No es lugar para debatir si, por ejemplo, nuestra lengua particular determina cómo pensamos, a la manera en la que lo plantearon Edward Sapir y Benjamin Whorf. O si, como sostiene Chomsky, la especie humana cuenta con esquemas innatos generales que se activan en las lenguas particulares. Lo que podríamos discutir es qué tanto las estructuras lingüísticas son nuestro instrumento y qué tanto, más bien, nosotros somos vectores para que esas estructuras sigan transmitiéndose.

Si la lengua es de alguna manera algo parecido a los virus, nosotros seríamos los huéspedes a través de los cuales los agentes virales se transmiten. Como los agentes virales, las lenguas no podrían existir ni replicarse. Cada usuario sería un infectado que utiliza la lengua como algo útil y, a la vez, permite que la lengua perpetúe, en una simbiosis, como plantea Burroughs.

Pero, si vamos a cuestiones más aterrizadas, el escritor norteamericano apuntaba hacia la forma en que el uso de la palabra por parte del “sistema” (que reúne los esquemas machistas, homofóbicos, mercantilistas y políticos de las sociedades modernas) tiende a desinformar, manipular, ocultar y dominar la opinión pública. En términos de la tradición marxista, se refería a cómo la palabra servía para reforzar la ideología dominante, por medio del control del discurso.

Aquí ya estamos deslizando la cuestión un poco. Lo viral sería, más que la lengua, la ideología, que se reproduce y se refuerza en los prejuicios, los imaginarios, las narrativas, los medios de comunicación, las metáforas básicas, los conceptos masificados y otros instrumentos discursivos. En este sentido, la lengua sería el vehículo de la transmisión y replicación viral, pero no el virus mismo.

Frente a ese dominio, la propuesta de Burroughs consistió en hacer un cut-up, cortar las asociaciones de ideas difundidas por la prensa hegemónica, la televisión, la radio, la propaganda política, el marketing y la industria del ocio y el entretenimiento. La “revolución electrónica” que pregonaba utilizaría la tecnología de audio y video para interrumpir la linealidad de la palabra controlada por y para el “sistema”: grabaciones, collage de sonidos e imágenes, performance disruptivo, codificación y recodificación de mensajes, todo eso serviría para despertar a los adormecidos por la continuidad del discurso público afín al statu quo.

Para Burroughs, la tiranía del virus-palabra no sería estrictamente un caso más de enajenación, pues el virus-palabra o virus-lenguaje no habría sido una creación nuestra que, ahora, se ha convertido en algo que nos domina y nos moldea. Desde el principio se habría tratado de un agente extraño (en algunos textos lo considera “extraterrestre”) que nos transformó inclusive anatómica y genéticamente, para después usarnos como huéspedes replicantes.

A Burroughs no le tocó conocer los virus informáticos, que, efectivamente, consisten en un “lenguaje”, un “código”, que infecta la parte “blanda” de los dispositivos -el software– y la utiliza para multiplicarse de manera ilimitada. Quizá él habría encontrado en este tipo de virus un ejemplo más cercano a su hipótesis.

Como se ha sugerido más arriba, el concepto que tal vez le hizo falta al escritor fue el de “ideología”, que, si bien, no es un concepto nada claro y cuya definición es tortuosa, puede ser un punto de referencia para lo que, quizá, él quería decir: que nosotros, como usuarios de una lengua, reproducimos “algo” que sirve al “sistema” y que ya no vemos como algo “extraño” o “infeccioso”, porque lo sentimos parte de nosotros.

Burroughs era optimista. Pensaba que la creatividad artística podría romper y trasgredir el dominio de la palabra y el lenguaje. En la época en la que las redes sociales están siendo invadidas y copadas (si es que alguna vez no lo estuvieron) por el “sistema” del mercado y el Estado, su propuesta de “cortar” los discursos hegemónicos continúa vigente. Hace falta que lo revisitemos.