Chile, izquierda y derecha

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Félix Alvarado

26 de diciembre.- Hace ya bastante tiempo, en mi época de estudiante universitario, alguien me dijo que en la juventud había que ser de izquierda y en la edad madura había que ser de derecha. En ese momento me pareció absurdo. Yo creía que eso reflejaba un acto de incoherencia. ¿Cómo yo, que estaba luchando contra la dictadura de Pinochet, después me transformaría en uno de sus adherentes? No había espacio para semejante estupidez en mi pensamiento.

Con el transcurrir del tiempo, en más de una oportunidad he vuelto sobre esas palabras. ¿Se refería, acaso, a que en la juventud se es idealista y en la edad madura, reaccionario? ¿a que el joven tiene poco pasado y mucho futuro, y el viejo (llamémosle así, desde la perspectiva del joven) tiene mucho pasado y poco futuro? Detengámonos aquí. Cuando tengo tanto tiempo por delante, me atrevo a ir contra lo establecido, a romper con la tradición, a querer innovar. ¿es por eso que en los trabajos prefieren a gente joven? ¿o porque les pueden pagar menos? Y el viejo, ¿acaso quiere mantener esos recuerdos de su pasado vivos por medio de la tradición? ¿todo tiempo pasado fue mejor? ¿la estabilidad le da seguridad y ahora solo desea vivir tranquilo?

Podemos generar muchas más preguntas y seguramente nuestras respuestas estarán condicionadas por nuestra edad o nuestra postura política o incluso religiosa. Pero eso no responde qué es la izquierda o qué es la derecha. Sin embargo, podríamos extrapolar lo comentado antes y definir la izquierda como un pensamiento innovador, rupturista y que genera futuro. Y la derecha como un pensamiento reaccionario, que da tranquilidad y rescata la tradición.

No es esta una definición correcta, pero expone algo de lo que en algún momento quieren representar ambos sectores.

América ha fluctuado entre ambos, con buenas, malas y pésimas experiencias, y sigue en ese rumbo. El péndulo político que la lleva de un lado a otro marcando el tiempo. El tic tac de la política. ¿Por qué sucede eso?

Para poder responder esa pregunta, seguramente tenemos que revisar el sistema político que permite ese salto entre “extremos”. Y allí nos encontramos con la vieja y mítica diosa Democracia.

Imagino a un grupo de ciudadanos que opinan sobre cómo creen ellos que se debería organizar la sociedad. Surgen opciones, y se genera la discusión. Alguien propone que decidan los que serán administrados. Todos concuerdan, pero hay que darles a conocer las opciones para que puedan elegir la que consideren mejor.

La elegida será la que se implantará y el que la propone el que gobernará. Los perdedores podrán fortalecer sus propuestas para que, en el transcurso de un tiempo acordado de antemano, tengan la opción de replantear su modelo a los electores.

En un ambiente ideal los perdedores asumen su derrota y trabajan para mejorar su propuesta y así tener mejor suerte la próxima elección. En un mundo ideal en el que entendemos que las ideas propuestas no encierran engaño ni ficción y que los electores entienden lo que se les expone y deciden en consecuencia.
Aristóteles decía que la democracia puede degenerar en demagogia, en esa manipulación del pueblo para conseguir el beneplácito de los electores, y, sin ser profeta, demostró su conocimiento del ser humano.
La desinformación, la posverdad, la agnotología, la retórica, la mentira… todas herramientas de esta democracia corrupta en la que el triunfo es la meta. ¿Y que viene después?, en el camino se arreglará la carga.
Estos saltos de un lado a otro terminan por polarizar a un grupo importante de la sociedad, construyen muros y zanjas que separan a amigos, hermanos, padres e hijos. Todos ellos parte de esa masa manipulable y fanatizable como bien lo planteó Gabriel Marcel y de ese hombre-masa de Ortega y Gasset.

