El escándalo acompaña a casi toda decisión en el ejercicio político. Por eso existen consejas extendidas que atribuyen al ejercicio mismo de la política la nota de la morbosidad, de la mentira, de la pertenencia al subsuelo de la ética. Resulta para nosotros un tanto paradójico que Morena haya estado promoviendo, vertebrada a su 4T, la recuperación del sentido ético en el actuar de sus miembros en la esfera pública. Hasta nos revivieron la famosa ‘cartilla moral’ de don Alfonso Reyes. Este documento ha sido difundido profusamente a todo lo largo y a todo lo ancho de la geografía nacional.
Esto por un lado, y por el otro nos topamos con escándalos que no tendrían que indiciar a los miembros más prominentes de Morena. Véase el caso recién trepado a escenarios del guerrerense Félix Salgado Macedonio. Como se viene una tanda de elecciones intermedias en el país, en el siempre sufrido estado de Guerrero la plantilla electorera barajó el nombre de este conspicuo personaje izquierdoso con la intención de no sólo ganar la partida, sino de arrasar en los comicios. Venía siendo pues un candidato idóneo para encabezar la conquista de los puestos públicos de dicho estado para el partido en el gobierno.
No contaba la nomenclatura con que al expediente de Salgado le iban a sacar una página sucia: la acusación de violador. A como andan por hoy de desatados los banderines feministas, desde el principio se vio que su candidatura estaba siendo empujada al filo del precipicio. Para cancelarle su ficha al juego, habría que demostrar que efectivamente las acusaciones levantadas fueran ciertas. Pero la dinámica interna de los escándalos en política no juega necesariamente con los cartabones jurídicos. política
No se puede arrastrar a una persona a la cárcel, con sólo acusarle de ladrón. Hay que demostrar su culpabilidad, para aplicarle su monto estatuido de penas. Es lo clásico. A los criminales, a los transgresores, a quienes infringen la ley, les espera un campo minado. Lo punible tiene en ellos sus cabezas de playa. En toda sociedad moderna, que llamamos civilizada, existe un código punitivo que se aplica a los personajes cogidos en delito. Sólo hay que demostrar su culpabilidad. Lo demás viene por añadidura.
En el caso de la acusación levantada contra Salgado Macedonio, para llevarlo hasta tribunales y someterlo a un coctel punitivo hay que seguir protocolos de rigor. No procede condenarlo de manera sumaria, si tan sólo es un indiciado. Es lo que opera en el ámbito jurídico. En el político en cambio, su derrotero futuro ya ha sido afectado. Por lo pronto, la comisión de honor y justicia de su partido le retira su candidatura para gobernador. Se repone el procedimiento, pues él ya tenía su registro en la bolsa. Los morenos guerrerenses van a tener que sacarse otro as de debajo de la manga, porque les esfumaron su candidato. política
Deberíamos conocer mucho mejor para entenderle a la democracia lo que los griegos de Atenas, de quienes decimos que son sus inventores, le estuvieron rascando y parchando para hacerla funcionar. En aquellos tiempos no había periódicos, ni radios, mucho menos televisiones y redes sociales. Pero al igual que ahora la fama pública era un elemento central a revisión de los personajes que trepaban a sus palestras. Y al igual que en nuestros días, los grillos eran visualizados hasta con lupa, por la sencilla razón de que las decisiones que toman en su ejercicio público afectan al grueso de la población. Por eso es que no se puede fingir demencia con estos personajes.
Habían inventado estos señores helenos un juguetito desaforador que le aplicaban a todo aquel político que se saltaba las trancas o que simplemente terminaba hartando al respetable. Le llamaban ‘ostracismo’. El nombre lo pusieron porque a diferencia de los votos con que realizaban sus tareas electoreras, en las que utilizaban las habas, para el juicio político de sus grillos utilizaban ostras. Era un referéndum. Todos los ciudadanos votaban si mandaban al exilio por diez años al político enjuiciado o si le permitían seguir atizando sus tropelías. Casi ninguno de los que eran puestos en picota la libraba. Por eso se sabía que todos los grillos le tenían sacro pavor a tal medida y buscaban con todo evitar caer en tal desgracia. política
Con el tiempo, para limarle los filos a tan vergonzoso destierro, inventó la democracia ateniense un recurso menos cruel, aunque igual de acusador. No se trataba de enjuiciar en paquete toda la personalidad del político puesto bajo reflectores, sino de enjuiciarle actos concretos derivados de su responsabilidad. Le llamaron graphé paranomon, que quiere decir algo así como ‘revisión de la ilegalidad’. Es una figura a la que haríamos bien en desenterrar para nuestras cosas políticas conflictivas. El político autor de cierta propuesta o iniciativa tenía que responder por las consecuencias y secuelas de ella, pues había alcanzado bajo sus auspicios el nivel de ley y se aplicaba. Si los efectos de dicha ley eran negativos, no sólo era derogada. Su autor tenía que sufrir un castigo consecuente.
Algo así como, entre nosotros, sería lo de cargar a cuestas de los autores la responsabilidad costosa de haber privatizado el renglón energético, por mencionar uno. El paquete completo de las reformas estructurales del pacto por México debería ser llevado a dicho tapete de revisión. ¿No valdría la pena ponernos las pilas y ya pararle los tacos a tanto desfiguro irresponsable de nuestros grillos, quienes no se cansan de llenar de obstáculos el camino de la 4T? ¿O a qué estamos esperando?