Carta del lector
Diálogo entre amigos, inspirado en la colaboración El Contrabajo, de Josefina Reyes Quintanar:
Primera puntada:
¿El “contrabajo” es lo mismo que el “tololoche”?…
José Luis Pardo Ruiz
Respuesta entre cuates:
Claro…
Bello texto el del contrabajo, donde la, descripción enciclopédica se combina con la reflexión literaria. Buen uso del lenguaje donde el estilo nos hace grata una descripción técnico musical, con lo sublime del sonido y de una historia de amor.
Todos leímos alguna vez esa bella novela. Recuerdo mis años en la facultad de Filosofía y Letras. Otros libros de nuestro periplo juvenil fueron Demian y El lobo estepario. Libros existencialistas. El Contrabajo nos introdujo al mundo de la pasión y el fino erotismo. Leer el texto de Josefina me obliga a releerlo después de muchos años. Gracias por este recuerdo memorioso
Armando Martínez Moya
Otra puntualización sobre lo mismo:
“Somos nuestra memoria” es el título de un libro de neurociencias. Yo recuerdo que en esos años sesenta fueron mis años de seminarista en Zamora, Michoacán. Y, a pesar del encierro en que vivíamos, lo que ocurría extramuros se colaba hacia adentro como aire. Estábamos al tanto de los Beatles, de los Doors y demás grupos roqueros. Había compañeros expertos que, con sus propios tocadiscos de baterías, nos explicaban a los ignaros las letras y los sonidos de las melodías, los instrumentos y curiosidades de éstos. Estábamos, pues, a la moda. Teníamos una estudiantina que incluso la invitaron a grabar en una disquera. Teníamos un grupo que interpretaba música de Mike Laure, así como un trío de jazz.
Si bien yo ya conocía el tololoche en la estudiantina, no le veía mucho sentido utilizar un instrumento tan grande para tan poco efecto musical. Esta idea se me desdibujó cuando empecé a ver las presentaciones de jazz. Los tres compañeros eran músicos excelentes, pero el que me impactó fue el tololochero. Simplemente parecía trasladarse a otro mundo al abrazar con pasión erótica el contrabajo y sacarle de su hueco vientre una diversidad armónica de sonidos de un ser en trance. Nunca antes se me había ocurrido que ese instrumento pudiera ser protagonista. Pensaba que se llamaba “bajo” como ironía por su altura. Entonces le pedí perdón y le tomé respeto.
José Luis Pardo Ruiz
Más sobre el artículo Padilla, de Gabriel Michel:
Aparte, en algunos centros universitarios, no sé si en todos, como ” El Poli”, cobran los alimentos en precios exacerbados. Un lonche a ochenta pesos. En un afán de recuperar en ese rubro, lo que no recaudan en los cobros oficiales. De tal modo que su mote de gratuidad es una mera máscara con la que le juegan el dedo en la boca a la sociedad jalisciense.
¿De qué sirven las erogaciones de la mitad del presupuesto estatal? Los embudos voraces padillistas, lo disuelven. Le hacen cubrir a sobre pago a los propios universitarios. En casos como el mencionado, como cliente cautivo. Eso deberían revisarlo el gobierno federal y el estatal. Pues la autonomía universitaria se ha contaminado de idiotas. Ellos saben darle vuelta a la manivela de hacer títulos. Aunque sus valores, están regidos por el mercantilismo y la sumisión hacia los de arriba. Pero el sometimiento de aquellos que les son encomendados.
Alfonszo Rubio Delgado