Cositas y cosotas de aniversario

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Tenemos afición generalizada a detener el paso cotidiano para ocuparnos de las remembranzas que dictan los aniversarios. Los cumpleaños de los individuos son días de asueto para el interesado y sus más cercanos. A nadie le aparece como extraña una fiesta particular por dicho motivo. Lo mismo hay que decir de bodas, defunciones y otros motivos. Se trata de los tocones más relevantes en la vida común, que no nos pasan desapercibidos.

En esto de las remembranzas es dato más interesante si las mojoneras atañen a referenciales colectivas. De algunas fechas salen hasta temas de debate, por implicar al conjunto. Estuvo mucho tiempo viva en la historia nacional la fecha a festejar por nuestra independencia. Han pasado ya muchos años, como siglo y medio, que se impuso el día 16 de septiembre. Ubicamos como día de la independencia el arranque de las hostilidades en contra de los españoles, que tenían convertido al país en colonia peninsular. Llamamos a Miguel Hidalgo ‘padre’ de la patria, por haber dado el grito de guerra, así no viviera para contar el éxito de su proclama.

Su famoso grito ya es emblema nacional. Lo dio en la madrugada del 16 de septiembre de 1810. Aunque la conclusión de la algarada ocurrió hasta once años después, el 27 de septiembre de 1821. Según nos cuentan los historiadores más avezados, fue en el año de 1848 cuando arrancó la tradición de festejar nuestra independencia. Hubo momentos en los que se trató de cambiar la fecha, pero al final se terminó imponiendo la del 16 de septiembre, como bien lo sabemos y bien que lo hacemos cada que se llega la fecha del grito, a la que tomamos como jornada de fiesta nacional.

Nos podríamos entretener en más ejemplos de esta laya, porque los tenemos. Una de sus volubilidades está manifestada en la disputa por el criterio para fijar como días de asueto algunas de estas jornadas. O se toma la fecha señalada, o se traslada al lunes inmediato anterior. Es polémica no bien concluida. El 20 de noviembre ¿es día relevante para tomarlo como festejo nacional o no? ¿Qué distancia hay en la significancia de tal día con la del 5 de mayo, en la que las armas nacionales se cubrieron de gloria contra la invasión francesa nada más, pero no la conclusión de dicha gesta?

Dentro de esta dinámica que nos resulta entre medio especulativa y caprichosa, encuadremos la jornada recién vivida del primero de julio (2018). Como es tan reciente ésta, contraponiéndola a las de la independencia (1810, 1821), la de la invasión francesa (1862) o la de la RM (1910), todavía no es necesario traer a colación la ilustración histórica, como sí lo imponen las otras por viejas. Estamos vivos casi todos los que participamos en la campaña electoral, en el día del sufragio y luego en la toma de posesión del poder federal como resultado de todo el paquete anterior.

A pesar de estar vivos la gran mayoría de participantes y testigos presenciales suyos, lo de la fecha misma presenta una dificultad prima, de éstas que tienen que ver con su validación histórica. AMLO es el personaje político que ascendimos entre aclamaciones y ruidos electoreros a los cuernos de la luna del poder nacional. Por iniciativa suya, al conjunto de estos acontecimientos se le nombra ya como la cuarta transformación o simplemente 4T. Entendámonos. ¿Su fecha simbólica se corresponde bien con el 1° de julio de 2018, o mejor con el 1° de diciembre de ese mismo año? Apenas estamos viviendo tal dualidad y no lo vamos a resolver pronto. Se pueden poner a rodar argumentos a favor de una o de otra fecha. Nos resultarán tan sugestivos unos y otros.

Bueno, me estoy excediendo. Nos resultarán gratos a quienes le damos beligerancia al cambio. Pero a muchos detractores la 4T se les volvió su plumita de vomitar. No lo ocultan. Hasta lo gritan a voz en cuello. Muchos de ellos han tomado campaña y hasta parece darle sentido a su propia vida. Insultan, llenan de denuestos al titular del poder ejecutivo, a AMLO, a quien nuestro voto mayoritario llevó a la silla del poder presidencial. Es muy lastimoso el espectáculo que escenifican estas fuerzas retrógradas. No paran en buscarle deficiencias y anomalías al buen Peje. Lo peor, para sus objetivos, es que su campaña negra nomás no prende. Pareciera que todas sus blasfemias y embijes de lodo en contra de Obrador, fortalecen más que debilitar la imagen del tabasqueño.

Pero hay algo en sus diatribas algo muy fuera de lugar. ¿Por qué meterse con la mujer y el hijo pequeño de su matrimonio? Se meten en su vida privada y eso es pasarse de la raya. El día del sufragio (1° de julio) apareció en las boletas el nombre de AMLO, nada más. Nadie vio, y por lo mismo no sufragó por, el de Beatriz Gutiérrez Müller. Ciertamente en la otra fecha (1° de diciembre) AMLO trepó al presídium nacional del codo de doña Beatriz, porque es su esposa, y porque así lo dictan las costumbres políticas. Pero andarse metiendo con ella y más con el niño pequeño de ambos, es una barbaridad, es una trasgresión a lo civilizado. Son ‘chingaderas’, para decirlo claramente y en el argot mexicano, que tan bien conocemos y dominamos todos. Ahora sí que les viene bien a todos estos detractores ardidos la sugerencia de que le bajen por lo menos una rayita. Está bien que chinguen, pero a su madre que la respeten. Gracias. De nada.

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