¿Crisis o recesión económica? Antes y después del Covid-19

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Pablo Sandoval Cabrera                      crisis

 

Quisiera iniciar esta reflexión echando mano de una frase de la escritora Elena Poniatowska, que me parece sintetiza, tal vez, todos los significados de lo que hoy más nos preocupa con relación a la actual pandemia y sus reales y potenciales secuelas: “ojalá la vida cobre importancia después del coronavirus”.

El asunto nodal, vital diría yo, es dilucidar cual propuesta de organización o reorganización, modelo, estrategia –que tal vez requiera elaborarse aún– se constituye en una respuesta a la ya inminente catástrofe que se avecina en todos los ámbitos de la vida en la sociedad moderna capitalista, incluso mucho antes de la aparición del covid 19.

En este sentido es importante afirmar que no estamos viviendo una “nueva” crisis económica, social y de valores e incluso sanitaria, sino la continuación y confluencia de varias crisis, entre ellas una de carácter estructural que tiene en vilo al sistema capitalista y cuestiona seriamente las aparentes bondades que ofrece la sociedad globalizada de mercado, con especial énfasis desde la caída del bloque oriental o del mal llamado “socialismo real” a fines de la década de los años ochenta y principios de los noventa.

 

¿Cómo superar las crisis?

Hay que decir que bajo las actuales condiciones de funcionamiento de la sociedad de mercado no será posible erradicar las crisis, aunque si lo será el encontrar nuevos alicientes (un nuevo nicho de acumulación como podría ser la economía de salud: industria farmaceútica, servicios hospitalarios y de cuidado médico para grupos vulnerables, de laboratorio y análisis clínico,manufactura de equipo médico, seguros médicos y demás) que le permita temporalmente evitar su colapso definitivo.

Al respecto es necesario mencionar que desde la crisis financiera de la década de los noventa se observa que los periodos de expansión o crecimiento de la economía mundial (gráficamente las denominadas crestas en un ciclo económico) son cada vez más cortas, en tanto las los periodos de recesión (los valles) son cada vez más largos y recurrentes en una especie de trayectoria que Krugman denominó como “tipo doble ‘u’”. Este comportamiento es más evidente en lo que va de este siglo, particularmente desde la crisis hipotecaria de fines de la primera década, atendiendo a los bajos niveles de crecimiento que ha experimentado la economía mundial con altibajos en regiones y países pero con una clara tendencia a disminuir.

Por esta razón afirmamos que la situación actual es la continuación de una ya larga crisis  que la sociedad de mercado no ha podido superar. El crecimiento constante del desempleo, la desigualdad y pobreza con sus colorarios socioambientales de contaminación, depredación, extinción de especies y trasformación de diversos ciclos naturales como el del nitrógeno y del carbono, entre otros; además de la descomposición social e institucional en muchos países y regiones con altos niveles migración, con la consecuente aparición de lo que De Rivero (2000) denomina como “economías nacionales inviables” y Entidades caóticas ingobernables.

Este escenario pone en entredicho el famoso “sueño americano” que por tantos años penetró en el imaginario de millones de individuos de países pobres especialmente, el cual es actualmente rotundamente inviable, dadas las condiciones medioambientales del planeta, incluso la misma idea de desarrollo en su connotación occidental a perdido sentido y significado.

Ya no es posible sostener tasas de crecimiento económico bajo las condiciones actuales de explotación de la naturaleza y del hombre, generando millones de pobres y excluidos al ritmo en que se depreda y contamina a ritmos impresionantes.

Como bien lo sostenía hace ya varias décadas Joan Robinsón cuando afirmaba que “La edad de oro” en la que una tasa de beneficio alta permite una acumulación que genera un crecimiento del empleo igual a la expansión de la fuerza de trabajo (algo seguro para la SNK), no es más que una situación milagrosa, que se registra sólo cuando confluyen la confianza de inversiones y una política óptima de distribución.” “Es más realista pensar, que lo normal es una “edad de plomo” en la que el crecimiento es desequilibrado, presenta fluctuaciones y es compatible con el desempleo.” (Bústelo, 2000, p. 99).

La desigualdad se ha agudizado también a niveles nunca vistos. Ello queda de manifiesto a través de la ampliación de la brecha existente en la participación de los factores productivos en la “riqueza” generada. En tanto, la misma representaba una proporción casi igual entre trabajo (45%) y capital (55%) en los años setenta, actualmente la diferencia es de 3 a 1 a favor del capital.

Visto de otra forma, la riqueza del mundo no sólo sigue en manos de una pequeñísima minoría sino que no se ha revertido dicha tendencia, la brecha entre los super ricos y los pobres sigue creciendo a tasas insostenibles económica y socialmente.

