Felipe Cobián R.
Si por lo que vimos y escuchamos en el segundo debate presidencial este domingo tuviéramos que decidir nuestro voto, creo que no sabríamos por cuál de los candidatos inclinarnos ya frente a las urnas.
Si bien, el susodicho debate cambió de estructura con la participación –limitada y hasta cierto punto inducida por el INE con preguntas de la gente presumiblemente representativa de la ciudad de Tijuana y los aspirantes convertidos en actores que a ratos hicieron sonreír a los televidentes–, creo que no definen ni reafirman la convicción de cada cual sobre por quién cruzar la boleta.
Ninguno de los cuatro participantes fue convincente en su discurso ni preciso en las respuestas. Todos divagaron en materia de migración, comercio exterior y seguridad. No fueron al fondo de los problemas y sus soluciones ante los desafíos del sí o el no del tratado de Libre Comercio, y poco hablaron de diversificar el intercambio comercial para no tener, como hasta ahora, todos los huevos en la misma canasta que es Estados Unidos y el pasajero Trump con todos sus desplantes discriminatorios hacia los migrantes.
El cuarto de los contendientes citó a lejanos países asiáticos, pero ninguno más de ellos volteó a ver la Unión Europea donde tienen mucha mayor presencia países como Ecuador, El Salvador o Guatemala con la exportación de productos tropicales, que México –salvo el aguacate y cerveza que ya ni nacional es– con la más variada producción agropecuaria y de manufacturas.
En resumen, con este debate la gente difícilmente se decantará más o menos por Andrés Manuel López Obrador que sigue y seguirá encabezando las encuestas, con su mismo discurso anticorrupción, de ir contra “la mafia del poder” sin precisar cómo y sus evasivas a responder tajante ciertos temas como el de quiénes lo rodean y no siempre están limpios de culpa; ni Ricardo Anaya con sus mismas frases ya tan hechas y tan huecas, sin convicción de lo que dice porque lo traiciona su conciencia. Tampoco José Antonio Meade, tercero en discordia con su sonsonete de “soy el mejor y más honesto” y menos con la carga del desastre peñista-priista sobre sus espaldas; ni Jaime Rodríguez El Bronco con sus puntadas y desplantes de expropiar citi-banamex y de cortar las manos a ladrones y corruptos.
En fin, vendrá el tercer debate y la única definición tomada ya por los ciudadanos es la de deshacerse del partido que actualmente nos gobierna. Lo demás podría varias pero sin moverse mucho del punto de inflexión: el desastre peñetista.