Décima Muerte

Décima Muerte

 

 

Silvia Patricia Arias Abad 

Xavier Villaurrutia (1903-1950), el llamado poeta de la muerte. Su vida y obra constituyen un reflejo de la honda pasión en la que su obra está impregnada de una loa profunda hacia la muerte.

La muerte representa en nuestra cultura la manifestación de lo incierto. La filosofía, pero también la poesía, la han tenido como tema de reflexión y evocación. Nadie se escapa de ella, nos pertenece y le pertenecemos. No le es ajena a nadie vivo, con consciencia o sin ella. El fin es la trascendencia. La muerte física no debe significar el olvido entre quienes se quedan.

No es de descartar la influencia filosófica en su abordaje existencialista, la muerte como la imposibilidad inherente, la perspectiva íntima y la obsesión con ella, trasladándola a su expresión poética dotada de una angustia esencial, haciendo de la existencia misma una prolongación de la muerte: “¡Que prueba de la existencia habrá mayor que la suerte de estar viviendo sin verte y muriendo en tu presencia!”.

Villaurrutia pertenece al grupo de escritores Contemporáneos, interesados en la expresión intimista y existencial, lectores de una realidad más cercana a los grandes dilemas de la existencia humana: la libertad, el amor, la muerte y la nostalgia, entre otras. La muerte con Xavier Villaurrutia se convierte en un acto poético que deviene entre la angustia y el deseo, entre el horror y la obsesión, escribiendo varios poemas que se encuentran reunidos en Nostalgia de la Muerte (2006).

Décima Muerte (1941), la componen una serie de poemas en los cuales Villaurrutia reflexiona sobre su sentir en la experiencia de la muerte, la muerte que aún no es, pero que la siente como una constante compañera, con la que confrontaba la existencia. Comenzamos a morir desde que nacemos, idea trascendida por la filosofía heideggeriana, la muerte como lo intransferible, puesto que nos pertenece, a cada cual, y al mismo tiempo se conforma como esa verdad indubitable que nos cuestiona incesantemente a lo largo de la vida, confrontándonos con el sentido de ésta:

“Si en todas partes estás, /en el agua y en la tierra, /en el aire que me encierra/y en el incendio voraz/ y si a todas partes vas/ conmigo en el pensamiento, /en el soplo de mi aliento/y en mi sangre confundida, / ¿no serás Muerte, en mi vida, agua, fuego, polvo y viento?”.

La muerte omnipresente, la muerte que nos llena, que está ahí, con nosotros, y a pesar de nosotros. En el transcurrir de la vida nos acompaña y Villaurrutia deja ver el deseo de ese encuentro esperando obsesivamente, el anhelo constante de encontrarse con ella, como quien espera el encuentro con el ser amado contando las horas para esa unión.

El amor y la muerte, ligados una vez más, concebidos en la metáfora, pero también en la realidad, en la poesía, la filosofía, la literatura y el cine. El amor que nos lleva a morir sin dejar de vivir. La atracción-repulsión que dejan ver el carácter ambivalente con el que Villaurrutia aborda la experiencia poética con la muerte.

A lo largo de Décima Muerte, observamos cómo en esencia la muerte nos dota a los humanos de un sentido existencial, alcanzándola, deseándola. Es ella quien nos convierte en algo superior que tiende a la reflexión de la propia vida, es la muerte para empezar. Como lo diría Savater, con la conciencia de la muerte inicia la conciencia de la vida y de su fugaz cualidad.  Al mismo tiempo dejaremos en el tiempo la angustia de la conciencia de la mortalidad, elevándonos al ser de lo eterno.:

“Por caminos ignorados, / por hendiduras secretas, /por las misteriosas vetas/de troncos recién cortados, /te ven mis ojos cerrados/entrar a mi alcoba oscura/a convertir mi envoltura/opaca, febril, cambiante, /en materia de diamante/luminosa, eterna y pura”.

La muerte generadora de angustia cuando se le piensa tan cercana y permanente, pero también la muerte erotizante desde la perspectiva de Villaurrutia:

“En el roce, en el contacto, /en la inefable delicia/de la suprema caricia/que desemboca en el acto, /hay el misterioso pacto/del espasmo delirante/ que en un cielo alucinante/ y un infierno de agonía/se funden cuando eres mía/ y soy tuyo en un instante”.

Décima Muerte, destaca no solo por su intensidad existencialista y filosófica con la que describe y exalta a la muerte, ya de por sí un tema tabú para algunos contextos, sino porque desde una lectura biográfica del poema, es en apariencia evidente lo íntimo que resulta ser este poema para entender la vida de Xavier Villaurrutia, así como sus últimos momentos.

Villaurrutia muere en 1950, cuando tenía 47 años. De su muerte se dijo que fue causada por una afección cardiaca. Ni familiares ni amigos estarían enterados de que el escritor padeciera del corazón. Fue enterrado en el Panteón Francés sin que le hubieran realizado la autopsia, lo cual dejó abierta la puerta para que las elucubraciones de un posible suicidio se dejaran ver. Si bien es cierto que la muerte fue un tema recurrente en sus escritos y que Décima Muerte la escribe cuando tenía 38 años, el hecho de que se haya referido a ella con tanta pasión y obsesión poética deja sentir que estaba más íntimamente ligado a la muerte como una vivencia existencial y no solo como un tópico literario más.

Lo que sí es seguro, es que quien se sumerja a la lectura y reflexión de Décima Muerte ya no podrá concebir a la muerte desde una sola perspectiva, y porque el suicidio se prefigura como una posibilidad, porque, ¿de qué somos más dueños si no es de nuestra propia vida?…

“En vano amenazas, Muerte, /cerrar la boca de mi herida/y poner fin a mi vida/con una palabra inerte/ ¡Qué puedo pensar al verte, /si en mi angustia verdadera tuve que violar la espera; /si en vista de tu tardanza/para llenar mi esperanza/no hay hora en que yo no muera”.