De los cafés como espacios de socialización y reflexión
Silvia Patricia Arias Abad
En un reciente viaje a Sudamérica, específicamente a las ciudades de Montevideo y Buenos Aires, pude darme cuenta de que la tradición de los cafés persiste y diciéndolo con mayor precisión: que los “cafés tradicionales” aún persisten y subsisten Y si bien es cierto que algunos de ellos son lugares con un porcentaje amplio de asistencia de turistas, ya sea por encontrarse en la lista de los llamados Cafés Notables (como es el caso de Buenos Aires) o porque a la par, su prestigio y notoriedad responden a su historia, a lo tradicional de su servicio y obviamente a la calidad en la preparación del café, también es verdad que fueron y son lugares concurridos por artistas e intelectuales oriundos, que asistían o asisten con frecuencia a beber una taza de café, charlar, discutir el contexto, o bien inspirarse para trazar las primeras ideas de lo que posteriormente se convirtió o convertirá en una obra literaria o en un punzante ensayo.
Otro aspecto interesante que se suma a los elementos antes descritos es que la gran mayoría de estos establecimientos son aún visitados por los propios locales, imprimiéndoles así un sello personalísimo del barrio donde se encuentran inmersos. Lo anterior quiere decir que la tradición de tomar café no es solo una pose, sino que es verdaderamente una costumbre adoptada desde hace décadas en las actividades diarias de los vecinos pertenecientes a diferentes barrios.
Pero más allá de ser entornos para reunión con amigos, departir y compartir la charla cotidiana junto a una taza de café cortado, los cafés han tenido a lo largo de la reciente historia un papel fundamental como espacios de diálogo, debate, militancia y formación de grupos sociales que protagonizaron parte de los grandes acontecimientos sociales, políticos y culturales de los siglos XIX y XX. Siglos en los que se configuran perfiles de sociabilidad consolidados por la vida universitaria, la bohemia, el surgimiento de entidades políticas con intereses intelectuales y viceversa.
Hay que subrayar que fue en Francia, Austria e Italia, donde se abrieron los primeros cafés considerados como emblemáticos, provocando entonces una avanzada posición cultural. Se resalta a estos espacios de encuentro y reunión, que fueron frecuentados por personajes ilustres como espacios significativos en la sociedad contemporánea. Se hace hincapié, no sólo en la existencia de los cafés y en la influencia social que estos han tenido, sino también los recursos arquitectónicos implementados en su construcción y que los hacen tan característicos. Es el caso de los cafés europeos, y bonaerenses, donde se enfatiza en su diseño el empleo de materiales como el hierro, permitiéndose así, amplias salas cubiertas con espejos, convirtiendo a los cafés en lugares más que confortables.
Es innegable que estos espacios de sociabilidad, intercambio de ideas y debate, desempeñaron un papel importante como vías de entrada y difusión de las nuevas formas de pensamiento. En muchos de estos cafés se celebraron tertulias que sirvieron de punto de encuentro a escritores y artistas, generando varias corrientes culturales, pero al mismo tiempo, se originaron acontecimientos importantes para la historia contemporánea: reuniones de militantes, conspiraciones políticas y hasta redacción de manifiestos. Algunos de estos cafés desaparecieron durante la segunda mitad del siglo pasado y otros fueron rediseñados a las nuevas necesidades.
Es por ello, que, bajo estas circunstancias, el poder concurrir a uno de estos cafés notables o tradicionales nos permite experimentar un soplo de aire fresco, frente a la proliferación global de establecimientos expendedores de café para las grandes masas y perteneciente a las grandes corporaciones. Tener la posibilidad de sentarse en un lugar que conserva el encanto arquitectónico propio de principios del siglo pasado, admirar su gran espacio y paredes llenas de recuerdos o de deslumbrantes decoraciones de la época, o aquellos artículos personales que el dueño original del café heredó y que son colocados como elementos identitarios del lugar, es definitivamente un gran placer. Si a ello le sumamos una gran calidad y cordialidad en la atención, el poder disfrutar de un postre clásico del lugar, mientras se contempla a los regulares y a los citadinos o vecinos del barrio pasar a través de esos grandes ventanales que separan la banqueta de las mesas, es realmente un verdadero lujo.
Muchos cafés históricos han desaparecido para dejar paso a establecimientos de servicio rápido, con la finalidad de cubrir las necesidades de nuevas generaciones, de parroquianos con intereses de reunión distintas. A pesar de todo, se constata el valor social y cultural que los cafés han desempeñado en la sociedad en general. Algunos cafés históricos permanecen hasta nuestros días con leves cambios estructurales o arquitectónicos que siguen inspirando a entrar para disfrutar desde sus clásicas mesas y sillas (o bien desde la barra) de un oloroso café para disponerse a la contemplación o compartir una charla con amigos o desconocidos que se acercan a la barra. No olvidemos que estos cafés históricos o tradicionales son representativos de ciertos barrios de las ciudades y que han discurrido a la par de sus historias y las vidas de sus parroquianos.
Una invitación pues, a seguir fomentando la existencia y permanencia de estos cafés tradicionales, que, aunque ya hay muy pocos en nuestro país que mantengan la mística original, bien vale la pena hacer de estos espacios nuestros puntos constantes de contemplación, reflexión y diálogo.