Del fundamentalismo en México
Juan M. Negrete
La propuesta de darle una buena repasada a los orígenes del pensamiento y la acción conservadora o de derecha en nuestro país vino a ser reforzada por un evento internacional que se está llevando las planas enteras de atención. En Afganistán, los talibanes retomaron el control de su país. Muchos medios lo manejan como una nueva derrota gringa, similar a la de Vietnam en 1975. Toda la semana nos han bombardeado con el tema de la diáspora de los occidentales que ‘trabajaban’ en aquel país. Es o debería ser normal que retornen a sus lugares de origen, si provenían de muchos países. Aunque el núcleo central de estos personajes está en los Estados Unidos. Fue empresa suya la de invadir y mantener la invasión en aquellos espacios.
Como es un evento impactante nos robó la atención o nos distrajo, por lo rimbombante de lo acontecido. Se trata de una derrota imperial que no nos ha de pasar inadvertida. Igual que en Saigón en 1975, donde los vietnamitas les dieron hasta con la cubeta. Se habla de un retiro pactado, aunque no tan a la carrera. El cálculo de un retiro, aunque en derrota, apuntaba a ser una salida bien controlada. Era factor clave de control entender que seguiría al mando del país el gobierno que los yanquis habían entrenado y puesto. Es sorpresivo que los tales colaboracionistas, bien pertrechados y sostenidos por el amo gringo, hayan bajado la guardia y entregaran las armas sin luchar. El talibán se posesionó del control de las ciudades más importantes del país en una semana, casi sin disparar un solo tiro.
El invasor, nuestro vecino, se rindió y pactó una salida no precipitada, controlada por sus achichincles afganos. Llegado el plazo los colaboracionistas se rindieron ante los talibanes. La turbamulta extranjera en Afganistán, compuesta por gringos, occidentales y también por muchos afganos colaboracionistas, abandonan la plaza bajo la inquisitiva mirada de los talibanes. No había quedado establecido así en el libreto pactado, según trasciende, pero así está ocurriendo. Ahora lo estamos contemplando en vivo. Al revisarlo en el futuro, se conocerán sus hilos pragmáticos reales. Se entenderá lo ocurrido con buenas explicaciones históricas. Formará parte, como una página más, de las muchas de las invenciones y sorpresas que nos otorgamos los seres humanos, con dislates y aciertos, con mentiras y tapaderas, con arrojo y cobardía, con codicia y generosidad. Así somos y parece que no hemos cambiado mucho.
Viniendo a nuestros propios asuntos en los que nos andamos entreteniendo, digamos que esta tocata y fuga gringa en el oriente profundo arroja similitudes y parecidos con el final de la revuelta cristera. A ésta la tomaremos de punto de referencia histórica para ubicar nuestras convulsiones y apremios del bando conservador. Se parecen mucho en varios filones de su acontecer. Veamos.
Nuestro clero se enfrentó al gobierno emanado de la revolución tras una larga historia de desavenencias desde que tuvimos independencia de la península española. Mientras los españoles controlaron el acontecer en sus colonias, la institución que tomaba todas las decisiones administrativas y políticas era el Patronato Real. La monarquía y la jerarquía eclesiástica vivían fundidos en una sola instancia. Tanto el rey nombraba obispos, como los curitas ocupaban los puestos de presidentes municipales, para utilizar figuras que ahora manejamos y nos son familiares.
Por eso se entenderá bien que nuestro clero hubiera amasado la fortuna en los tres siglos de la colonia de ser el propietario del 60% del territorio. Y no sólo eso, eran los dueños del dinero. Fueron los banqueros de dicha economía, aunque no había banca entonces. Pero sí había rentas, préstamos, créditos y toda la parafernalia que se deriva del dinero. Los que manejaban pues el dinero eran los señores curas y, como con dinero baila el perro, ya nos podemos imaginar lo que significaba el amasiato de la espada y la cruz en el funcionamiento de la vida económica de nuestros abuelos.
Pero con la lucha de la independencia el amasiato devino en divorcio. El santo clero le cerró la bolsita de los dineros a los nuevos gobernantes y la lucha no tardó en desatarse en cuanto campo se enfrentaron. Un siglo después, en la carta magna de 1917, el clero no sólo había sido despojado de sus propiedades, sino que hasta perdió su personalidad jurídica. Simplemente desapareció de nuestros horizontes. O era la pretensión de los revolucionarios. Por eso se treparon al cerro a reclamar esta invisibilidad a la que les habían reducido. Fue el fondo de la lucha cristera.
El remate de esta algarada vino a ser similar a lo que vemos que acontece hoy en Afganistán. Los prelados y el gobierno federal se sentaron a pactar y signaron unos acuerdos que tenían que generar la pacificación. Fueron unos acuerdos raros. Tan raros que no se entendía cómo un clero que negó todo el tiempo que azuzara y sostuviera esta resistencia opositora armada tuvo personalidad para sentarse a negociar con el odiado gobierno.
Lo más raro vino a ser que los alzados, quienes formalmente andaban por su cuenta en las trincheras, obedecieron el acuerdo que signaron sus prelados, a quienes no les habían pedido el parecer para levantarse en armas. Aceptaron el armisticio y entregaron las armas. ¿Quién nos entiende? De estos hechos tan confusos devino la evolución de nuestra derecha, hasta donde vamos. Habrá que sacarle cicuas a este filón histórico, para entendernos mejor.