Cuba, otra vez.
Juan M. Negrete
para el Guaymas, in memoriam.
La semana nos vino recargada con la noticia del enésimo embate del tío Sam por derribar el régimen cubano. Llevan ambos gobiernos ya un poco más de seis décadas enfrentados y confrontados, sin que se vea en el horizonte solución alguna de continuidad. El ogro gringo, envalentonado por la mafia cubanogringa residente en Florida, no ceja en su empeño por derribar a aquel régimen. Sostenido en las milicias populares, aquel se empeña en resistir.
Es una historia vieja. En 1959 los barbones, guerrilleros autóctonos encabezados por Fidel Castro y el Che Guevara, sacaron de La Habana a Fulgencio Batista y ensayaron desde el principio a poner orden en la casa. Desataron en cascada las reformas revolucionarias por las que habían luchado y pusieron sobre la mesa las expropiaciones de tierras, fincas, empresas, vías de comunicación y todo lo que permite que fluyan los bienes en una comunidad. Fluían, sí; pero los beneficios económicos, o sea las ganancias de tales dinámicas, eran acaparadas y monopolizadas por unos cuantos.
Esos cuantos eran las familias poderosas de Cuba. En el inventario había también cárteles de oligarcas gringos que se llevaban la más jugosa de las tajadas. Se tratara de casinos, burdeles, fábricas o ingenios azucareros (centrales, les dicen los cubanos), la dinámica de acumulación obedecía al formato capitalista, en el que nos movemos desde hace varios siglos todos los que vivimos en las naciones de occidente. Es lo que regía en Cuba y ninguna hoja de árboles cubanos se movía sin la voluntad del señor de Wall Street.
Vista esta perspectiva con los ojos del Che y de Fidel, se pusieron de inmediato en la sintonía de romper tales dinámicas y desataron la cadena de las expropiaciones de la revolución, por la vía del calor de las armas, aún en las manos de los combatientes triunfantes. Los señores güeros avizoraron la ruta que esta revolución estaba siguiendo y buscaron desviarla o derribarla. No era una algarada como tantas a las que estamos acostumbrados los pueblos latinoamericanos, que consisten en el sobado: quítate tú, para ponerme yo. Ésta se tomó en serio los objetivos proclamados. Ya en el poder, pusieron literalmente sus barbas a remojar.
Los revolucionarios cubanos a cambiar el estatus quo y la oligarquía cubana, apoyada por sus pares gringos, a estorbarlo. El tono de la confrontación subió, al grado que los potentados cubanos, en masa, abandonaron el país y trasladaron su residencia a Miami. Es la ciudad de la resistencia en el exilio. Sus pares gringos no sólo les facilitaron de inmediato los papeles de residencia y ciudadanía, de los que son tan celosos con el resto de latinos, sino que pusieron en sus manos armamentos, personal y dólares sobre todo, para que ensayaran a derribar el régimen de los barbones.
Hubo una primera invasión en 1961, ya con montaje internacional y toda la cosa, como tateman los güeros. Los asesores y los recursos eran gringos, pero el territorio de lanzamiento fue Guatemala y los combatientes, mercenarios. No contaban con que en Bahía de Cochinos, en Playa Girón, les recibiría con las armas en la mano todo un pueblo decidido y dispuesto a defender sus triunfos. Tras esta prima invasión, Fidel Castro buscó el apoyo del campo socialista encabezado por Moscú. Se vivían los años más terribles de la época de la guerra fría. Moscú respondió al grito de auxilio y decidió montar un campo de reservas nucleares en territorio cubano. De ahí derivó un segundo momento de confrontación, álgido y dramático, en 1962, la crisis de los misiles, que a punto estuvo de derivar en una confrontación nuclear.
Con el fin de minar el apoyo abierto del campo socialista a la isla, vino el decreto unilateral gringo de bloquear a la economía cubana, incipiente en su nuevo montaje, para ahogarla en su propio nido. Quisieron matar en la cuna al bebé recién nacido. Y con ello poner un ejemplo cruento para otros países que buscaran zafarse de los controles gabachos. Pero el apoyo de los países del bloque del este le fue oxígeno para respirar a esta revolución y ni todo el bloqueo, ni la expulsión de la OEA, ni los ensayos de magnicidio contra Fidel, ni cuanta maroma gringa habida y por haber, lograron descarrilar la revolución. Esto duró hasta el año de 1991, cuando la URSS fue destartalada y el apoyo soviético desapareció de los escenarios cubanos.
Todo mundo auguraba que era cuestión de días para que se impusiera la contrarrevolución en la isla. No fue así. Van treinta años, desde la caída de la URSS, y Cuba, con su revolución, sigue sobreviviendo. El cerco se ha recrudecido cada vez más, es cierto. La intromisión en cada uno de los hilos económicos de la isla, por parte de los gringos y sus testaferros, no ha cedido un ápice. Pero la isla mantiene su presencia estoica y su soberanía, a pesar de tantos y tan variados embates. Con la llegada de Trump al poder gringo, el escenario empeoró. Todo mundo suponía que a la llegada de Biden al poder, las reacciones imperiales iban a cambiar de tono. Pero no se ve cambio alguno, sino recrudecimiento en el hostigamiento.
Ahora llegó a la trinchera un nuevo formato de invasión, aprovechando los nuevos desarrollos digitales. Es una guerrita de internet o revolución de terciopelo… Se nos termina el espacio. Nos ocuparemos de estas nuevas figuraciones en sesiones posteriores. Gracias.