Calamidad en San Gabriel: Culpa del hombre, no de la naturaleza

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La calamidad sufrida en San Gabriel este domingo 2 de junio, el desbordamiento de aguas lodosas y palizada quemada que bajó estrepitosa el arroyo “Salsipuedes” que dejó dos personas fallecidas y tres desaparecidas, aparte de daños materiales cuantiosos, tiene muchas más implicaciones y trascendencia de lo que nos imaginamos, y no sólo porque algunos medios minimizaron lo sucedido, sino por lo que hay detrás de la deforestación: la irresponsabilidad de las autoridades.

Dependencias como las Secretarías de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat), Agricultura y Desarrollo Rural y sus correspondientes en Jalisco, la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (Sader) y la Secretaría de Medio Ambiente y Desarrollo Territorial (Semadet), no han hecho su parte, han sido negligentemente omisas en el cumplimiento de sus obligaciones en la prevención de este tipo de daños a la naturaleza, que acaban con importantes ecosistemas, como ha estado ocurriendo en todas las serranías del estado.

Menos de quince días antes de que ocurriera lo de San Gabriel debido a la tala descarada e incendios intencionales para la siembra de aguacate y explotación de la madera de pino, esencialmente escribí lo siguiente, el 23 de mayo, luego de una visita a la zona sur:

“De calamidad en calamidad, algunas naturales y muchas otra humanas y cada vez peores, Jalisco ha venido tropezando desde hace muchos años, sin que se vea forma, capacidad ni voluntad política para contenerlas, disminuirlas y atenuar sus impactos.

“Las adversidades o desastres que la naturaleza nos envía son inevitables casi siempre –ciclones, temblores, tempestades y sequías–. No obstante, algunas podrían evitarse”, como el cambio climático.

“Paralelo a todo esto, hemos visto, en nuestros recorridos por las zonas centro, sur y costa de Jalisco, la deforestación y los incendios, frecuentemente provocados para dar paso a fraccionamientos –es el caso del bosque de La Primavera en el área conurbada de Guadalajara–, (para) el cultivo intensivo del aguacate en áreas serranas en zonas de Zapotlán El Grande (Ciudad Guzmán), Sayula, San Gabriel y Tapalpa.

“En dichos lugares desmontan árboles maderables como pinos, encinos y robles o hacen como que se les fue la lumbre y, finalmente, como ha ocurrido en Tonaya y sus cercanías, talan hasta con maquinaria pesada –igual que como lo hacen los aguacateros en las partes altas– queman extensiones considerables de caducifolios en lomas y cerros para extender el cultivo de agave, sin que nadie les ponga un alto.

“Entonces, el calor es insoportable en estos tiempos, aun en la serranía, no se diga en El Bajo, en donde se asienta El Llano Grande (El Llano en llamas). En esos lugares sólo importan las ganancias de los ricos y poderosos influyentes. En varios de los casos están involucrados, o lo han estado, políticos de distintos partidos, de gobernador hacia abajo.

“A esos políticos empresarios no les importa acabar con climas o microclimas enteros, erosionar tierras, evitar lluvias y acabar con la cada vez menos agua limpia disponible para el consumo humano, cosa que ocurre en la Sierra del Tigre y la que va del Nevado a la de Tapalpa-Atemajac de Brizuela (…) Esa es una de las grandes calamidades de nuestro tiempo provocadas por el hombre”.

Lo sucedido en San Gabriel, en donde ha sido más grande la tala de árboles que la tormenta o tromba en sí, puede acontecer en lugares similares. Cualquier persona con un mínimo de sentido común lo puede advertir. Es cuestión de observación. Y de interés por nuestro hábitat.

No debió faltar quien advirtiera lo que podría sobrevenir y sucedió más temprano de lo imaginado, pues la tala con maquinaria y quema de la flora está a ojos vista, bien para extraer materiales, bien para hacer algún fraccionamiento o bien para distintos cultivos que nadie sabe de dónde se van a abastecer de agua, mientras en el pueblo ya hay insuficiencia de agua potable.

Ahora, ya que ocurrido el desastre, el gobierno estatal volteó hacia aquel lugar. Pero no bastará que den, por hoy, todo el auxilio posible, sino que nuestros políticos pongan voluntad para frenar el daño ecológico que ya está aquí y se tapan los ojos para no verlo, lo mismo en las montañas que en los valles.

Se desmonta para todo tipo de siembras, hasta para las más redituables como es el cultivo de enervantes. En el menor de los casos, para urbanizaciones o turismo depredador y, de paso, la redituable explotación maderera, sin preocuparse en la reforestación, y menos con especies propias de cada zona o microclimas que eviten erosiones que están terminando con importantes mantos freáticos. A quienes lo hacen no les importa el mal que dejarán a sus descendientes. Mientras ellos se enriquezcan más y más a cambio de lo que sea, ¿qué importan los demás?

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