Partidiario
Criterios
José Guadalupe Santos Pelayo, de la diócesis de Autlán, parecía tan bueno y piadoso que fundó una congregación de religiosos y cada mes celebraba una misa de sanación a la que acudían de todas partes decenas de autobuses repletos de personas de diferentes partes en busca de ser milagrosamente curadas.
Hasta daba la impresión de tener olor de santidad y era elocuente en el hablar. Frecuentemente era llamado de otros lugares, hasta desde Estados Unidos, para ir a predicar.
Alguna vez lo escuché, si mal no recuerdo, en Radio María.
En los albores de este siglo o ya entrado éste, fue rector de la Catedral. Luego, o a la par, reunió a un puñado de jóvenes y, de entre ellos, escogió al menos a una decena. Unos salían pero otros ingresaban. Los atavió con un hábito gris. Los llamó “Heraldos de la Paz”, como su monasterio. Nunca fue oficialmente reconocido por la Iglesia. Ni siquiera por los dos últimos obispos de la diócesis, sufragánea de la Arquidiócesis de Guadalajara.
Algo intuían, o sabían, sus superiores. Había en él asomos de homosexualidad. Desde hace varios años se abrió una investigación en contra de Santos Pelayo. El actual obispo, Rafael Sandoval, lo envió, hace cosa de un año, a un lugar desconocido. Lo desterró, pues. Pero estaba al tanto de su salud y de su actuar. Nunca lo perdió de vista.
A continuación, algo de lo que ya había adelantado en esta página web Juan M. Negrete y que ha sorprendido por su determinación, pues no es común, en el mundo, que un sacerdote sea echado de la Iglesia, y para toda la vida, por revelar secretos de confesión y, en este caso, además, por abuso de menores.
El caso más reciente por violación del sigilo confesional se dio en Australia en 2016 y concluyó en febrero del año pasado, según la agencia católica Aciprensa.
El 29 de septiembre, el mero día de San Miguel Arcángel, el cardenal José Francisco Robles Ortega, arzobispo de Guadalajara, emitió un comunicado a los fieles de la diócesis de Autlán, de la que fue vicario general y rector del Seminario, en donde dice que, “… a petición de la Congregación para Doctrina de la Fe, les informo, no sin dolor de mi parte, que el Sr. José Guadalupe Santos Pelayo, una vez concluido el proceso penal celebrado en su contra ante dicha Congregación, ha sido encontrado culpable del delito contra el sexto mandamiento del Decálogo contra menor de edad (pederastia), del delito de absolución de cómplice en pecado contra el sexto mandamiento del Decálogo y del delito de violación directa del sigilo sacramental.
“Por el delito contra el sexto mandamiento del Decálogo con menor de edad, le ha sido impuesta la dimisión del estado clerical y por los delitos restantes le han sido declaradas las correspondientes excomuniones Latae Sententiae” (automáticamente).
Por tal motivo, sigue diciendo el comunicado:
“Como consecuencia de la dimisión del estado clerical, el acusado ha perdido todos los derechos y obligaciones propios de los clérigos. Así, entre otras cosas, no podrá celebrar o concelebrar la Santa Misa, administrar cualquier otro sacramento (a excepción del Bautismo y la Penitencia que podrá administrar únicamente en peligro de muerte), ejercer cualquier otro acto reservado a los sacerdotes, recibir o ejercer oficios eclesiásticos, ni usar el traje clerical. La dimisión del estado clerical es perpetua”.
Agrega dicha circular –al parecer la costumbre de la Iglesia en estos casos es que sea el arzobispo metropolitano quien la dé a conocer y la firme– que las excomuniones de este tipo prohíben, además, ejercer cualquier otro ministerio en cualquier ceremonia de culto. Los sacramentos de confesión y comunión sólo los puede recibir el excomulgado sólo en peligro de muerte, a no ser que la Santa Sede lo acepte de nuevo en el seno de la Iglesia.
“La decisión, que ya ha sido notificada al Abogado Procurador del acusado, el pasado 20 de septiembre y ha sido confirmada de manera específica por el Papa Francisco, es definitiva e inapelable y comporta, en este caso, la ley del celibato”.
En seguida, Robles Ortega manifiesta la solidaridad y cercanía de la Iglesia con las víctimas y exhorta a sus fieles para que se respete la dignidad de las personas, sobre todo la de los más débiles, y a que se denuncien ante las autoridades civiles y eclesiásticas los casos de abusos y delitos, y pide al mismo tiempo que se respeten los sacramentos.
Los cánones 983 del Código de Derecho Canónico dice a la letra: “El sigilo o secreto de confesión es inviolable, por lo cual está terminantemente prohibido al confesor descubrir al penitente de palabra o de cualquier otro modo y por ningún motivo”. Y el 1388: “…Incurre en excomunión latae sententiae”.
En sínodo
En tanto, en Roma, en lo que llaman Sínodo Amazónico, prelados y expertos del mundo –260 personas– se reúnen desde ayer domingo para discutir, entre otros temas, la necesidad de ordenar sacerdotes a hombres casados, maduros y de buena fama, particularmente en zonas muy alejadas e inaccesibles donde más falta hacen los ministros católicos.
El caso concreto a estudiar es precisamente el de la Amazonia, en donde hay lugares que apenas cada año tienen la oportunidad de asistir a la celebración de una misa y recibir los sacramentos.
Se supone que en este encuentro se hablará no sólo de ese caso sino de muchas zonas en el mundo, en especial las indígenas, que han sido abandonadas no sólo por los gobiernos, sino por la misma jerarquía católica.
También será tema ineludible el caso del celibato opcional, que tanto han demandado muchos clérigos, en particular quienes han colgado la sotana y se han casado y desean volver a ejercer su ministerio.
Asimismo, estarán sobre la mesa otros asuntos, como el de la crisis de la pederastia que tanto daño le ha causado a esta milenaria institución, al igual que el de la homosexualidad, aunque ni uno ni otro problema se subsanará con la posible liberación del celibato, pues se sabe que este mal tiene raíces mucho más profundas.
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