Carta del lector
Felicitamos a nuestro colaborador Amado Aurelio Pérez por los tres interesantes artículos anteriores, referidos a una de las figuras ingratamente arrinconadas por nuestros historiadores. Nos referimos al caudillo campesino Manuel Lozada, mejor conocido como el tigre de Álica. Habrá que redondear un poco mejor lo realizado por él en las gestas que emprendió para la recuperación de los terrenos de las comunidades indígenas. Con el ánimo centrado en este objetivo va la siguiente aportación, a partir de la información que se encuentra en el texto de don Silvano Barba González y que no aparece mencionado en los artículos del señor Amado Aurelio. La lucha por la tierra, Edición de autor, México, 1956. El texto se compone de cinco tomos y la revisión de la lucha de Lozada se encuentra en el primero. Va pues este granito de arena:
Todos los amagos y proclamas anteriores a Zapata corren con la indiferencia y el olvido de historiadores y gobernantes. Se entiende que con la derrota de la lucha que inició Hidalgo, estas proclamas y objetivos hayan sido echados al olvido por los beligerantes que vinieron después del impulso insurgente inicial y que trocó banderas, lo cual es ya demasiado conocido. Lo que no es explicable es que nuestra historia oficial aplique prácticamente la misma indiferencia y desprecio a la insurgencia de Lozada, que basó todo su empuje subversivo contemplando los mismos objetivos fundamentales del padre Hidalgo.
Debe registrarse con toda puntualidad que el encono de las luchas indígena encabezada por Lozada obtuvo el reconocimiento oficial del gobierno estatal. Se conoce el documento como los Tratados de Pochotitán, y fueron suscritos por las partes beligerantes en día 24 de enero de 1862. Aparecen al calce las firmas tanto de Rafael del Valle, Carlos Rivas y Manuel Lozada, como la de Pedro Ogazón, quien a la fecha fungía como gobernador constitucional del estado de Jalisco. En el artículo quinto de estos tratados se lee a la letra: El gobierno toma por su cuenta la defensa de los indígenas en las cuestiones de los terrenos con las haciendas colindantes. [1]
Más importante todavía dentro de la vida nacional que los Tratados de Pochotitán, resulta ser la suscripción del Plan Libertador, un acuerdo de más alto nivel que el anterior, pues ahora se trata de una proclama de alcance federal. Por los primeros días del mes de diciembre de 1872, ya muerto Juárez, Lozada envía una comisión representativa de las fuerzas populares que él coordina en el cantón, para signar con el gobierno federal, encabezado por Lerdo de Tejada, en el que de entrada reconoce la autoridad del gobierno y se pone a sus órdenes. También lleva bajo el brazo la reivindicación de la recuperación de los territorios despojados, la exigencia central de sus tropas alzadas. Es un dato histórico el hecho de que el gobierno federal rechazó tan noble demanda y echó con pitos destemplados de las instancias del gobierno nacional a estos representantes populares.
Registra Silvano Barba que: “ante tan grave situación Lozada y sus más cercanos colaboradores convocaron para deliberar a todos los grupos indígenas de la región y de la asamblea pública que celebraron en el pueblo de San Luis, resultó el desconocimiento de los poderes de la Unión y una excitativa general a todos los habitantes del país, pero especialmente a las castas oprimidas, a fin de coordinar un movimiento subversivo para derrocar al régimen de la Unión, presidido por Lerdo de Tejada, y organizar luego algún otro, que respondiera mejor a los anhelos y necesidades del pueblo mexicano”.[2]
La proclama de esta revolución está contenida en el documento que contiene un plan de lucha de quince puntos, nominado Plan Libertador. Fue signado el día 9 de diciembre de 1872 prácticamente por todos los caudillos y cabecillas de los pueblos indígenas levantados en armas que componían el grueso de la base social de Lozada y su revolución.
Juan M. Negrete
[1] Barba González, Silvano: Op. cit., p.149
[2] Barba González, Silvano: Op. cit., pp 207 – 213