En tanto la figura del presidente Enrique Peña Nieto se había venido desvaneciendo desde las elecciones del primero de julio por el protagonismo natural de Andrés Manuel López Obrador, hasta desaparecer casi por completo tras la decisión de éste de enterrar de una vez la construcción del nuevo aeropuerto en el mismo fango de lo que queda del lago de Texcoco, se reafirma la idea del presidente electo de no dejar piedra sobre piedra de esta obra y de quienes lo estaban haciendo posible.
Pero ahí no para todo: parece que Andrés Manuel quiere borrar todo vestigio del pasado, de Salinas a la fecha, pero en particular, de sus tres inmediatos predecesores de quienes no quiere ni oír hablar: Fox, Calderón y Peña, independiente de la decisión de retirarles sus pensiones.
Así, con sus ansias incontenibles de gobernar cuanto antes y de implantar su estilo ─impredecible en ocasiones─, aunque de una u otra forma ha venido perfilándolo desde la misma noche en que se reconoció su triunfo inobjetable, asoma su intención, incluso, de dinamitarlo más que a reconstruir lo mal hecho; ya ni siquiera sobre la base de castigar a los corruptos y sus cómplices.
Todo indica que pronto se le olvidó su discurso de la noche del mismo día de su victoria, cuando se transformó y dejó atrás al candidato; habló como estadista de concordia y reconciliación.
En los días subsecuentes, volvió a ser el mismo Andrés Manuel de siempre, el de antes de las elecciones con su gira de agradecimiento, de post candidato y luego presidente electo, a veces contradictorio, en ocasiones crítico y en otras franco y abierto, sin saber bien a bien, los que vamos a ser gobernados por él y hacia dónde se dirige.
El 29 de octubre, tras la muy cuestionada encuesta sobre el Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM), contento y triunfal apareció como presidente en funciones a reafirmar sus ideales y metas. Declaró que el NAIM se suspende. Y esto sin importar si va al 20% o al 30% de su construcción y sin importar lo invertido; que lo mismo pueden ser los 100 o 120 mil millones de pesos que más chuecos que derechos quedarán sepultados en este México con tantas necesidades.
Dijo, no sin razón, que las finanzas, el dinero y sus dueños, no estarán más sobre la política. Y de una vez por todas dejó sentado quién es el que va a mandar –o manda desde ahora-, no sin hacer palidecer a muchos, entre ellos, al mismo Peña Nieto y a los empresarios quienes, por boca de sus representantes, dijeron sentirse engañados por AMLO. Antes nunca abrieron esa boca para decir que en tan magna obra, había cochupos y amarres de negocios inmobiliarios y comerciales, nada claros, al gusto de los más cercanos al poder.
Lo que sí deberá determinar el electo es si quienes se hayan visto involucrados en actos de corrupción en la construcción del NAIM serán o no castigados conforme a la ley y que sólo se dará oportunidad en Santa Lucía o en otros aeropuertos a contratistas y negociantes que no estén involucrados en negociaciones sospechosas o abiertamente corruptas.
De todo esto, que yo recuerde, nada ha dicho Andrés Manuel ¿Será que también van a ser amnistiados y perdonados anticipadamente?
Es una de las cosas que yo no le entiendo al próximo presidente constitucional y, para el caso, en funciones desde ahora, mientras Peña Nieto se va al ostracismo y sus colaboradores cercanos parece que ni se le acercan.
A punto de coronar al rey, que viva el rey, pues, dirán los que se van junto con EPN.