Como no había ocurrido desde la llamada “docena trágica” –así calificó el caricaturista Abel Quezada en el antiguo Excélsior, el de Julio Scherer García, a los sexenios populistas, demagógicos e ineficaces de Luis Echeverría y José De “La docena trágica” de Echeverría y López Portillo, a AMLO López Portillo–, ahora, en la administración de Enrique Peña Nieto que, por fortuna, termina en 22 días, hay tantos o más agravios que entonces:
Primero, en este gobierno afloraron, hasta enquistarse, la insensibilidad y las consecuentes frivolidad (una boda convenida en televisión desde la precampaña y modelajes para revistas del corazón), la negligencia (el dejar hacer y dejar pasar) y, luego, la incapacidad para administrar la res pública o cosa pública. Todo ello tomó por asalto Los Pinos y se naturalizó.
Al no saber qué hacer ni cómo, ante la herencia de una guerra desarticulada, sin estrategias definidas contra el narcotráfico, el panorama se nubló aún más y las cosas empeoraron: el crimen organizado siguió con su incontenible y desenfrenada carrera de sádica violencia, resaltando hechos como el derribo en Jalisco de un helicóptero militar con la muerte de 18 oficiales del GAFE (Grupo Aeromóvil de Fuerzas Especiales), y casos de lesa humanidad como Tlatlaya y Ayotzinapa, sin que hayan sido aclarados.
El saldo sexenal superaba en agosto los 137 mil homicidios intencionales, con un índice de impunidad que ronda el 98 por ciento. Impunidad que, como ya lo hemos anotado aquí, es fruto de la corrupción institucional como no la había padecido el país. Esa fue la marca indeleble del gobierno que se va.
En este marco de complicidades y corruptelas, la Procuraduría General de la República ignoró miles de denuncias nacionales e internacionales, como las obras públicas malhechas a lo largo y ancho del país: carreteras, puentes, socavones y trenes inconclusos; y asuntos como el de la “Casa Blanca”, la “Estafa Maestra” y Odebrecht, jamás se investigaron. Tampoco los moches, los sobreprecios y negocios cocinados debajo de la mesa, como los grandes desarrollos inmobiliarios en torno al ahora frustrado Nuevo Aeropuerto Internacional de México (NAIM).
Por lo mencionado y mucho más, durante esta administración millones y millones de mexicanos acumularon resentimientos, odios y deseos de venganza como, tal vez nunca, o pocas veces, había ocurrido.
El resultado: el triunfo arrollador de Andrés Manuel en las urnas el primero de julio. La ratificación en la “Consulta Ciudadana” sobre el nuevo aeropuerto que, aunque parcial e inducida (sólo el 1.5% de la población), ratificó las intenciones de AMLO de terminar con el ambicioso proyecto de Texcoco.
Pero como en la consulta no se estableció castigo a los responsables de corruptelas en el NAIM, muchos inconformes con el status quo que habrían votado por el cambio ahora están desilusionados o se rebelan por ese aparente acuerdo con Peña Nieto de no castigo a culpables y que, pese a la enorme inversión, todo quedará bajo tierra, sin provecho y, aunque se cambia de planes, serán los mismos constructores los que intervengan.
Y no sólo eso: hay sentimientos encontrados, divididos. Lo peor, una sociedad que se va polarizando cada vez más. Incluso al grado del fanatismo, tanto de quienes están con AMLO como de quienes están totalmente en contra. Es algo que no había sucedido.
En las redes sociales –Facebook y Twitter, principalmente– se ha desatado una guerra, –virtual por supuesto– en la que, careciendo muchas veces de argumentos, terminan lanzándose desaforadas majaderías
Es entonces que nos preguntamos: ¿hacia dónde vamos realmente? ¿Hacia la perfección de la democracia o hacia una forma muy personalísima de mandar “obedeciendo al pueblo” mediante consultas para obtener el resultado programado?
¿Puede avanzarse con radicalismos así o con mandatarios que parecen imitar a los populistas del pasado –“emisarios del pasado”, decían ellos– que terminaron con una economía en crecimiento y hasta con un diario, Excélsior, que razonablemente disentía, y cuando no tuvieron argumentos le dieron el golpe mortal? ¿No se irá en ese sentido ahora? ¿La descalificación a Proceso será sólo eso?