La confianza, concepto derivado de fe, es elemento básico para la convivencia social y en especial en los negocios. Por ejemplo una entidad financiera cuya especie se determina por la confiabilidad que representa para quienes resguarda su capital, es básica, cuando la institución pierde la confianza pierde su razón de ser.
En el mundo de la democracia y de los procesos electorales no es distinto, los partidos políticos y los personajes que se dedican a la actividad pública y que en el camino han perdido su calidad humana, su generosidad y la solidaridad con los demás, los llevado a convertirse en personajes no confiables.
La pérdida de confianza se obtiene a través de actos personales o por los cometidos por personas del entorno. Para nuestro caso la mayoría los ha perdido en la función de administrar recursos públicos y en actos de inmadurez emocional.
Quizá uno de los propósitos que dieron origen a la democracia fue llevar a las personas a posiciones extremas de exposición anímica, en las que mostrara sus límites éticos y de simulación.
Para el caso nuestro, podemos afirmar que ningún candidato a la Presidencia de la República logra superar la desconfianza de su entorno, por acciones propias o de quienes lo apoyan. De cualquier manera, es este elemento del que poco se habla el determinante para la decisión del elector y que a muchos mantiene indecisos.
Para empezar Jaime Rodríguez Calderón perdió la confianza de los habitantes de Nuevo León con sus primeras acciones de gobierno en que sus funcionarios se vieron envueltos en escándalos en procesos de adquisiciones viciados y él como líder perdió la fe de sus ciudadanos cuando dio muestras erráticas de gobierno, con decisiones caprichosas a la sombra de la ocurrencia y quizá del estado de ánimo del momento.
El caso de José Antonio Meade nos muestra una faceta distinta aunque con efectos similares, si bien no han logrado sus oponentes colgarle milagros importantes, si tiene que dar la cara por los abusos de un gobierno desproporcionada y cínicamente torpe, ineficiente y corrupto, el de Peña Nieto. Goza, eso sí de la confianza de quienes más exigen confiabilidad, los dueños del capital local e internacional, que en la geopolítica se han convertido en inductores y aun conductores de gobiernos en políticas monetarias y de inversión. Meade goza de la confianza de un sector estratégico y sufre a la vez de la desconfianza de muchos mexicanos, que ven a funcionarios peñistas como operadores de su potencial gobierno.
Ricardo Anaya en su corta trayectoria y desmedida ambición de poder, ha arrasado lo mismo con aliados que con competidores en su enfermiza meta. Si bien tiene importantes aliados que ven en él un líder intrépido, también carga con el resentimiento de quienes ha pisoteado y la desconfianza que genera en su camino hacia la cima. Muchos ciudadanos ven en él a un ente trepador y oportunista, que arrasaría con los recursos públicos con trato prioritario a sus intereses sobre el servicio público.
El caso de quien dicen los encuestadores y comentaristas que mantiene un sólido primer lugar en la preferencia electoral, es el más emblemático por la endémica desconfianza que provoca. Su paso por diferentes partidos habiendo iniciado en el PRI, liderazgo para muchos mesiánico, contenido religioso, actitudes rígidas y sin matices, que lo acercan a la intolerancia. Suavizado en el transcurso del tiempo, sigue generando inquietud, se cree en muchos sectores que no dice todo lo que piensa, que esconde actitudes que pueden surgir como gobernante.
Sus raíces en grupos y personajes del socialismo tradicional con fusión de elementos de liderazgo iluminado, lo convierten en un personaje no confiable además por su escasa solidez cultural y académica. La desconfianza también se manifiesta por el raquítico interés de compartir con la sociedad las decisiones trascendentes de gobierno. El antecedente lo encontramos en muchas acciones de gobierno en la ciudad de México que fueron severamente controversiales.
La necesidad electoral de obtener la aprobación de sectores críticos a su liderazgo, ha obligado a López Obrador a atraer a su proyecto a personajes distinguidos del sector empresarial y hace un gran esfuerzo para ofertar espacios a personas que inspiren confianza, especialmente en los segmentos financieros. Ante la real amenaza de salida de capitales, antes o posterior a la elección, que podría conducir a una crisis económica similar a 1994-1995, con devastadora devaluación y condiciones norteamericanas, que difícilmente prestarían un apoyo como el que le otorgo Bill Clinton a Ernesto Zedillo. Lo que traería como consecuencia un enorme daño al poder adquisitivo de la población.
El esfuerzo que ha hecho López Obrador en proporción a su tradicional terquedad, es proporcional a la amenaza real de la salida de capitales, que minimizada por el candidato y sus seguidores, incluyendo a personajes del mundo de los negocios se mantiene gracias a la desconfianza que en su trayectoria el propio López Obrador ha creado. Baste recordar su reacción ante los resultados electorales que no le favorecen, con acciones vandálicas de sus seguidores que causan severos daños patrimoniales a quienes afectan en su profesión o negocios. A pesar de suavizar sus actitudes sigue López Obrador generando desconfianza, misma que se manifiesta en publicaciones extranjeras como The Economist y Wall Street Journal.
Señal inequívoca de su tozudez es la incorporación a su equipo de grupos de interés identificados como delincuenciales en distintas vertientes, como violencia, narcoguerrilla y administraciones públicas fraudulentas. Sin olvidar el ejercicio antidemocrático y corrupto de representaciones gremiales.