De los hilos aviesos del imperio
Juan M. Negrete
16 de julio de 2022.- Ahora está en la picota Rafael Caro Quintero. Lo de su reciente captura y su historial delictivo desborda todos los canales. Cada red eleva lo que quiere entender como primicia y busca apoderarse de la atención del respetable. Tal actitud suele ser el modus operandi de todas las casas de información y de publicidad. Cuando suben de tono su ruido y hasta lo vuelven estridente es porque han subido a la palestra a un gallo fuera de serie o excepcional. Es criterio que se puede aplicar para el caso presente.
No tiene mucho sentido reproducir el historial particular del capo recién capturado, salvo lo de señalar el dato concreto de que su suerte estaba ligada a esos oscuros convenios que establece la gente del poder con estos poderosos personajes. Son calabrotes que nos quedan a los simples mortales muy lejos de su entendimiento y más de su conocimiento. Ni los podemos confirmar, mucho menos comprobar, con datos concretos, así nos resulte a todos tan extraña la volubilidad de su fortuna. Unas veces están detenidos, luego se fugan de las mazmorras mediante escapes espectaculares; otras veces acumulan acusaciones por montones y luego, ya detenidos, se les imponen sentencias hasta por centenas de años; después, sorpresivamente, son nuevamente liberados. Ni Kafka captara los hilos oscuros de estas historietas tan sorprendentes; algunas de ellas, más que aviesas, hay que decirlo.
Podríamos poner en el tablero, sólo para señalar ciertas diferencias claras, las razones que el imperio expone a la luz, para la persecución de estos señalados como infractores de alto coturno. En el caso presente, de no estar mal informados, la oferta que manejó el poder imperial a quienes aportaran pistas para la captura de Caro Quintero, había arrancado del millón de dólares; pronto trepó a los cinco melones y ya por estos días la cifra se había tornado espectacular. Se habla de 20 millones de dólares en recompensa por convertirse en soplón eficiente por la cabeza de tan distinguido delincuente.
Este redactor ignora las sumas que pudieran haber manejado estas mismas instancias para la captura de Julián Assange o para la de Osama Bin Laden. Se pueden rastrear tales cifras en los espacios informativos pertinentes, pero se entiende que estamos parangonando cuadros de estatura similar. Ofrecer veinte kilos verdes por la información que permitiera la captura de Caro Quintero, simplemente lo subió al estrellato mundial de la delincuencia organizada. Caro llegó a dama y su detención tenía que ocurrir tarde o temprano. Era irresistible una oferta de este tipo manejada por el FBI.
¿Cuál podrá ser la razón de fondo de este ascenso para soplones en el tabulador de los agravios al imperio? Lo que repiten sin cansancio los medios sobre el caso es el hecho de que Caro ejecutó a Kike Camarena, tras haberlo torturado. El sacrificio de este señor ocurrió hace ya casi cuarenta años. Y se aduce que la flota de Caro le metió mano por haberle descubierto en sus funciones de infiltrado en las huestes narcas. Tras la información objetiva y fidedigna que hubiese hecho llegar este señor a las autoridades de la DEA, ponía en serio riesgo a la pandilla de Caro para que las autoridades, yanquis y mexicanas de consuno, le echaran mano y lo pusieran a la sombrita. Era el final de este negocio sucio o subrepticio. Es lo que nos transmiten en todos los foros y lo tenemos que asumir, para hablar con propiedad.
De pronto las autoridades pertinentes se van de boca y señalan que Caro cometió un atentado en contra de la dignidad de un funcionario, de una autoridad que estaba actuando al filo de la navaja para preservar la rectitud y el buen funcionamiento de lo que construimos como sociedad. Y como lo buscaban a una mano las autoridades de ambos estados, el yanqui y el mexicano, la frontera se borraba simplemente para otorgarles todas las facilidades en este trabajo. No se borraban para los cientos de miles de migrantes, candidatos a fuerza de trabajo marginada y explotable en beneficio de los empleadores gringos. Pero para la reprimenda del respeto a las autoridades constituidas, no había por qué objetar semejantes obviedades.
Haber violado el respeto a la vida de Camarena golpeó ciertamente las normas estatuidas de conducta ciudadana que hemos de respetar todos. Pero basta con mirar los otros dos cuadros que mencionamos antes, el de Assange y el de Bin Laden. Assange, al contrario de lo hecho por Caro, alzó la voz y difundió en los medios las atrocidades cometidas por agentes de las fuerzas de ocupación gringas en Irak, primero, y luego por la conducta arbitraria y letal, totalmente inaceptable, de estas mismas fuerzas al servicio del imperio y en contra de los ciudadanos de otras naciones.
Aquí el señalado como infractor es el imperio, pero no parecen escucharse los reclamos de quienes reclaman un trato justo para este prisionero. Por el contrario, la amenaza de que sea extraditado desde el Reino Unido, para que los celadores gringos le apliquen todo el rigor de su justicia parece que no se detendrá. Igual se especula que a Caro lo van a extraditar también en fast track. Los móviles de exigencia de justicia parecen ser los mismos en ambos casos, aunque diametralmente confrontados. ¿A qué atenernos entonces? ¿Cuándo aplaudir y cuándo reprobar? El dilema es contundente. Y si le anexamos a esta comparación el caso operado por estos ajusticiadores en torno a Bin Laden, se nos torna un trilema irresoluto. Así que estamos fritos. Hagan su apuesta, señores. Los gallos ya están en el palenque.