Caso Teuchitlán: morbosidad desatada

Caso Teuchitlán: morbosidad desatada

Juan M. Negrete

En cuanto empezó a hervir la olla de los escándalos nacionales (uno más), por la denuncia o el descubrimiento de muchas prendas personales abandonadas, el asunto llegó a la conferencia mañanera que sostiene la presidenta Claudia, siguiendo la rutina establecida por su antecesor AMLO. Anunció ella que haría que Gertz Manero, el fiscal de la república, atrajera el caso y que proporcionara al público una explicación necesaria y suficiente sobre el tema.

Vamos a decir que la promesa se cumplió. Compareció el fiscal y nos recetó a nivel nacional lo que llaman los abogados un status quaestionis, un estado de la cuestión. Nada más. Nos contextualizó el caso con lo que tiene disponible la fiscalía a la mesa y nos dejó abriendo la boca. Nos hizo saber que el caso había estado en manos de sus colegas de la fiscalía del estado de Jalisco, aunque también aludió a las fiscalías de los estados circunvecinos, como Nayarit y Guanajuato.

Soltó que los expedientes no están bien completados, como corresponde, y paremos de contar. Siguiéndose de largo, invitó a los medios y a colectivos de buscadores a hacerse presentes para el día siguiente en la finca del ahora famoso Rancho Izaguirre. A lo que se vio, muchos interesados le tomaron la palabra y se hicieron presentes. Pero ahí volvimos a las andadas. No acudieron ni fiscales estatales, menos el nacional. Se abrieron las puertas del predio, que lució con instalaciones abandonadas, sin puertas, sin techo y un páramo entre escarbado y batuqueado, del que no se saca información que valga.

Algunos de los asistentes calificaron la ausencia de las autoridades como una burla. Es lo menos que se pueda decir. De lo visualizado no se obtiene ninguna pista o información sólida que conduzca a develar el misterio de tantas vidas suspendidas de nacionales nuestros. La incertidumbre en torno a los desaparecidos sigue viva, si no es que hasta se aumente la amargura de los seres queridos que les buscan, cuando se les abaten con estas crudezas los hitos de esperanza despertados.

El comportamiento de las autoridades en este punto puede calificarse de irresponsable, porque lo es. Tan es así que nuevamente la presidenta Claudia ofrece que la fiscalía general presentará la próxima semana una información o un adelanto objetivo de lo que ya vayan investigando. Como que encierra la promesa de que habrá nuevos datos. Pero si ya se abanicó con la primera oportunidad, ¿quién puede asegurar que en el segundo intento no se repita la dosis de incumplimiento?

Es un tema álgido. Nadie discute su gravedad. Tirios y troyanos estamos en ascuas por encontrarle los hilos que nos lleven a pistas seguras. Estamos urgidos tanto de encontrar la pista del paradero de tanto ciudadano perdido, como de que ya pare este formato de sevicia que ya rebasó los límites de nuestra tolerancia. Es pues asunto de urgencia nacional y urge marcarle un alto.

En los entretelones comunicativos, muchos medios le agregan buenas dosis de volatilidad. Muchos de los reporteros se refieren, por ejemplo, al espacio del tal rancho Izaguirre, como un campo de adiestramiento y de exterminio. A la primera calificación se le puede dar curso sin que se derive complicación inherente alguna. Que fuera campo de tiro; que hubiera espacios para ejercicios y otras disciplinas violentas; valga la suposición. Pero ¿campo de exterminio? ¿hornos crematorios? ¿una réplica de un Auschwitz mexicano, como ya lo dio por hecho un funcionario gringo que no amerita ni ser mentado? Esto ya cae en excesos no sólo de imaginación, sino también de morbosidad compulsiva.

Por fuerza se tienen que empezar a manejar datos concretos y precisos de esta descomposición social, que nos ha desbordado. Las cifras que se manejaron en el sexenio de Peña Nieto sobre víctimas de desaparición forzada rebasaban apenas el número de veinticinco mil. Ahora, diez años después, se remontan cantidades que superan el centenar de millares. No se habla de las víctimas fatales, homicidios dolosos, cuya incidencia debería de darnos en cara de una vez por todas. Aquí se habla de las desapariciones forzadas, de la ausencia de congéneres de quienes ignoramos si viven o mueren.

La posibilidad de que su destino final esté vinculado a la lista de los decesos viene a ser la primera variable que nos viene al rostro. Mas lo duro de estos hechos viene aunada a la impiedad de los autores responsables de estas desapariciones. De por sí es doloroso enfrentar el dato del deceso de un ser querido. Pero agregarle el sadismo de la no confirmación o de la incertidumbre sobre el destino final, si es que se llegó a este extremo, de estos seres amados; simplemente no tiene madre. Es por donde vemos que transcurren todos estos cuadros de terror colectivo, al que nos enfrentamos todos los días.

Años atrás, cuando las desapariciones o las masacres que sufría nuesra población nos venían de la canilla del poder establecido, le colgábamos la responsabilidad a un gobierno fúrico. Nos decíamos que había que ajustarles las cuentas a sus excesos autoritarios, que rayaban en la criminalidad misma. Pero lo que estamos viviendo ahora es un capítulo que nos había sido desconocido hasta aquí. Sean grupos paramilitares, sean grupos clandestinos, sean los propios jinetes del apocalipsis los que ya nos hayan caído por sorpresa; el hecho es que nos incrustaron estas fuerzas desconocidas al torbellino de la muerte y no vemos la fórmula de cómo ponerle freno a tanta desgracia.

No tiene sentido buscar más la génesis a esta crueldad que nos aqueja. Si Calderón, con gran irresponsabilidad, pateó el avispero; si Obrador dejó manos libres a los criminales con su política de abrazos, no balazos; si fue el sereno; estamos obligados a frenar ya este carro de la muerte.