Esa es la afirmación de la organización caritativa británica Oxfam, que asegura que 82% del dinero que se generó en el mundo en 2017 fue al 1% más rico de la población global. Mientras tanto, la mitad más pobre del planeta no vio ningún incremento en sus ganancias. Oxfam dice que las cifras -que algunos críticos cuestionan- muestran un sistema fallido. La ONG responsabiliza de esta desigualdad a la evasión de impuestos, la influencia de las empresas en la política, la erosión de los derechos de los trabajadores y el recorte de gastos.

Esta es la razón primera sobre la que se fundamentan las críticas al modelo de capitalismo global el cuál, sin existir en su versión actual, fue primeramente cuestionado por quien suponen fue su principal teórico y promotor, Adam Smith.

En un ejercicio sumamente creativo de supuesto diálogo entre entre el filósofo ingles y su “contraparte” crítica de Karl Marx, realizado en el marco de la crisis hipotecaria de  2008, A. Domenec, filosófo catalán de la Universidad Autónoma de Barcelona, rescata la esencia de las similitudes entre ambos pensadores a partir de la crítica que realizan a lo que Marx llamó “economía vulgar” y que hoy está claramente representada, promovida y defendida por la corriente neoclásica, rescato dos parrafos del diálogo:

Karl– Desde luego; tú y yo fuimos aún clásicos. Luego vino esa caterva vulgar de neoclásicos, incapaces de distinguir nada.

Adam– Por ejemplo, entre actividades productivas e improductivas, entre actividades que generan valor y riqueza tangible y actividades económicas que se limitan a recoger rentas no ganadas (rentas derivadas de la propiedad de bienes raíces, rentas derivadas de los patrimonios financieros, rentas resultantes de operar en mercados no-libres, monopólicos u oligopólicos). Nunca ha dejado de impresionarme la agudeza con que elaboraste críticamente algunas de estas distinciones mías, por ejemplo, en las Teorías de la plusvalía.

Este rescate es importante porque nos ayuda a situar la actual crisis de la economía mundial, la cual efectivamente se ha centrado en la expansión de actividades rentistas e improductivas, en actividades financieras esencialmente especulativas, en el sector hipotecario y en algunas ramas de la llamada nueva economía (vinculadas con la informática y las telecomunicaciones) que no generan valor pero se constituyen en mecanismos efectivos de apropiación de las rentas generadas en la economía real (actividades agrícolas y manufactureras).

Desde la heterodoxia, Amartya Sen hace más de 2 décadas ya cuestionaba seriamente la idea dominante de desarrollo económico con asombrosa claridad:

“… la coyuntura actual nos proporciona un momento idóneo para  replantear la cuestión […]. Desde que surgiera por primera vez la cuestión del “desarrollo” al término de la segunda guerra mundial, han tenido lugar muchos cambios tanto en el ámbito de la experiencia como en el de la teoría del desarrollo. Algunos sucesos recientes han justificado el replanteamiento, evaluación o revisión de nuestras primeras observaciones acerca de la naturaleza del desarrollo económico y social. Este es un momento tan bueno como cualquier otro para preguntarnos qué dirección está tomando la teoría del desarrollo…” (¿Igualdad de qué?, Ciclo Tanner de Conferencias sobre los Valores Humanos; Universidad de Stanford; 22 de mayo, 1995. Pág. 152).

Hoy las teorías postdesarrollistas (del no desarrollo) y del no crecimiento promulgadas desde diversos enfoques críticos como la sociología y la economía ecológica, la economía solidaria, el eco-desarrollo, la ecología humanista y la economía con rostro humano –por algunas de las razones ya expuestas referidas al incremento constante de la  pobreza, la exclusión y la desigualdad generadas por el modelo económico dominante, el cambio climático y sus efectos, así como por el reconocimiento de que vivimos en un mundo que tiene límites físicos– coinciden en que hablar de crecimiento económico y desarrollo, bajo el marco convencional, no tiene ningún sentido.

Efectivamente, la agudización de la crisis del sistema capitalista, debido al confinamiento y la parálisis social y económica que la pandemia del covid19 ha provocado en el mundo, se traducirá en una fuerte contracción de los indicadores de crecimiento, inversión y empleo, así como en las condiciones de bienestar, aunque con efectos desiguales encada país y región. Evidentemente, serán nuevamente los países de mayor desarrollo relativo los que sufrirán los menores daños e incluso se constituirán finalmente en los ganadores al contar con mayores recursos, infraestructura hospitalaria, fortaleza institucional y una estructura de investigación y desarrollo científico que les permitirá usufructuar con la venta de vacunas, medicamentos y equipo médico, como efectivamente ya está ocurriendo.

