Cine de fin de año: “Los dos papas”

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Partidiario

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Independientemente de credos, para entender un poco lo que sucede hacia su interior, las adversidades, y más que eso, las tempestades que parecen querer hundir con todo propósito la Barca de Pedro, tan agitada desde su interior por escándalos como la infidelidad al voto de castidad y, sobremanera, por la pederastia cometida por cientos, o miles, de sacerdotes y religiosos alrededor del orbe, no está de más echarle un vistazo a “Los dos Papas” (The Two Popes), en esta época de imágenes cuando casi nadie lee.

Con algún porcentaje considerable de ficción, pero que de una u otra manera también pudieron haber sucedido cosas que se narran en diferentes escenas, el eje central de la película se basa, en gran medida, “en hechos reales”, como se asienta en el arranque de la misma producción lanzad por Netflix que parte de un hecho conocidos por todo mundo: la renuncia del papa Benedicto XVI, anunciada el 11 de febrero de 2013 y consumada, como el propio pontífice lo previó, el 28 del mismo mes.

Su abdicación, a la par que un rayo caía sobre la cúpula de la Basílica de San Pedro, en Roma, estremeció al mundo, en especial a la Iglesia católica, pues tal cosa no había ocurrido durante siglos. El último papa que había dimitido antes de Benedicto XXVI, había tenido lugar 598 años antes, en 1415, cuando Gregorio XII dejó su trono para terminar con el Cisma de Occidente en el que había dos antipapas, Benedicto XII y Juan XXIII.

Antes de esa dimisión se habían dado, por distintas razones, al menos otras seis desde el año 235 a 1294 cuando, tras emitir un decreto en el que asentaba que la renuncia de un papa es válida, Celestino V dimite y se convierte en ermitaño. Por animadversión de su sucesor, Bonifacio VIII, el dimitente, quien después sería proclamado santo, falleció encarcelado por Bonifacio, quien lo consideraba su enemigo.

Ya en tiempos modernos, digamos del siglo 19 al 20, tres papas suscribieron renuncias sujetas prisión o enfermedad incurable. Tales casos fueron los de Pío XVI, uno de los pontificados más largos (1800-1823), quien antes de partir a la coronación de Napoleón Bonaparte en 1804 signó su renuncia en caso de que fuera tomado prisionero y no pudiera regresar a Roma.

Otro tanto hicieron Pío XII y Juan Pablo II. El primero, en caso de ser secuestrado por Hitler y sus nazis durante la Segunda Guerra Mundial ordenó que los cardenales electores se trasladaran a Portugal debido a su neutralidad en la conflagración. El segundo, si una enfermedad grave le impedía gobernar a la Iglesia. Finalmente reinó 24 años.

De vuelta a la película “Los dos Papas”, de poco más de dos horas, parte del momento en que el arzobispo de Buenos Aires, Argentina, Jorge Bergoglio envía una carta al Vaticano mediante la cual pide al Papa acepte su renuncia por un problema pulmonar.

Al no  tener respuesta, el cardenal Bergoglio viaja a Roma y coincide con una invitación que llegó a la capital argentina para que se presentara en Ciudad del Vaticano ante Benedicto XVI.

Ambos personajes se encuentran durante algunos días. En ese tiempo, dialogan y hasta discuten defendiendo cada cual su postura. El papa Ratzinger, la preservación de la doctrina de la fe, y el cardenal Jorge Mario Bergoglio, su postura ante el pueblo desamparado, la defensa de los divorciados y vueltos a casar que no tienen por qué separarse de la madre Iglesia y que incluso pueden comulgar, pues la comida es para los hambrientos, dice. Hablan sobre homosexualidad y curas pederastas…

Saldan los desacuerdos entre ambos, el uno conservador y el otro modernizador, pero  hay momentos en que tan cede uno como el otro. El primero reconoce que hay cosas por cambiar y el otro por ajustar los cambios a los cánones eclesiásticos, pero de que los tiene que haber, los tiene que haber.

A lo largo de la plática –tiene lugar tanto en Castelgandolfo como en el Vaticano–, en ocasiones ríspida, se distancian, se confrontan. Guardan largos silencios. Llegan a ciertos consensos. Hablan de todo, hasta de futbol. Llega el momento en que Benedicto XVI le confía en que ante la crisis en la Iglesia renunciará. Su interlocutor le dice y le insiste en que no lo haga. No lo convence y le pide que guarde el secreto.

Benedicto le pide al cardenal Bergoglio que lo confiese. Aquel reconoce no haber actuado a tiempo cuando fue el responsable de la Congregación para la doctrina de la  fe y de no haber actuado severamente en aquel momento en que suscitó el caso del mexicano Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo.

Sigue la confesión y el sonido desaparece un rato. También el papa confiesa a quien sería su sucesor.

Posteriormente, el papa le insinúa que él será elegido como su sucesor, toda vez que en la elección anterior, la de Ratzinger, el cardenal Bergoglio fue de los más votados. Éste le responde que en su país es muy controvertido y le cuenta de su errores más que de sus aciertos. Pero Benedicto insiste y dice saber toda su historia y cree que será la mejor elección.

Ya en las postrimerías de la película, obvio, se da la elección del primer papa Francisco en la historia de la Iglesia. Aquel Jorge Bergoglio que llegó “del fin del mundo”.

Ambos se despiden en uno de los patios del Vaticano, no antes de enseñarle, ante los pocos concurrentes en ese momento, cómo baila el tango.

En el film actúan con gran acierto –a decir de los críticos de cine– Anthony Hopkins en su papel de papa y Jonathan Pryce en el del cardenal y ahora papa Francisco. La dirección es del brasileño Fernando Meirelles.  El guión, de Anthony  McCarten.

Cierra la estupenda cinta con música de fondo de  Consuelito Velázquez: “Bésame mucho”.

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