Crónica de una muerte anunciada de la seguridad pública de Guadalajara

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Como la anunciada muerte del personaje de García Márquez, es el futuro de la protección de los tapatíos. Cuestión de por sí difícil de lograr. Aun con el mayor de los empeños, Ismael del Toro viene, con esa insensibilidad que le caracteriza para la administración de la cosa pública, a rematar a un moribundo llamado Seguridad Pública en Guadalajara.

La labor en Guadalajara no es nueva, vaya, ni siquiera de un solo partido, todos han puesto empeño especial en destruir el derecho de los ciudadanos a vivir con tranquilidad. Sería imposible encontrar un referente en alguna administración anterior, ya que los vicios y los conceptos trastocados vienen de siempre. Eso, sin embargo, no justifica que no haya autoridad que se interese por resolver el problema más agobiante para la sociedad tapatía.

El nombramiento de Secretario de Seguridad Pública en Guadalajara es el corolario de una cadena de torpezas y disfunciones de Ismael del Toro en el tema. Desde su estreno como alcalde de Tlajomulco de Zuñiga, afirmó que con asesores de la ONU crearía en el municipio la mejor corporación de la zona metropolitana de Guadalajara. Apareció una contradicción que sus electores le desconocían, la de sus deseos con su capacidad de organización.

Para el arranque, anunció que nombraría como director de seguridad pública a quien había sido el Director de Reclusorios del Estado de Emilio González, periodo en que se consolidó el autogobierno de los reclusorios, entregados para su administración a la delincuencia organizada. Mostraba así del Toro su desinterés por una administración pública honrada y eficiente en el tema de mayor preocupación social.

Como no logró nombrar al personaje que le recomendaron influyentes personajes del oscuro mundo de la delincuencia, nombró director a Salvador Cervantes Flores, quien a esas fechas fungía como director operativo y que venía de las filas de los escoltas de Enrique Alfaro. Al final tuvo que destituir a Cervantes por aparecer involucrado con una célula delincuencial en una investigación criminal, descubierta por una fosa clandestina de cuerpos humanos en la continuación de la avenida Adolf Horn, en el municipio.

El director definitivo resultó ser alguien que había sido asistente de Carlos Nájera, que cometió innumerables abusos y propició se corrompiera prácticamente toda la corporación, que cayó en la nómina de la delincuencia organizada para proteger la producción, traslado y venta de droga.

Sin embargo, el negocio floreciente del trienio fue el robo de combustibles, para lo que la corporación fue determinante en la protección del delito. No fue gratuito que en el mes de septiembre de 2014 el periódico Mural publicara un estudio de Pemex en que declaraba a Tlajomulco como el municipio con mayor número de tomas clandestinas de sus ductos, del país.

Sumado a la anarquía y corrupción de la corporación, llegaron las ocurrencias y abusos de Del Toro y sus aprendices de brujo, disfrazados de consejeros. Por ejemplo, derogaron los reglamentos municipales creados en el trienio anterior, para desaparecer los órganos de normatividad y supervisión de la corporación, lo que afectó entre otros a la Comisión de Carrera Policial y al Consejo Ciudadano de Seguridad Pública. Dichas acciones permitieron nombrar policías con apenas primaria como oficiales con función de supervisores, como el escolta del Síndico y un ayudante del director de la corporación, no solamente con sueldos, sino con funciones desproporcionadas a su perfil.

Además aprovechando el manejo laxo del gobierno federal en el tema, se frenaron las Evaluaciones de Control de Confianza, lo que permitió a su vez al director traer a elementos de otros municipios, a quienes se les otorgó nombramientos de mando, que aprovecharon para proteger la delincuencia en el municipio.

En un arranque de inspiración convirtió Ismael Del Toro el área de Prevención del delito en Policía Comunitaria, que su mayor logro fue obtener bajo presión de los directores de las escuelas, las firmas que certificaban la supuesta aplicación en las escuelas de actividades y programas ficticios.

A pesar del pobre número de elementos de la corporación, Del Toro se dio el lujo de mantener para su atención personal más de veinte elementos, que distrajo de sus labores de patrullaje en demérito del raquítico servicio.

Ahora del Toro, como flamante alcalde de Guadalajara, designa como Secretario de Seguridad Pública entre cuestionamientos de distintos sectores y la inconformidad de los policías de Guadalajara,  a un elemento de la policía del Gobierno del Estado. El nombrado estuvo para variar bajo las órdenes de Carlos Nájera, de quien Del Toro ha obtenido sus cuadros más destacados.

Dicho nombramiento es más una decisión improvisada en busca de la salida del tema, que un esfuerzo de selección de perfil del directivo. Sin embargo Del Toro no es ajeno a esas inconsistencias y vicios, quizá ni consciente esté de ello. El abandono de la seguridad pública y la profesionalización de cuadros, es responsabilidad compartida de todos los que han sido funcionarios municipales, estatales y federales y que han causado la desertificación de la seguridad en el país.

Aparece del Toro como figura prototípica de la irresponsabilidad y las decisiones de ahora son consecuencia de las alternativas que él y sus congéneres crearon. Es él un personaje producto de las coyunturas electorales, que todo indica seguirá su trayectoria sin sentido ni rumbo. Una mala noticia para los tapatíos que la pesadilla de la inseguridad los perseguirá otros tres años, consecuencia de gobiernos insensibles.

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