Román Munguía Huato
22 de agosto de 2022.- El fin del terrorismo no es solamente matar ciegamente, sino lanzar un mensaje para desestabilizar al enemigo Umberto Eco La muchedumbre era una algarabía festejando el Grito de Independencia en el centro histórico de la ciudad. Niños, mujeres, hombres y ancianos compartían la alegría, la noche de una fecha patriótica. La gente se concentraba en la Plaza Melchor Ocampo situada casi enfrente del Palacio de Gobierno de Michoacán.
Era el 15 de septiembre de 2008 en Morelia… de pronto el espacio concurrido retumbó con fuertes estallidos y el pánico entró en escena causado por dos granadas de fragmentación, se supo después. Eran cerca de 30 mil personas en el festejo y al principio se creyó que se trataba de la explosión accidental de cohetones o petardos, pero minutos después algunas gentes empezaron a dar alaridos de dolor y desesperación corriendo a cualquier lado, la angustia y el horror hizo presa de la multitud. El terror se apoderó de la noche. La ciudad entera se había sumido en un silencio espantoso y de llanto, y todo el país estaba conmocionado con este hecho terrible, abominable.
Tras el atentado 3 personas fallecieron, pero en la madrugada del 16 de septiembre 4 de los heridos graves también se convirtieron en víctimas mortales del acto. El número oficial de heridos ascendió a los 132, entre ellos diversas personas que perdieron las extremidades. Se dice que es el primer atentado terrorista contra la población civil en la historia de México. Puede ser, pero la Noche de Tlatelolco en el fatídico 68 también puede ser considerado como un acto terrorista, pero un terrorismo de Estado, como también es el caso de la desaparición criminal de los 43
estudiantes de Ayotzinapa. Crimen de Estado.
Aquella Noche de Morelia fue acto terrorista. De acuerdo con las primeras
investigaciones todo apunta a que los atentados criminales fueron realizados por algún cártel del narcotráfico para amenazar al gobierno federal. Era parte de la guerra del Estado contra el narco iniciada desde diciembre de 2006. El nefasto presidente Felipe Calderón pretendía aparentar un combate contra los poderosos grupos del crimen organizado.
Su funesto gobierno resultado de un fraude electoral está señalado por el inicio de la Guerra contra el Narcotráfico en búsqueda de legitimidad. A tal grado llegó lo grotesco de su presidencia que Calderón se disfrazó de militar cuando aprobó la Operación Michoacán, el primer despliegue a gran escala de tropas federales contra los carteles de la droga. Al final de su administración, el número oficial de muertes relacionadas con la guerra contra las drogas fue de al menos 60 mil.
Hoy día los cárteles están más poderosos, tanto en armamento como económica y políticamente. La guerra contra el narco continua matando y desapareciendo decenas de miles de ciudadanos inocentes. México es una fosa común…
La reciente ola de violencia en varias ciudades del centro y norte del país fue de cuatro días de terror: narcobloqueos, ataques con un saldo de 260 muertos, según el diario Reforma. El régimen de la 4T no habla oficialmente de una guerra contra el narco para deslindarse, demagógicamente, de los gobiernos anteriores, pero la creciente militarización del país es una continuidad de esta política sin resultados, y hasta el embajador gringo se convierte en portavoz empresarial de los capitales locales y estadounidenses demandando seguridad para las inversiones dinerarias.
Pero ¿Hay narcoterrorismo o no? Según las autoridades gubernamentales, incluidas las militares, no hay indicios de ningún narcoterrorismo. Continua la política de “abrazos y no balazos”. Andrés Manuel López Obrador ha dicho que los narcos son seres humanos a quienes también deben respetarse sus derechos humanos. Para AMLO, los hechos de violencia registrados la semana pasada son un acto propagandístico de los grupos delictivos que es maximizado por los adversarios
políticos de su Gobierno para infundir miedo en la población.
En una de sus mañaneras consideró que, a pesar de los homicidios, narcobloqueos e incendios en Baja California, Chihuahua, Guanajuato y Jalisco, el País mantiene la gobernabilidad. “Los hechos de violencia registrados la última semana en Jalisco, Guanajuato, Chihuahua, Baja California y Michoacán no constituyen actos terroristas sino de propaganda de los grupos criminales”, secundó el Secretario de Gobernación, Adán Augusto López. El funcionario, quien encabezó en Palacio Nacional una conferencia de prensa del Gabinete de Seguridad, indicó que los actos propagandísticos se registraron sobre todo en Baja California, en donde sólo hubo quema de vehículos.
“Esto, ya lo dejamos claro, no son atentados terroristas, no hay que magnificar los hechos. No debe de verse más allá de la propaganda”, reitero. La violencia se reduce entonces, según el gobierno federal, solamente a la quema de autos y camiones… Pero ¿Y los muertos? Por supuesto, hay muchas definiciones del concepto de terrorismo, pero casi todas coinciden en que es sucesión de actos de violencia ejecutados para infundir terror a la población. Es atentar por medio la violencia extrema a la vida de una o varias personas, se trata de aterrorizar a población inocente. La hiperviolencia social en México hace rato que tiene formas terroristas llevadas a cabo por los cárteles.
“El fantasma del narcoterrorismo resucita en México. Expertos en seguridad internacional y juristas coinciden en que los ataques contra la población se asemejan
a prácticas terroristas, pero aceptarlo puede implicar una fuerte presión
internacional”.
https://elpais.com/mexico/2022-08-17/el-fantasma-del-narcoterrorismo-resucita-en-mexico.html
México supera todos los horrores, manteniendo muchos de los problemas de inseguridad e impunidad de hace décadas. La cultura del narco impera de muchas formas y una de ellas son los narcocorridos. La exaltación de la violencia y la apología de los capos de la droga en las canciones forma parte de una realidad innegable. La política de la 4T contra los narcos es la política del avestruz; se trata de no ver, de ocultar la realidad cruenta y sanguinaria. Total ineptitud para garantizar la seguridad pública. Toda esta hiperviolencia en México es inherente a la creciente barbarie social. La descomposición de la sociedad, su degradación acelerada, es signo de los tiempos actuales de la podredumbre del capitalismo tardío. Cuando AMLO pretende meramente reducir los grandes y graves problemas social del país a una cuestión de corrupción, a una cuestión moral, en parte tiene razón, pero detrás de la corrupción está la determinación material de los procesos económicos regidos por la acumulación de capital y su vorágine mortal, alentada por las políticas desarrollistas neoliberales, como las del gobierno actual.
¡Urge una verdadera alternativa democrática radical!