Allí encontramos parte de la respuesta a la pregunta hecha. Otra parte está en la rabia, el voto de castigo, la derecha/izquierda no cumplió con lo prometido o con lo esperado. Cada vez que hay un proceso eleccionario nos agobian con discursos y promesas que jamás cumplen, juegan con la fragilidad de la memoria de la masa y el péndulo se vuelve a mover. Y, finalmente, esa tradicional repulsión de los extremos.

No importa si un gobierno fue bueno, si la mayoría está conforme, si los reeligen. Siempre se atacarán y desprestigiarán para buscar la oportunidad de socavar la buena visión que los electores puedan tener del buen gobierno y así generar una oportunidad a su propuesta.

¿Por qué todo esto? Porque en Chile hemos vuelto a vivir un proceso eleccionario en el que, como en una competencia deportiva, llegaron a la final dos posturas que, en principio, representaban los extremos del segmento político. La derecha dura de Kast y la izquierda de Boric. Y volvimos a esos términos anacrónicos que se esfuerzan por adaptarse a esta realidad llena de clase media, concepto que tarde vieron los equipos de los candidatos (recomiendo ver la etimología de esta palabra), y que los llevó a reescribir sus discursos y propuestas.

Esa izquierda y esa derecha, que como los polos de un imán se rechazan, se fueron moviendo al centro y perdiendo la fuerza propia de los polos. Se desdibujaron en centro izquierdas y centro derechas que intentan responder a lo que el pueblo pide, no más odio, no más peleas, no más discriminación por pensar diferente. Y, cierto o no, un acto democrático o demagógico, lograron motivar a una mayoría de votantes a que fueran a elegir su opción, aquella que los identificaba o aquella “menos mala”. ¿Y quién ganó? El discurso menos extremo, el que proponiendo cambios ve que sólo realizará aquello que los acuerdos políticos le permitan.

Gabriel Boric en su primer discurso como presidente electo de Chile dijo: “Seré el presidente de todos los chilenos y chilenas, de quienes hoy votaron por este proyecto, […], de quienes eligieron otra alternativa y también de quienes no concurrieron a votar…”.

Él reconoce las reglas del juego democrático. Los perdedores, se han definido como una oposición dura, justa, constructiva…, pero oposición al fin. ¿Nadie les ha explicado el significado de esa palabra? ¿Seguimos en el juego de los polos opuestos?

Y si saben lo que la gente quiere, conocen el bien común, el summum bonum, por qué no se orientan en esa dirección. Y si no lo conocen, después de siglos de política, ¿qué demonios hacen aquí?

El pueblo está esperanzado, como siempre. Espera vivir en paz, espera no perder lo ganado, espera tener una vejez en la que no tenga que depender de terceros para poder solventar sus gastos, espera que sus hijos puedan acceder a una educación que les permita movilidad social, espera que la salud sea eficiente y eficaz y para todos, espera poder salir a las plazas y calles sin temor a que les roben o agredan, espera que no le quemen lo que les ha costado sudor y lágrimas construir, espera que no haya compatriotas que hagan de la necesidad de muchos una ocasión para el beneficio propio.

Es mucho lo que espera el pueblo, porque es mucho lo que se ha postergado. Por eso iza la bandera de la esperanza una vez más y se anima a confiar en este joven idealista con poco pasado que cargar y mucho futuro por construir.

Hoy hay muchos que celebran, otros tantos que siguen sus rumbos con indiferencia y bastantes que ocultan la derrota o vaticinan hecatombes económicas y políticas y el ascenso de la nueva dictadura del proletariado. Nosotros, los hombres comunes, los que no nos ponemos camisetas de colores para sentirnos diferentes, los que fuimos a votar por el futuro de un pueblo que trasciende las fronteras políticas, mantenemos una sonrisa tranquila, porque puede que ahora sí la alegría llegue.

Entonces, díganme ustedes, ¿ganó la izquierda?, ¿perdió la derecha?

*Félix Alvarado, Ingeniero chileno, integrante de colectivo Re-volver, socio fundador de Intégritas.

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