En lo que respecta al tema del crecimiento económico las estimaciones más conservadoras realizadas por organismos internacionales como la OCDE, la Cepal, el FMI y el BM, así como por diversas corredurías y bancos privados, hablan de caídas en el crecimiento (decrecimiento) económico de un dígit, de entre 6.5% a 8%, las más catastrofístas estiman que la caída podría ser de hasta 15%. Los efectos que ello tendrá en las condiciones de vida de los países más pobres hacen pensar en escenarios casi apocalípticos caracterizados por altos niveles desempleo, pobreza, hambruna, exclusión social, mortalidad, inseguridad, ingobernalidad y altísimos niveles de migración, nunca antes vistos.

Ante este indeseable panorama es urgente reflexionar, creativa y críticamente, en torno a la necesidad de cambiar el estado de las cosas, so pena de arribar a un punto de no retorno en donde ya sea demasiado tarde para actuar. Para poder elaborar unas iniciales propuestas es necesario partir de algunas premisas que se sustentan en los efectos que tiene y tendrá la vigente crisis:

  1. Ya no es viable, bajo las actuales condiciones de desigualdad, exclusión y pobreza, pensar en el diseño e implementar de políticas, estrategias y acciones que pretendan socializar entre todos, las pérdidas de los más ricos (ese 1% de la población que detenta el 80% de la riqueza mundial). Esto es, los famosos planes de rescate diseñados y promovidos por organismos financieros como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial ya no son aceptables ni aplicables en las actuales condiciones.
  2. En este sentido, acudir a opciones de endeudamiento público para poner recursos públicos a disposición de los grandes corporativos de empresas bajo la modalidad de rescates con un alto costo económico y social –al implicar la disposición intertemporal de menores recursos para el gasto social, la inversión publica y un mayor pago de impuestos bajo una estructura impositiva altamente regresiva– generará una fuerte contracción de las ya de por sí graves condiciones sociales. Sus efectos, ademas son de largo plazo debido a que el pago del servicio (capital, gastos administrativos e intereses) de la deuda contraída, reducirá, durante muchos, la disponibilidad de recursos que bajo otras circunstancias se destinarían a generar oportunidades de desarrollo en los ámbitos de la salud, la educación y la expansión de la ciencia, las artes y la cultura en los grupos más desfavorecidos.
  3. En el ámbito social, muchas de los comportamientos, usos y costumbres que conforman el imaginario de lo que consideramos como “normal”, jamás volverá a serlo. La psicosis y el miedo generados por el confinamiento, el resquebrajamiento de los esquemas convencionales de convivencia social, de comunicación e interacción “cara a cara”, que todavía eran muy sólidos antes de la pandemia, seguramente se verán fuertemente modificados.
  4. La pandemia ha hecho mucho más visibles las contradicciones del modelo de “no desarrollo” en voga. En el ámbito del consumo es claro que el estilo de consumo globalizado, favorecido por los procesos de apertura comercial y de “integración” cultural gracias a la más fácil interconexión, deberá,sin duda modificarse, además por razones de salud.

La alta tasa de mortalidad ( de entre 5 y 11 por ciento dependiendo de los estilos de vida, de higiene y de consumo entre países y regiones) se explica, a su vez, por la alta incidencia de enfermedades crónico degenerativas como la diabétes, hipertensión, obesidad y cáncer, relacionadas todas ellas por una alimentación altamente calórica basada en la ingesta de grasas, azúcares, harinas, embutidos y alimentos procesados. A lo anterior hay que agregar el predominio del sedentarismo sumamente útil para cerrar el ciclo vicioso de consumismo, tan indispensable para la reproducción rentable del sistema.

  1. El modelo productivo debe cambiar de igual forma por razones sociales y ambientales. La viabilidad de la economía dependerá del diseño de un modelo productivo que no se sustente en el consumo excesivo de materias primas y energías no renovables, a la vez que genere mayores niveles de empleo proveyendo de salarios y sistemas de seguridad social más justos y equitativos.

En conclusión creo que las enseñanzas y retos que enfrenta el mundo, con la pandemia del Covid-19 como colofón, obligan a pensar seriamente en la urgente necesidad de cambiar el actual modelo económico (modelo de “no desarrollo”) antes de que sea demasiado tarde. El reto intelectual, social y político es mayúsculo, pero hay mucho que rescatar en el pensamiento crítico acumulado en los últimos doscientos años, seguramente tendremos que iniciar por releer El Capital de Karl Marx.