“¡Cierra el ojo, que ahí va el tierra!”

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“Cierra el ojo, que ahí va el tierra”

Juan M. Negrete

El anciano sacerdote Crises se presentó al campamento de los griegos a rescatar a su hija [Criseida], pues éstos se la habían secuestrado. Agamenón, el mero jefe de las huestes helenas que cercaban Troya, la había reducido a esclava suya. El chamán ofrecía un rescate espléndido, que incluía las ínfulas del dios Apolo. Agamenón lo mandó a freír espárragos. El anciano se quejó a Apolo de quien era sacerdote consentido. No sólo había fracasado en recuperar a su hija, sino que el rey le había amenazado si lo volvía a ver rondando el campamento. Apolo se puso de su lado. Airado contra el rey, suscitó en el ejército la maligna peste. Leamos cómo nos lo cuenta el ciego de Quíos:

“Febo Apolo, irritado en su corazón, descendió de las cumbres del Olimpo con el arco y el cerrado carcaj en los hombros… Iba parecido a la noche. Sentóse lejos de las naves, tiró una flecha y el arco dio un terrible chasquido. Al principio, el dios disparaba contra los mulos y los ágiles perros; mas luego dirigió sus mortíferas saetas a los hombres y continuamente ardían muchas piras de cadáveres. Durante nueve días volaron por el ejército las flechas del dios. Al décimo, Aquiles convocó al pueblo a una junta…” [Ilíada, Rapsodia I, 43 – 54]

Resulta significativo que sea el pasaje de una peste el que dé inicio a una obra artística de este calado. Es obvio que las epidemias y sus mortíferas secuelas nos han impresionado siempre y lo seguirán haciendo. También se nos aparece como natural que al estado elemental de conocimiento humano hace tres mil años se le ocurriera señalar como agente directo de la mortandad visible la ira de un dios, las voladoras saetas de Apolo. La imaginación colectiva ha recurrido a la voluntad divina como la causante central de males incontrolables, aunque algunas creaciones teológicas han establecido una distinción entre la generación de los bienes y la de los males. Han creado dos tipos de divinidades, unas positivas y otras negativas. Son triquiñuelas para revisar en otro momento.

No se avanza mucho en el tratamiento eficiente contra una plaga extendida, tomando en cuenta los cánones religiosos. Sin embargo, deben tomarse en cuenta por el hecho de que gran parte de nuestra población, en todo el mundo, se mantiene atenazada a las creencias y a los nexos mágicos del pensamiento religioso. Aunque resulte complicado hablar de ‘pensamiento religioso’. Si es religioso, es mágico; si es mágico, no es pensamiento. Sigamos adelante.

Estamos frente al cruel embate de la pandemia del coronavirus. En algún momento abrigamos la esperanza de que el nivel de contagios y decesos no se disparara con nosotros. Para nuestra desgracia, ya rebasó el millar de defunciones y no parece que se le encuentre todavía el freno deseado. Nos ponemos en manos de médicos, especialistas y de las sufridas y generosas enfermeras en todo el mundo. Nos enteramos de cuadros deleznables en los que algunas personas o grupos de personas agreden al personal de salud. Nuestros fanatismos, atizados por nuestras ignorancias colectivas, sólo nos conducirán a empeorar la situación. Se entiende que de pronto broten o aparezcan actitudes irracionales. Tal vez no se puede impedir que se generen, pero sí hemos de evitar que se generalicen y más que se nos vuelvan ‘normales’. La prudencia tiene que imponerse.

Lo que sí parece lamentable es el manejo que hacen muchos políticos del tinglado presente. Como el narcisismo de nuestros grillos es enfermedad que no se cura ni da tregua, a como vemos, ellos siguen reclamando como exigencia, como obligación ciudadana, que les pongamos atención. Y no sólo eso: que hagamos caso a sus directrices, las veamos atinadas o no. Y si no lo hacemos, se dan el lujo de tildarnos hasta de ‘pendejos’, como ya lo hizo nuestro ilustre gobernador emecista de Jalisco. No en balde los caricaturistas se pitorrean de él. El que no le llama Alführer, le moteja de Alfarolini… Bien ganada que va cobrando su caída libre ante el sentir popular.

El cuadro de la peste en el campamento troyano, presentado al inicio, es núcleo del asombro que causó a sus coetáneos un fenómeno sin explicación fácil o conocida. Este espasmo le ocurrió muchas veces a muchas otras comunidades. Hacer su inventario nos resultaría muy extenso. Pero traeré, para cerrar, la remembranza de un cuadro similar que se vivió en mi pueblo, El Grullo, a resultas de una epidemia de paludismo, contra el que aún no había medicamentos para combatirlo. Debe haber sido en la época de la revolución, que nos resultó muy cruel.

Decían nuestros abuelos que el carretón de la basura pasaba por las calles recogiendo cadáveres. La gente tiraba incluso a agonizantes, aún vivos, sin esperanza de recuperación. Los llevaban a la fosa común. Algunos de estos desvalidos, ya en la fosa, clamaban por alimento, sin entender bien a bien lo que ocurría. ‘Tole, mama, ‘tole… pedían en su angustia. ¡Qué ‘tole, ni qué ‘tole!, les contestaban sus sepultureros. ¡Cierra el ojo, que ahí va el tierra!

Así lo escuché contar en mi infancia y no creo que los abuelos se propusieran tan sólo divertirnos o hacernos reír. Son los cuadros trágicos que inspiran las situaciones a las que aún no les hallamos la tuerca de los controles. Ojalá que a ésta se la hallemos pronto, antes de que nos exijan que cerremos los ojos pues ya sabemos que lo que sigue después de un fracaso colectivo siempre va a ser la palada de tierra que nos tape.

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