De verdad, ¿es fácil gobernar?

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Partidiario

Criterios

 

En un recorrido el pasado 25 de junio por Ecatepec, Estado de México, para “bañarse”  de pueblo –cual es su costumbre, junto con su exposición diaria en sus conferencias mañaneras–, el presidente Andrés Manuel López Obrador afirmó categórico que es más fácil gobernar de lo que se cree.

Dijo, textual, al poner en marcha un programa popular de mejoramiento urbano en el que pidió tenerle confianza que va a sacar al país de la pobreza: “No crean que tiene mucha ciencia el gobernar. Eso de que la política es el arte y la ciencia de gobernar no es tan apegado a la realidad; la política tiene más que ver con el sentido común que es el menos común, eso sí, de los sentidos”.

Tal vez en ese momento le vino a su mente su antecesor Enrique Peña Nieto: “si él lo hizo precisamente en esa entidad y luego en el país, ¿por qué otros no?”.

Pero habrá que ver cómo dejó EPN al país: sumido en la inseguridad, la violencia y, particularmente, en la peor corrupción de que se tenga memoria.

Y por lo que ha venido sucediéndole a López Obrador en los ya más de siete meses en el poder con una serie de errores y golpes de mando que van, como ya lo hemos recordado aquí, desde la clausura del aeropuerto de Texcoco con una consulta popular patito, pasando por la agudización de la inseguridad, que es el mayor reclamo ciudadano, la austeridad “franciscana”, el echar siempre la culpa a los pasados gobiernos, el despido de miles de burócratas, el decremento de la confianza de inversionistas en el gobierno, etcétera, hasta la apertura indiscriminada a la inmigración para darle luego el portazo convirtiéndonos en el verdadero muro tan deseado por Donald Trump en la frontera sur.

Así, una serie de erráticas decisiones, aunadas a un populismo que no se veía desde tiempos de Luis Echeverría y José López Portillo (la llamada “Docena Trágica” por el caricaturista Abel Quezada), ha dado como resultado en este medio año de nuevo gobierno la renuncia de más de media docena de colaboradores del gabinete, habiendo sido la más dura y sonada de todas esta semana, el martes 9, la del secretario de Hacienda, Carlos Urzúa , quien, en su carta de despedida denunció “conflictos de interés y políticas públicas sin sustento” en el gobierno de la Cuarta Transformación (4T).

Lo preocupante del caso ahora es que, hasta antes de esta última dimisión, esto es, hasta el domingo 7 de julio, la aprobación del gobierno de AMLO había caído, de un techo de más del 80 por ciento –al arranque del combate al huachicol–, a menos del 47 por ciento (46.9). Un desplome de 33 puntos, desde que tomó posesión a la fecha.

De acuerdo con la encuesta de México Elige, de febrero al domingo anterior la popularidad del presidente descendió de 73 por ciento a 46.9, o sea, 26.1%.

De acuerdo con algunos comentaristas, ese porcentaje no lo alcanzaría a Andrés Manuel para ganar cuando se presente, en 2021, la famosa revocación de su mandato. Menos con las preferencias que le dieron al mandatario los usuarios de Facebook, en cuya encuesta bajó de 68.8 puntos a sólo 44.6 por ciento. La encuesta fue muy amplia: 18 mil 352 personas mayores de 18 años.

Ayer miércoles, el influyente diario Financial Times, de Londres, dedicó uno de sus editoriales a la renuncia de Urzúa y le pide a López Obrador, cuando habla de economía y finanzas, dejar de confiar en sus propios datos que no son exactos “y aceptar la realidad económica”, escuche a su nuevo titular de la SHCP, Arturo Herrera, que debe “aceptar noticias que le resulten a él desagradables” y que no confíe en sus propios datos, que “son diferentes a la realidad”, porque de lo contrario puede decaer la confianza de los inversionistas.

Por lo visto, entonces, no es tan fácil gobernar sólo con la intuición, con los impulsos del corazón o con los simples sentimientos, o lo que uno pueda creer que basta lo que López Obrador dice que es suficiente: el sentido común y poca ciencia, poca preparación.

Tampoco puede ser exitoso cualquier gobierno, cualquiera que quiera ser estadista, si no tiene colaboradores a la altura de las circunstancias y, sobre todo, que sepa escucharlos.

Un gobierno que, aunque se diga democrático, cercano a la gente, de izquierda –o de derecha–, pero que es unipersonal y se cierra, puede llevar a toda una nación, tarde o temprano, al autoritarismo y a la autodestrucción.

 

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